Antes bruja que muerta

—?Celero fervefacio! —exclamó, enfadado; la maldición me atravesó como una lengua de fuego y chillé. La fuerza de la magia de Al le salió despedida de la mano estirada y golpeó a David. Con un destello, la nieve se fundió bajo el hombre lobo y este se retorció sobre el círculo negro de la acera. Grité de puro dolor, lo contuve, lo asfixié, y lo oí convertirse en el chillido agudo de una banshee.

 

—Por favor… más no —susurré, se me caía la baba y se fundía en un charco de nieve. Me quedé mirando aquel blanco sucio y pensé que era mi alma, picada y manchada, que tenía que pagar por la magia negra de Al. Era incapaz de pensar. El dolor seguía quemándome y convirtiéndose en un sufrimiento demasiado conocido.

 

El sonido de varias personas asustadas me obligó a levantar la mirada llorosa. El vecindario entero miraba desde puertas y ventanas. Seguramente terminaría en el telediario. Un golpe seco y agudo atrajo mi atención hacia la casa junto a la que habíamos pasado, un elegante castillo de nieve con torreones y torres adornando una esquina del patio. La luz de la puerta abierta se derramaba sobre la nieve pisoteada y caía casi sobre Al y sobre mí. Contuve el aliento al ver a Ceri de pie en el umbral, con el crucifijo de Ivy alrededor del cuello. El camisón flotaba suavemente hacia el porche, blanco y ondulante. Llevaba el cabello suelto y le flotaba a su alrededor, casi hasta la cintura. Su postura estaba rígida de rabia.

 

—Tú —dijo y su voz resonó con claridad sobre la nieve.

 

Oí tras de mí un peque?o ga?ido de advertencia y sentí un tirón seco. A través de Al supe por instinto que Ceri había dibujado un círculo alrededor de Al y de mí. Se me escapó un sollozo vano pero me aferré a la sensación como un perro callejero a la basura. Había sentido algo que no procedía de Al. La irritación del demonio no tardó en alcanzar mi depresión y cubrirla hasta que olvidé lo que se sentía. Por Al supe que el círculo era inútil. Se puede hacer un círculo sin dibujarlo pero solo un círculo dibujado es lo bastante fuerte como para contener a un demonio.

 

Al ni siquiera se molestó en frenar un poco y siguió arrastrándome hacia siempre jamás.

 

Siseé casi sin aliento cuando la fuerza que Ceri había puesto en el círculo fluyó en mi interior. Chillé cuando una nueva ola de fuego me cubrió la piel. Partía desde donde yo tocaba el campo y fluía como un líquido hasta cubrirme entera. El dolor buscó mi centro. Lo encontró y volví a chillar, me deshice de la mano de Al, el dolor había encontrado mi chi lleno y a punto de explotar. Siempre jamás rebotó y rebuscó por todas partes para asentarse en el único sitio donde podía abrirse paso: mi cabeza. Antes o después me desbordaría y me volvería loca.

 

Me aferré a mí misma. La áspera acera me ara?ó el muslo y el hombro y empecé a sufrir convulsiones. Poco a poco se fue haciendo soportable y pude dejar de gritar. El último chillido se fue apagando, convertido en un gemido que hizo callar a los perros. Oh, Dios, me estoy muriendo. Me estoy muriendo por dentro.

 

—Por favor —le rogué a Ceri aunque sabía que no podía oírme—. No vuelvas a hacerlo.

 

Al me levantó de un tirón.

 

—Eres un familiar excelente —me alentó con una enorme sonrisa en la cara—. Estoy muy orgulloso de ti. Has logrado dejar de chillar otra vez. Creo que te voy a hacer una taza de té cuando lleguemos a casa y te voy a dejar dormir un ratito antes de ense?arte a mis amigos.

 

—No… —susurré y Al lanzó una risita al oír mi desafío incluso antes de que se me escapara. No podía pensar nada sin que él lo supiera primero. Comprendí entonces por qué Ceri había entumecido sus emociones, prefería no tener ninguna antes que compartirlas con Al.

 

—Espera —dijo Ceri, su voz resonó con claridad sobre la nieve. Bajó corriendo los escalones del porche, atravesó la valla de tela metálica y entró en el patio ante nosotros.

 

Me encorvé entre las manos de Al cuando el demonio se detuvo para mirarla. La voz de Ceri flotaba sobre mí y era un alivio para mi piel y mi mente a la vez. Sentí cierta calidez en los ojos al notar un peque?o respiro en el dolor y estuve a punto de ponerme a llorar de alivio. Parecía una diosa. Un bálsamo para el dolor.

 

—Ceri —dijo Al con tono cálido sin dejar del todo de prestar atención a David, que daba vueltas a nuestro alrededor con el pelo erizado y una mirada salvaje y aterradora en los ojos—. Tienes buen aspecto, cielo. —Los ojos del demonio recorrieron el elaborado castillo de nieve que tenía detrás—. ?Echas de menos tu tierra?

 

—Soy Ceridwen Merriam Dulcíate —dijo ella, el dominio que había en su voz era como un látigo—. No soy tu familiar. Tengo alma. Trátame con el respeto que merezco.

 

Al se burló.

 

—Ya veo que has encontrado tu ego. ?Qué te parece eso de volver a envejecer?

 

La vi ponerse rígida. Se puso delante de nosotros y me di cuenta de que se sentía culpable.

 

—Ya no me asusta —dijo en voz baja y me pregunté si una vida sin edad era lo que había utilizado Al para convencerla de que fuera su familiar—. La vida es así. Deja ir a Rachel Mariana Morgan.

 

Al echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada que le mostró al cielo encapotado unos dientes gruesos y planos.

 

—Es mía. Tienes buen aspecto. ?Te apetece volver? Podríais ser hermanas. ?No estaría bien?