—Tómala —suspiré deseando sentir cómo hacía lo mismo, pero él se negó con un gru?ido. Mi gemido se transformó en un jadeo de ardiente deseo e, incitándome, me aferró con mayor intensidad hasta que volvió a tocar mi chi, tomándolo todo con una estela centelleante, dejando solo un rastro de chispas en mi mente y un doloroso vacío.
Me tocaba arrebatárselo de nuevo, pero él asumió el mando. En una especie de pulso que me entumeció la mente y empujó la energía a mi interior. Aspiré el aire estupefacta, agarrándolo con todas mis fuerzas.
—?Oh, Dios! ?No pares! —jadeé.
Era como si pudiera sentirlo en mi interior, fuera de mí, y a mi alrededor. Y entonces me lo arrancó de nuevo, dejándome casi suplicándoselo a lágrima viva.
—Marshal —jadeé—. Marshal, por favor.
—Todavía no —gimió.
Me aferré a sus hombros, deseándolo todo. Y en ese momento.
—Ahora —le pedí, fuera de mí, con una necesidad que se retroalimentaba. Tenía la energía de mi línea, tenía mi satisfacción. Su boca encontró la mía y supliqué. No con palabras, sino con mi cuerpo. Me retorcí de deseo, apreté su cuerpo contra el mío, hice de todo menos cogerla, encontrando el delicioso dolor que producía en mi interior de una necesidad no satisfecha, llevándome hasta un punto febril.
Fue entonces cuando él gimió, incapaz de seguir negándomelo. Yo solté un quejido de alivio cuando la energía de su chi colmó el mío y ambos alcanzamos el clímax. Una ráfaga de endorfinas cayó sobre nosotros como una cascada, haciendo que me detuviera, boqueando y arqueando la espalda. Las manos de Marshal me dieron una sacudida, y yo me estremecí mientras oleada tras oleada me tranquilizaba, llevándome a un estado de máxima alerta en el que nada era real.
En aquel momento escuché un gemido jadeante y, tras unos instantes, me di cuenta, avergonzada, de que había sido yo. Desplomándome sobre él, sentí que recobraba los sentidos. Marshal respiraba fuertemente, y su pecho se elevaba y descendía debajo de mí mientras su mano reposaba sobre mi espalda, por fin quieta. Yo exhalé, sintiendo el flujo de energía filtrándose entre nosotros, hacia delante y hacia atrás, sin encontrar el más mínimo obstáculo, dejando un suave cosquilleo que se desvanecía conforme las fuerzas se equilibraban a la perfección.
Me tumbé junto a él con la cabeza sobre su hombro, escuchando el latido de su corazón y decidiendo que probablemente no había muchas maneras tan agradables como aquella de poner tu vida patas arriba. Y sin necesidad de desnudarse. Sintiendo las gélidas temperaturas de la noche, me revolví.
—?Estás bien? —pregunté, sonriendo cuando advertí que asentía con la cabeza.
—?Y tú? —inquirió él, con una voz que se asemejaba más a un estruendo que a un sonido real.
En ese momento agucé el oído durante unos instantes, pero no oí nada. Ni el típico aleteo de pixie, ni compa?eras de piso dando golpes a las cosas.
—Jamás había estado tan bien —respondí sintiendo una paz interior que hacía mucho tiempo que no experimentaba. El pecho de Marshal empezó a dar botes y me erguí cuando me di cuenta de que se estaba riendo—. ?Qué pasa? —quise saber, sintiéndome el objeto de sus carcajadas.
—Marshal, no sé si me acuerdo de cómo se hace —dijo tratando de imitar mi voz—. Ha pasado mucho tiempo.
Aliviada, me senté y le di un pu?etazo en el hombro.
—?Cierra el pico! —le espeté, sin importarme que se estuviera riendo de mí—. Lo decía en serio.
Marshal me retiró con cuidado de su regazo y yo me acurruqué sobre él, y ambos nos dejamos caer con la cabeza sobre el respaldo del sofá y nuestros pies entrelazados sobre el suelo.
—?Estás segura de que tu aura está bien? —preguntó Marshal en un tono casi inaudible. A continuación se volvió para mirarme a los ojos y le sonreí.
—Sí. Ha sido… —Marshal me rodeó con sus brazos mientras yo hacía amago de levantarme y, riéndome, volví a caer sobre él.
—Genial —me susurró al oído, abrazándome con fuerza.
No iba a preocuparme por lo que pasaría después. Sinceramente, no merecía la pena.
19.