—Entiendo.
Con cuidado de no romperlo, lo coloqué en una de las cestas de mimbre apiladas en un estante al final del pasillo. Una vez conseguido su propósito, Jenks por fin se acomodó sobre mi hombro. Me dirigí lentamente hacia la parte delantera, deteniéndome unos instantes sobre un saquito de semillas de diente de león y sonriendo. Todavía disponíamos de un poco de tiempo y pensé que no estaría de más aprovechar para preguntarle sobre la cera carbónica.
La forma en que la dependienta hablaba por teléfono me llamó la atención. Parecía discutir con alguien, pero en voz baja, y Jenks agitó las alas con nerviosismo.
—?Qué está pasando? —pregunté quedamente mientras fingía mirar un expositor de barros poco comunes. ?Joder! Eran carísimos, pero llevaban su certificado y todo.
—No estoy seguro —dijo—. De repente, parece que algo no va bien.
A pesar de lo mucho que detestaba tener que admitirlo, tenía razón. Pero seguía sin saber en qué me había equivocado con el amuleto localizador, así que me dirigí hacia el mostrador.
—Hola —dije alegremente—. He tenido algunos problemas para hacer funcionar una poción localizadora. ?Sabe usted cómo de fresca tiene que ser la cera carbónica? Tengo un poco, pero debe de tener unos tres a?os. No creerá que un poco de sal húmeda podría haberlo echado a perder, ?verdad? —La mujer se me quedó mirando, como un cervatillo sorprendido por los faros de un coche, y yo a?adí—: Estoy trabajando en una misión. ?Quiere ver mi licencia?
—Usted es Rachel Morgan, ?no? —dijo—. Nadie más va por ahí con un pixie.
Por la forma en que lo dijo, una débil sensación de desasosiego se deslizó bajo mi piel, pero me limité a sonreír.
—Efectivamente. Este es Jenks. —Mi compa?ero agitó las alas con recelo a modo de saludo, y ella no dijo nada. Incómoda, a?adí—: Tiene usted una tienda estupenda.
A continuación, dejé el tanaceto sobre el mostrador y ella retrocedió, con una expresión casi avergonzada.
—Lo… lo siento —balbució—. ?Le importaría marcharse?
Alcé las cejas y me puse roja.
—?Disculpe?
—?Qué co?o está diciendo? —susurró Jenks.
La joven dependienta, de no más de dieciocho a?os, buscó a tientas el teléfono y lo sujetó en el aire, como si quisiera amenazarme.
—Le estoy pidiendo que se marche —dijo con firmeza—. Si no lo hace, llamaré a la SI.
Soltando un montón de chispas, Jenks se situó entre nosotras.
—?Por qué? ?No hemos hecho nada!
—Escuche —dije intentando evitar un incidente—, ?le importaría cobrarnos esto primero?
Le acerqué la cesta con un codazo y ella la cogió. Mi presión sanguínea se normalizó, pero solo durante tres segundos, hasta que situó la cesta fuera de mi alcance, detrás de ella.
—No voy a venderle nada —dijo apartando la vista para indicarme que se sentía incómoda—. Puedo negarme a atender a un cliente si lo considero oportuno, y usted tiene que irse.
Yo la miré de hito en hito, sin entender nada, y Jenks se quedó descolocado. Justo entonces mi mirada recayó sobre el periódico, en el que se relataban los disturbios del día anterior en el centro comercial. En esta ocasión el titular era diferente: ?Magia negra en el Circle. Tres hospitalizados?. Y de pronto lo entendí todo.
Tambaleándome, apoyé la mano en el mostrador para no perder el equilibrio. La universidad rechazando mi cheque. El hospital negándome la posibilidad de tratarme en la planta de los brujos. Cormel diciéndome que había tenido que hablar en mi favor. Tom invitándome a recurrir a él si necesitaba hablar. ?Me estaban echando la culpa de los disturbios! Me acusaban públicamente y lo llamaban magia negra.
—?Me están excluyendo? —exclamé, y la mujer se puso roja. Mis ojos se dirigieron al periódico, y luego de vuelta a ella—. ?Quiénes? ?Por qué? —Sin embargo el porqué era bastante obvio.
Con la barbilla levantada, y sin rastro de vergüenza una vez que yo ya lo había descubierto, respondió:
—Todo el mundo.
—?Todo el mundo? —grité.
—Así es —dijo—. No puede comprar nada aquí. Será mejor que se vaya.
Me aparté del mostrador con los brazos caídos. ?Me han excluido? Alguien debía haberme visto con Al en el jardín y presenciado cómo se llevaba a Pierce. ?Habría sido Tom? ?Maldito cabrón! ?Había hecho que me excluyeran para tener más posibilidades de capturar a Mia?
—Rachel —dijo Jenks cerca de mi oído pero sonando distante—, ?a qué se refiere? ?Marcharnos? ?Por qué tenemos que marcharnos?
Estupefacta, me humedecí los labios e intenté aclararme las ideas.