Bruja blanca, magia negra

—Solo tengo que terminarlos —respondí.

 

Edden desvió la mirada desde mis encendidas mejillas al pixie, que en aquel momento me miraba fijamente, en silencio.

 

—En cuanto estén listos, mandaré un coche a recogerlos —dijo poniéndose en pie—. Sé que no tienes licencia para venderlos pero, si me dices cuánto te han costado, lo a?adiré a tu cheque. Estamos tardando una eternidad en encontrarla. De un modo u otro, siempre consiguen escabullirse. —Se balanceó hacia atrás, mirando de nuevo hacia el ascensor—. Enseguida vuelvo.

 

—De acuerdo —dije, dándole un trago al agua de frambuesa para ver si conseguía tragarme el trozo de pan, pero tenía la cabeza en otro sitio mientras el achaparrado hombre intentaba alcanzar a la se?ora Walker.

 

Jenks se rió, acomodándose y con un aspecto más relajado.

 

—?Quieres que escuche lo que le dice? —preguntó. Yo negué con la cabeza—. Entonces, ?te apetecería contarme por qué no quieres que encuentre a Mia? —a?adió.

 

Yo aparté la vista del ascensor.

 

—?Disculpa?

 

—Lo digo por lo de los amuletos —dijo chupándose los restos de mantequilla de cacahuete de los dedos—. Sabes de sobra que Marshal los invocó.

 

Yo torcí el gesto y empecé a apartar las migas que había juntado en un montoncito.

 

—Son una birria. Los fastidié. No funcionan.

 

Jenks abrió mucho los ojos y balanceó los talones hacia delante y hacia atrás.

 

—?Y tanto que funcionan!

 

Sin levantar la vista, empujé las migas hasta mi servilleta.

 

—?Y tanto que no funcionan! —respondí, imitando su tono de voz—. Probé uno en el centro comercial y no era más que un pedazo de madera.

 

Pero Jenks sacudió la cabeza, sumergiendo los palillos en la mantequilla para coger otra pizca.

 

—Estaba presente cuando Marshal los invocó y me pareció que el olor era el adecuado.

 

Exhalando, me recliné sobre el respaldo de la silla y sacudí la servilleta por debajo de la mesa. Una de dos, o la lágrima que me había dado Edden era de otra banshee, o el amuleto en el que había puesto la poción estaba mal.

 

—?Olía a secuoya?

 

—No tengo ninguna duda. Incluso se pusieron verdes durante un segundo.

 

En aquel momento se oyó la campanilla del ascensor y tiré de la silla para acercarme un poco más a la mesa.

 

—Quizás el amuleto que invoqué era defectuoso —dije quedamente mientras Edden se despedía de la se?ora Walker y Jenks asentía con la cabeza, satisfecho.

 

No obstante, una débil sensación de inquietud no quiso abandonarme mientras esperaba a que Edden se reuniera con nosotros. Existía una tercera posibilidad en la que no quería ni pensar. Mi sangre no era en su totalidad sangre de bruja, sino la de una protodemonio. Era posible que existieran algunos hechizos terrestres que no podía invocar. Y si eso era cierto, había más de una prueba que indicaba que no era una bruja, sino un demonio.

 

Esto cada vez pinta mejor.

 

 

 

 

 

21.

 

 

Aparqué el coche en una de las plazas exteriores de la parte posterior del centro penitenciario, justo debajo de una farola, mientras intentaba adivinar dónde estaban las líneas, pues todavía no habían retirado los últimos centímetros de nieve. La calefacción funcionaba a toda potencia debido a que Ivy tenía la ventana entreabierta para que entrara un poco de aire y, tras apagarla, junto a las luces del coche, detuve el motor y dejé caer las llaves en el interior de mi bolso. Lista para enfrentarme a Skimmer, suspiré, con las manos en el regazo, mirando sin moverme los edificios de poca altura que se alzaban delante de nosotras.

 

Ivy estaba sentada en completo silencio, con la mirada perdida.

 

—Gracias por hacer esto —dijo con los ojos negros por la escasa luz.

 

Me encogí de hombros y abrí mi puerta.

 

—Yo también quiero saber quién mató a Kisten —dije, no queriendo hablar del tema—. Hasta ahora, no he sido de mucha ayuda, pero esto sí lo puedo hacer.

 

Ella se bajó al mismo tiempo que yo, y el ruido de las puertas al cerrarse se vio amortiguado por los montones de nieve que hacían que el mundo pareciera en blanco y negro bajo los charcos de las luces de seguridad en el atestado aparcamiento. Lo más probable es que se tratara de los coches de los empleados, aunque también hubiera algún visitante, pues era una prisión de baja seguridad. Por supuesto, Skimmer había matado a alguien, pero había sido un crimen pasional. Eso, junto al hecho de que fuera abogada, había favorecido que la internaran allí en lugar de en la cárcel de máxima seguridad que se encontraba a las afueras de Cincinnati.