—No los guarden —a?adió, se?alando con la barbilla un par de compactas puertas de plástico, sin poder ocultar su impaciencia por retomar la conversación telefónica.
Hubiera preferido girar a la derecha, por donde el suelo estaba enmoquetado y flanqueado por macetas con plantas artificiales, pero Ivy, que claramente sabía cómo comportarse, se dirigía ya al horrible y estéril pasillo con sus baldosas blancas y sus blancas puertas de plástico. Estaban selladas magnéticamente y, cuando alcancé a Ivy, la mujer apretó el botón para dejarnos pasar.
Cuando las puertas se abrieron y el olor a vampiro desdichado y a hombre lobo enfadado empeoró, apreté la mandíbula. Me estremecí mientras pasaba el umbral y las medidas de seguridad se hicieron evidentes. La puerta magnética se cerró a nuestras espaldas y la presión del aire cambió. En aquel momento nos encontrábamos rodeadas del aire de la prisión. Genial. Podría haber cualquier cosa flotando en él, incluyendo todo tipo de pociones.
Al fondo de la sala había otro par de puertas y un tipo detrás de un mostrador. La anciana mujer que lo acompa?aba echó a andar hacia nosotras. Era evidente que se encargaba de controlar el detector de hechizos con apariencia tradicional que teníamos delante, y que sería cualquier cosa menos tradicional. No pude evitar reparar en que la mujer apestaba a secuoya, y eso, junto con el hecho de que llevara una pistola en la cadera, haría que midiera mucho más mis palabras. Podía parecer una anciana, pero habría apostado cualquier cosa a que habría salido con la cabeza muy alta en un enfrentamiento con Al.
—?Algo que declarar? —preguntó la mujer mirándonos por encima de nuestros carnés de identidad justo antes de devolvérnoslos.
—No —respondió Ivy con actitud hermética mientras le entregaba el abrigo y el bolso, ignorando el comprobante para recoger sus pertenencias y atravesando vacilante el detector de hechizos en dirección al mostrador del fondo de la sala. Más papeleo, pensé cuando la vi coger un bloc de notas y ponerse a rellenar un formulario.
—?Algo que declarar? —me preguntó la vigilante, y yo recobré la atención. ?Dios! Aquella mujer parecía tener ciento sesenta a?os, con un desagradable pelo negro a juego con el color de un uniforme que le quedaba demasiado estrecho. Tenía la piel increíblemente pálida y, de no ser porque no les permitían usar ese tipo de hechizos en el trabajo, me habría preguntado por qué no invertía en un amuleto barato para cambiar el color de la piel.
—Solo un detector de amuletos letales —dije entregándole mi bolso, cogiendo el peque?o trozo de papel y metiéndomelo en el bolsillo de los vaqueros.
—Ya me lo imaginaba —dijo por lo bajo, y vacilé al mirarla. No me hacía ninguna gracia dejar mis cosas en su poder porque pensé que las revisaría en cuanto desapareciera de su vista. Exhalé un suspiro, intentando no enfadarme. Si había que pasar por toda aquella mierda para visitar a un preso de una cárcel de baja seguridad, no quería ni pensar en lo que te pedían para reunirte con alguien en una prisión de máxima seguridad.
Con una sonrisa que hizo que casi pareciera fea, me indicó con la barbilla el detector de amuletos y me aproximé a él a rega?adientes.
No veía las cámaras, pero sabía que estaban allí, y no me gustó en absoluto la informal despreocupación con la que sacó las cosas de mi bolso y las volcó en una bandeja.
La ola de aura sintética cayendo sobre mí desde el detector de hechizos como una cascada hizo que diera un respingo. Era posible que se debiera a que mi aura era especialmente escasa en aquel momento, pero no había sido capaz de reprimir la sacudida, y el tipo del mostrador esbozó una sonrisita.
Ivy me esperaba impaciente, y agarré el impreso que me tendía aquel tipo por encima del mostrador.
—?A quién visitamos hoy? —me preguntó en tono burlón mientras le entregaba a Ivy el pase de visitante.
Alcé la vista de golpe del impreso de liberación. Yo no era la que estaba encerrada allí. Entonces vi hacia dónde miraba y me quedé helada. Mis cicatrices visibles eran de una antigüedad de menos de un a?o, y lo suficientemente claras, y me puse rígida cuando llegué a la conclusión de que me había tomado por una adicta a los mordiscos de vampiro y que me dirigía a pegarme un chute.
—Dorothy Claymor. La misma que ella —le respondí como si no lo supiera ya, firmando el papel con los dedos rígidos.
La sonrisita del joven se volvió aún más desagradable.
—Pues tendrás que esperar a que salga.
Ivy adoptó una postura desafiante y yo dejé la carpeta de un golpe sobre el mostrador. A continuación lo miré con expresión de fastidio. ?Por qué se están poniendo las cosas tan difíciles?
—Mire —dije usando un solo dedo para acercarle el formulario—, solo intento ayudar a una amiga y es la única manera de que Dorothy acceda a verla, ?de acuerdo?