Bruja blanca, magia negra

—Así que le gustan los tríos, ?eh? —dijo el tipo y, al ver que tamborileaba con los dedos en mis brazos cruzados, a?adió en un tono de voz más profesional—: No podemos dejar que dos personas visiten a un interno al mismo tiempo. Se producen incidentes.

 

 

Para mi sorpresa, fue la mujer la que acudió en mi rescate, aclarándose la garganta como si fuera a sacar un gato de su interior.

 

—Pueden entrar, Miltast.

 

Miltast, que, aparentemente, debía de ser un agente, se dio la vuelta.

 

—No voy a arriesgarme a perder el trabajo por su culpa.

 

La mujer sonrió y dio unas palmaditas en los folios que tenía encima de su mesa de trabajo.

 

—Hemos recibido una llamada. Tienes que dejarla entrar.

 

?Qué demonios está pasando aquí? La preocupación hizo que se me formara un nudo en la garganta cuando el hombre levantó la vista de los garabatos que había trazado en el folio para mirarme y volvió a observarlos. A continuación, con el gesto contraído, miró a Ivy y me entregó la identificación de visitante que escupió su ordenador portátil.

 

—Síganme. Les acompa?aré a la sala de visitas —dijo poniéndose en pie y dándose golpecitos en la parte delantera de la camisa en busca de su tarjeta de acceso.

 

—?Crees que puedes arreglártelas sola? —preguntó a la mujer. Ella soltó una carcajada.

 

—Gracias —musité mientras arrancaba la parte posterior de mi identificación y me la pegaba en el pecho. Tal vez me habían dejado pasar por ser una investigadora independiente, pero lo dudaba. El tal Miltast abrió la puerta y, subiéndose el cinturón, esperó a que pasáramos. ?Dios! Debía de tener poco más de treinta a?os, pero su barriga y sus andares parecían los de un fanfarrón de cincuenta.

 

De nuevo, me invadió un intenso olor a incienso vampírico, con un deje de hombre lobo desdichado y a secuoya descompuesta. No era una buena mezcla. Había rabia, desesperación y hambre. Todo el mundo estaba sometido a un estrés mental tan intenso que casi podía notar el sabor. De pronto, que Ivy y yo entrásemos juntas dejó de parecerme una buena idea. Las feromonas vampíricas estaban teniendo un intenso efecto en ella.

 

La puerta se cerró tras de mí y reprimí un escalofrío. Ivy permanecía en silencio, con actitud estoica, mientras recorríamos el pasillo, nerviosa bajo su fachada de seguridad en sí misma. Sus vaqueros negros parecían fuera de lugar en el blanco pasillo, y la luz se reflejaba en su pelo negro dándole un aspecto casi plateado. Me pregunté qué era lo que estaba oyendo y que yo no podía percibir.

 

Atravesamos otra puerta de plexiglás y el pasillo se hizo el doble de ancho. Unas líneas azules dividían el suelo en secciones, y me di cuenta de que las puertas de color claro que íbamos dejando atrás conducían a celdas. No veía a nadie, pero todo tenía un aspecto limpio y estéril, como un hospital. Y en algún lugar, a pocos metros de donde nos encontrábamos, estaba Skimmer.

 

—Las puertas macizas impiden el paso de las feromonas —explicó Ivy al darse cuenta de que estaba mirándolas.

 

—?Oh! —exclamé. Echaba de menos a Jenks y me hubiera gustado que estuviera cubriéndome las espaldas. Había cámaras en las esquinas, y habría apostado lo que fuera a que no eran de pega—. ?Y cómo es que los vigilantes son brujos? —dije, dándome cuenta de que el único vampiro que había visto fuera de una celda hasta ese momento era Ivy.

 

—Los vampiros podrían verse tentados a hacer alguna estupidez con tal de conseguir un poco de sangre —respondió Ivy, con la mirada en la lejanía, y sin prestarme demasiada atención—. Y los hombres lobo podrían salir perdiendo en un ataque.

 

—También los brujos —dije, dándome cuenta de que nuestro acompa?ante empezaba a mostrar cierto interés en nuestra conversación.

 

Ivy me miró de soslayo.

 

—No, si interceptan una línea.

 

—De acuerdo —protesté no gustándome no poder hacerlo en aquel momento—, pero ni siquiera la SI envía a un brujo a capturar a un no muerto. Yo no tendría ninguna posibilidad de vencer a alguien como Piscary.

 

El hombre que caminaba detrás de nosotras hizo un peque?o sonido.

 

—Este es un centro penitenciario de baja seguridad, y no está bajo tierra. No hay vampiros muertos aquí. Solo brujos, hombres lobo y vampiros vivos.

 

—Y los guardias tienen mucha más experiencia que tú, Rachel —sentenció Ivy, observando con los ojos brillantes los números de celda. Probablemente, iba contando las que nos faltaban—. Probablemente el agente Milktoast, aquí presente, está autorizado a utilizar hechizos que en la calle son ilegales —dijo sonriéndole, y haciendo que sintiera un escalofrío—. ?Me equivoco?

 

—Miltast —la corrigió con acritud—. Y si alguna vez te muerden —a?adió mirándome las cicatrices—, te vas a la calle.

 

Me hubiera gustado subirme la bufanda pero sabía que para un vampiro hambriento, vivo o muerto, aquello era como llevar puesto un picardías.

 

—Eso es injusto —dije—. ?A mí me cuelgan el sambenito de bruja negra por mancharme el aura salvándole la vida a la gente, y vosotros podéis usar maldiciones con total impunidad?

 

Al escuchar mi comentario, Miltast sonrió.