Bruja blanca, magia negra

El sol se aproximaba despacio hacia el horizonte, coloreando los edificios que bordeaban la orilla del río de rojo y dorado, mientras me dirigía a Carew Tower para almorzar y verme con Edden. Si se hubiera tratado de uno de mis domingos habituales, ahora estaría a punto de volver a casa desde siempre jamás y mi tira y afloja de la semana con Al estaría teniendo lugar y, aunque me alegraba de haberme librado de él, estaba preocupada por Pierce. Pierce, Al, Ivy, Skimmer, el asesino de Kisten y Mia. Todos ellos se agolpaban en lo más profundo de mi mente, un montón de problemas que exigían ser resueltos. La mayoría de los días, la sobrecarga me hubiera tenido tensa e irascible, pero estaba vez no era así. Sonriendo, me quedé mirando el reflejo del sol en los edificios, y me puse a trastear con la radio mientras seguía al tipo que iba delante de mí por encima del puente. Todo a su debido tiempo, pensé, preguntándome si mi calma se debía a Marshal o a su masajista.

 

Faltaba una media hora para mi cita con Edden, a las seis tenía que ir a la prisión de la SI y, más tarde, a las diez, había quedado con mi madre y con Robbie para cenar. Cuando había llamado para avisar de que no podría ir a comer, había oído las quejas de fondo de mi hermano, pero no me importaba en absoluto. Antes o después, Mia daría se?ales de vida y me encargaría de que se llevara su merecido, pero hasta entonces, podía disfrutar de un aperitivo en Carew Tower. El masaje que me había concedido a mí misma horas antes había sido fantástico, y llevaba toda la tarde sintiendo peque?as punzadas de culpa por haberme divertido con la excusa de que me ayudaría a recuperar el aura. La sensación de relajación todavía no me había abandonado, haciendo que resultara más sencillo decirle a Marshal que tenía razón y bla, bla, bla…

 

Me había dicho que me llamaría más tarde. Era una sensación muy agradable y no pensaba darle más vueltas.

 

Me sentía muy elegante con los pantalones forrados de seda y la blusa de brillos que me había puesto para la se?ora Walker. Hasta entonces no había tenido ocasión de ponerme el largo abrigo de fieltro que me había regalado mi madre el invierno anterior, y tenía la sensación de dar una imagen muy distinguida mientras superaba el puente que llevaba a Cincinnati en dirección a Carew Tower para una reunión de negocios en el punto más alto de la ciudad. Jenks también se había puesto de tiros largos, con una camisa negra y unos pantalones amplios y vaporosos que ocultaban las capas de tela que debían aislarle del frío. Matalina estaba mejorando la confección de ropa invernal que le permitiera volar, y el pixie se encontraba en lo alto del espejo retrovisor, peleándose con la gorra negra de pescador que le había fabricado su esposa a partir de un retal del forro de mi abrigo. Su pelo rubio asomaba por debajo dándole un aspecto encantador, y me pregunté por qué no llevaba siempre sombrero.

 

—Rachel —dijo, como si se hubiera puesto nervioso de repente.

 

—?Qué? —pregunté trasteando de nuevo con la radio mientras bajábamos del puente colocándome delante de un camión articulado para tomar el desvío de salida a una velocidad de setenta kilómetros por hora. Siguiéndome muy de cerca, había un tipo en un Firebird negro, y él continuó, pegado a mi parachoques. Muy sensato conducir así cuando hay nieve, chaval.

 

—Rachel —repitió Jenks, agitando las alas.

 

—Ya lo he visto.

 

Ambos nos dirigíamos al desvío de salida y, saludándome con el dedo corazón alzado, intentaba situarse delante de mí antes de que se redujera el carril.

 

—Déjale pasar, Rachel.

 

Sin embargo, aquel imbécil me había tocado las narices, de manera que mantuve la velocidad. El camión articulado que llevaba detrás tocó el claxon cuando nos acercamos al desvío. El tipo no iba a conseguirlo, y el muy capullo me empujó contra el bordillo.

 

Un montón de gravilla y sal golpearon los bajos del coche. La pared me pasó de cerca y contuve la respiración, agarrando con fuerza el volante cuando los dos carriles se redujeron a uno. Pisé con fuerza el freno, girando el volante en el último momento para colocarme detrás de él. El tipo aceleró con un rugido del motor y superó el semáforo amarillo que se encontraba al final del desvío. Con las mejillas encendidas, saludé con la mano al furibundo conductor del camión articulado que estaba detrás de mí y que lo había presenciado todo desde una distancia prudencial. Jenks despedía un polvo de color amarillo pálido mientras se ponía de pie en el espejo retrovisor, agarrándose al palo como si le fuera la vida en ello. Yo me detuve ante el semáforo en rojo y me quedé mirando cómo el Firebird, que iba una manzana por delante de mí, se detenía en el siguiente semáforo. Capullo.

 

—?Te encuentras bien, Rachel? —preguntó Jenks.

 

—Sí —respondí bajando la calefacción—. ?Por qué?

 

—Porque normalmente no te dedicas a sortear a otros coches a menos que vayas a más de ciento diez —dijo aterrizando en mi brazo y caminando hacia arriba para olisquearme—. ?Estás bajo los efectos de alguna medicina humana? ?No te habrá colado la masajista alguna aspirina?

 

No tan molesta como pensé que estaría, le miré y luego eché en vistazo a la parte posterior de la calle.

 

—No. —Marshal tenía razón. Debería ir a darme un masaje más a menudo. Era muy relajante.

 

Jenks torció el gesto y se sentó en el pliegue de mi codo, agitando las alas para no perder el equilibrio. El masaje había sido fantástico, y no me había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que el estrés desapareció. ?Dios! Me sentía de maravilla.

 

—Se ha puesto verde, Rachel.