Bruja blanca, magia negra

—Efectivamente. Y nos pagan por ello.

 

No me gustaba lo que decía, pero al menos me hablaba. Era posible que también tuviera el aura hecha un asco, y la capa grasienta de la mía no le asustaba. Aun así, el hecho de que me dirigiera la palabra era extra?o. Tenía que saber que me habían excluido. Probablemente esa era la razón por la que me dejaban entrar con Ivy. Sencillamente, no les importaba lo que pudiera pasarme. Que Dios me ayude. ?Qué voy a contarle a mi madre?

 

Atravesamos otra puerta de doble hoja y mi sensación de claustrofobia se duplicó. Ivy también empezaba a dar muestras de tirantez y se había puesto a sudar.

 

—?Te encuentras bien? —le pregunté pensando que olía genial. La evolución. Era imposible no sentirme atraída.

 

—Sí —respondió, aunque su sonrisa nerviosa no decía lo mismo—. Te agradezco lo que estás haciendo.

 

—Espera a que las dos volvamos al coche de una pieza para darme las gracias, ?vale?

 

Nuestro acompa?ante redujo la velocidad para comprobar los números pintados en el exterior de las puertas y, haciéndose a un lado, utilizó un walkie talkie para comprobar algo. Satisfecho, miró a través del cristal, apuntó con el dedo a alguien a modo de advertencia y pasó la tarjeta por la ranura para abrir la puerta.

 

Se escuchó un suave silbido que indicaba que la presión se igualaba e Ivy entró de inmediato. Yo me puse en marcha para seguirla, pero Miltast me cortó el paso.

 

—?Perdone? —le dije con aire de superioridad, dejándole que me agarrara el brazo de aquel modo porque era el único armado con magia.

 

—Te estoy vigilando —me amenazó, y di un respingo. ?A mí? ?Me estaba vigilando a mí? ?Por qué?

 

—Bien —dije. Aquello confirmaba que conocía lo de mi exclusión. Tal vez nos dejaba entrar juntas con la esperanza de que nos matáramos entre nosotras—. Pues diles que soy una bruja blanca y que cierren el caso.

 

Pareció que Miltast no sabía qué decir y, dándome un último apretón, me soltó. Con las rodillas temblorosas, atravesé el umbral. La puerta se cerró con un silbido y hubiera jurado que la sellaban al vacío. Supuse que era la mejor manera de contener las feromonas.

 

La estancia de color blanco estaba a medio camino entre una sala de interrogatorios y una habitación para los vis a vis. No es que conociera el aspecto de esta última, pero podía imaginármelo. En la parte posterior había una segunda puerta, maciza, con una mirilla. Un sofá blanco ocupaba toda una pared lateral, mientras que, al otro lado, había una mesa y dos sillas. Había espacio de sobra para tocarse; espacio de sobra para cometer errores. Lo que menos me gustaba era la puerta trasparente que acabábamos de atravesar y la cámara del techo. Olía como a papel quemado, y me pregunté si serviría para enmascarar las feromonas.

 

Skimmer estaba sentada en una esquina, con coqueta timidez, sobre una silla blanca. Llevaba un chándal blanco muy favorecedor que hacía que pareciera peque?a y perversa. De pie, en mitad de la habitación, Ivy era el polo opuesto. Skimmer se mostraba segura de sí misma, mientras que mi amiga tenía aspecto indeciso. La rubia vampiresa se mostraba remilgada mientras que Ivy suplicaba su compresión. Skimmer quería arrancarme la cara, e Ivy quería salvarla.

 

Nadie pronunció ni una sola palabra, y me di cuenta de que podía oír el ruido del sistema de ventilación. Skimmer siguió sin decir nada, sabiendo, por su pasado en los tribunales, que generalmente el que hablaba primero era el más necesitado.

 

—Gracias por acceder a verme —dijo Ivy, y yo suspiré. Allá vamos.

 

Skimmer descruzó las piernas y volvió a cruzarlas en sentido inverso. Su pelo rubio le colgaba alrededor del rostro y tenía la piel llena de manchas. No les permitían muchos caprichos allí dentro.

 

—No quería verte a ti —dijo. Sonriendo maliciosamente, se puso en pie, mostrando que había perdido algo de peso. Nunca había tenido un físico potente, y en aquel momento estaba casi en los huesos—. Quería verla a ella —concluyó.

 

Me humedecí los labios y me aparté de la puerta cerrada.

 

—Hola, Skimmer.

 

Las pulsaciones se me estaban acelerando y me obligué a respirar lentamente, consciente de que la tensión tenía la capacidad de provocar ciertas reacciones.