—No, ya está todo. Gracias. Quizá debería haber llamado antes, pero como son horas de oficina…
Me puse colorada. Acababa de a?adir diez mil a mi cuenta corriente, cortesía de Quen y su ?peque?o problema?. Podía tocarme la barriga y enfurru?arme una noche entera si quería. Y no iba a ponerme a preparar los amuletos que iba a utilizar en el susodicho encargo. Ponerse a hacer hechizos después de medianoche con luna menguante solo servía para meterse en problemas. Además, cómo organizara yo mi día no era asunto suyo.
Un poco molesta, miré hacia la parte de atrás de la iglesia. No quería ser grosera pero tampoco quería que mi madre se dedicara a jugar a las veinte preguntas con David.
—?Ahora mismo voy, mamá! —grité y después me volví hacia Jenks—. ?Quieres acompa?arlo a la salida por mí?
—Claro, Rache. —Jenks se elevó hasta la altura de la cabeza par acompa?ar a David al vestíbulo.
—Adiós, David —dije, el hombre lobo se despidió de mí con la mano y se puso el sombrero.
?Por qué tiene que pasar todo a la vez? pensé antes de irme a la cocina a buen paso. Que mi madre me hiciera una visita de improviso solo podía ponerle la guinda a un día ya perfecto. Cansada, entré en la cocina y me la encontré con la cabeza metida en la nevera. En el santuario se oyó el estampido de la puerta principal al cerrarse.
—Mamá —dije con lo que intentaba ser un tono agradable—. Me alegro mucho de verte. Pero son horas de oficina. —Mis pensamientos se encaminaron al ba?o y me pregunté si todavía tenía las bragas encima de la secadora.
Mi madre se enderezó con una sonrisa y me miró desde el otro lado de la puerta de la nevera. Llevaba unas gafas de sol y tenían un aspecto francamente raro con el sombrero de paja y el vestido de playa. ?Vestido de playa? ?Se había puesto un vestido de playa? Pero si estábamos a bajo cero en la calle.
—?Rachel! —Cerró la puerta con una sonrisa y abrió los brazos—. ?Dame un abrazo, cielo!
Con la cabeza hecha un lío le devolví el abrazo con gesto ausente. Quizá debería llamar a su psicólogo para asegurarme de que no faltaba a sus citas. La envolvía un olor extra?\1.
—?Qué es lo que llevas? Huele a ámbar quemado —dije al apartarme.
—Porque lo es, amor.
La miré, espeluznada. Su voz había bajado varias octavas. Me invadió la adrenalina. Me aparté de un tirón pero me encontré con una mano enguantada de blanco que me aferraba por los hombros. Me quedé helada, incapaz de moverme, un murmullo de siempre jamás cayó como una cascada sobre ella y reveló a Algaliarept. Ah, mierda. Era bruja muerta.
—Buenas noches, familiar —dijo el demonio con una sonrisa que me mostró unos dientes grandes y planos—. Vamos a buscar una línea luminosa para llevarte a casa, ?te parece?
—?Jenks! —chillé, mi voz se había endurecido de puro terror. Me eché hacia atrás, levanté el pie y le di una patada en plenas gónadas.
Al gru?ó y abrió todavía más los ojos rojos y achinados de cabra.
—Zorra —dijo mientras estiraba el brazo y me cogía un tobillo.
Cuando el demonio tiró de mí, me caí de culo con un jadeo y choqué contra el suelo con un ruido sordo, aterrorizada. Intenté darle patadas sin mucho éxito pero el demonio me sacó a rastras de la cocina y me metió en el pasillo.
—?Rachel! —chilló Jenks desperdigando polvo negro de pixie por todas partes.
—?Tráeme un amuleto! —le grité al tiempo que me agarraba al marco de la puerta y me aferraba con todas mis fuerzas. Oh, Dios. Me tenía. Si me llevaba hasta una línea, podría arrastrarme físicamente a siempre jamás dijera yo lo que dijera.
Con los brazos tensos, luché por seguir agarrada a la pared el tiempo suficiente para que Jenks abriera mi armarito de los amuletos y cogiera uno. No me hacía falta una aguja de punción digital, ya me sangraba el labio por culpa de la caída.
—Toma —exclamó Jenks, flotaba a la altura del tobillo para mirarme justo a los ojos con el cordón de un amuleto del sue?o en la mano. Tenía los ojos aterrados y las alas rojas.
—Me parece que no, bruja —dijo Al dándome un tirón.
El dolor me atravesó el hombro entero y tuve que soltar las manos.
—?Rachel! —exclamó Jenks cuando ara?é el suelo de madera con las u?as y después la alfombra del salón.
Al murmuró algo en latín y yo grité cuando una explosión arrancó de los goznes la puerta de atrás.
—?Jenks! ?Sal de aquí! ?Pon a tus hijos a salvo! —grité. El frío se precipitó en el interior y sustituyó al aire que había reventado la explosión. Los perros ladraron cuando me vieron deslizarme escaleras abajo sobre el estómago. La nieve, el hielo y la sal me ara?aron la cintura y la barbilla. Me quedé mirando la puerta hecha a?icos, la silueta oscura de David destacaba a contraluz. Estiré el brazo para coger el amuleto que se le había caído a Jenks.