Había estado allí una sola vez, desayunando con Kisten, y lentamente caminé tras el ma?tre, fijándome de nuevo en las suntuosas telas, las lámparas Tiffany y las mesas de caoba previas a la Revelación con las patas talladas. Las mesas estaban decoradas con centros de romero y capullos de rosas de color rosa. La visión del reservado en el que Kisten y yo habíamos conversado delante de un refinado desayuno me causó una desazón sorprendentemente suave, que se parecía más a un tierno recuerdo que al dolor propiamente dicho, y me descubrí capaz de sonreír, feliz de poder pensar en él sin que se me partiera el corazón.
El local estaba prácticamente vacío, a excepción de los empleados, que preparaban las mesas para esa noche y, tras cruzar un peque?o escenario y una pista de baile, divisé a Edden en una mesa junto a una de las ventanas acompa?ado de una atractiva mujer mayor que él. Tenía la constitución física de Ceri, pero, a diferencia de la elfina, cuyos cabellos eran rubios, lucía una densa y oscura melena que le caía por la espalda. Tenía la nariz peque?a, los labios carnosos y las cejas espesas. Su rostro no era joven, pero las escasas arrugas le otorgaban un aspecto maduro y venerable. Al hablar, movía unas elegantes y envejecidas manos en las que no se veía ningún anillo. Estaba sentada frente a Edden, estilizada y erguida, sin apoyarse en el respaldo, con un vestido blanco que le llegaba hasta los tobillos. Tanto la apariencia como la actitud de la se?ora Walker daban a entender que era la que llevaba las riendas.
Jenks me acarició el cuello con las alas y dijo:
—Se parece a Piscary.
—?Crees que es egipcia? —le susurré, confundida.
Jenks soltó una risotada.
—?Y yo qué diablos sé! Me refiero a que es de las que llevan el control. Mírala.
Asentí con la cabeza, sintiendo ya cierta aversión hacia aquella mujer. Edden todavía no había advertido nuestra presencia, concentrado como estaba en lo que ella decía. El traje de chaqueta le sentaba de maravilla, habiendo trabajado duro para evitar el declive de finales de la treintena y consiguiendo llegar a mitad de los cincuenta en plena forma. A decir verdad… daba la impresión de que aquella mujer lo había cautivado, y me puse en guardia. Cualquier persona con una belleza y un autocontrol semejantes resultaba potencialmente peligrosa.
Como si me hubiera oído el pensamiento, la mujer se volvió. Sus carnosos labios se cerraron y se quedó mirándome. Me estás evaluando, ?verdad?, pensé alzando las cejas con expresión desafiante.
Edden le siguió la mirada y su rostro se iluminó. Poniéndose en pie, le oí decir: ?Aquí está? y se acercó a saludarme.
—Siento llegar tarde —me disculpé mientras él me asía el codo para llevarme rápidamente hasta la mesa—. Marshal insistió en que fuera a darme un masaje para recuperar mi aura. Eso. échale la culpa a Marshal, en lugar de admitir que necesitaba recuperarme después de averiguar que me han excluido.
—?De veras? —exclamó el achaparrado hombre—. ?Y funciona? ?Cómo te encuentras?
Sabía que estaba pensando en su hijo y coloqué mi mano sobre la suya.
—De maravilla. Jenks dice que mi aura ha mejorado una barbaridad y me siento genial. No dejes que me vaya sin darte el número de la masajista. También hace visitas a hospitales. Se lo pregunté. Y no les cobra ningún cargo adicional a los miembros de la AFI.
Jenks se mofó con un resoplido.
—?Conque dice que se siente genial, eh? —dijo—. Más que si estuviera borracha. Hemos estado a punto de estrellarnos con el coche cuando se ha desviado para ocupar una plaza de aparcamiento.
—?Cómo está Glenn? —pregunté ignorando a Jenks mientras Edden me ayudaba a quitarme el abrigo.
—Listo para volver a casa. —Edden me miró de arriba abajo—. Tienes muy buen aspecto, Rachel. Nadie diría que hayas tenido que pedir un alta voluntaria.
El rostro se me iluminó y Jenks puso los ojos en blanco.
El camarero, que tenía el brazo extendido para cogerme el abrigo, no quitaba ojo a Jenks. Edden notó cómo lo miraba y movió la barbilla haciendo que se le despeinara el bigote.
—?Podría traernos un bote de miel? —preguntó, intentando que Jenks se sintiera cómodo.
—Te agradezco la oferta, Edden —dijo Jenks—, pero estoy trabajando. No obstante, un poco de mantequilla de cacahuete no me vendría mal.
A continuación dirigió la mirada hacia la perfección blanca y dorada de la mesa, y en su rostro pude leer una expresión de pánico, como si hubiera pedido sémola y pata de cerdo en vez de la fuente alta en proteínas que necesitaba por culpa del frío.
El camarero, por supuesto, se aprovechó enseguida de su incomodidad.
—?Mantequilla de cacahueeete? —preguntó en un tono paternalista, y Jenks dejó escapar una voluta de polvo rojo.
Entorné los ojos cuando el hombre dio a entender con aquellas palabras que Jenks era un paleto o, peor aún, que ni siquiera era una persona.
—Imagino que tendrán mantequilla de cacahueeete, ?verdad? —dije arrastrando las palabras, haciendo una de mis mejores imitaciones de Al—. Y que esté recién batida. De ninguna manera la aceptaremos envasada. Baja en sal. Yo tomaré un agua con jarabe de frambuesa.
Había probado el agua con jarabe de frambuesa de Kisten tras descubrir que la tostada que me habían servido no era de mi agrado. Tenía por encima un extravagante glaseado. De acuerdo, tal vez la paleta era yo, pero hacer que Jenks se sintiera como un patán era muy grosero.
El rostro del camarero se puso blanco.