Antes bruja que muerta

Cogí el mando de la tele y la silencié. Aquello era deprimente. Estaba sentada en el sofá un viernes por la noche viendo La jungla de cristal yo sola. Nick debería estar allí conmigo. Lo echaba de menos. Por lo menos creo que lo echaba de menos. Desde luego, echaba de menos algo. Quizá solo echaba de menos que me abrazaran. ?Tan superficial era?

 

Tiré el mando de la tele y de repente me di cuenta de que se oía a alguien en la parte delantera de la iglesia. Me erguí de un salto, era una voz de hombre. Alarmada, invoqué la línea de la parte de atrás. Entre un aliento y otro, se llenó todo mi centro. Con la fuerza de la línea atravesándome, me incorporé y solo para agacharme otra vez cuando Jenks entró volando en la habitación a la altura de mi cabeza. El suave batir de sus alas me dijo en un instante que, fuera lo que fuera lo que me esperaba, no iba a matarme ni a hacerme rica.

 

El pixie aterrizó en la lámpara con los ojos muy abiertos. El polvo que levantaba flotó hacia el techo con el calor de la bombilla. A esas horas, Jenks por lo general estaba metido en mi escritorio, durmiendo, que era por lo que me estaba dedicando a darme todo un festín de autocompasión, para poder enfurru?arme sin interferencias.

 

—Eh, Jenks —dije, solté la línea y me abandonó la magia al no tener un foco al que dirigirse—. ?Quién anda ahí?

 

En su rostro se dibujó una expresión preocupada.

 

—Rachel, puede que tengamos un problema.

 

Lo miré con gesto hosco. Estaba sentada, sola, viendo La jungla de cristal. Eso si que era un problema, no lo que hubiera entrado tan fresco por nuestra puerta.

 

—?Quién es? —dije sin más—. Porque ya he espantado a los testigos de Jehová. Se diría que si vives en una iglesia, podrían coger la indirecta, pero nooo.

 

Jenks frunció el ce?o.

 

—Un hombre lobo con sombrero vaquero. Quiere que firme un papel diciendo que me comí ese pez que robamos para los Howlers.

 

—?David? —me levanté de un salto del sillón y me dirigí al santuario. Las alas de Jenks emitían un zumbido seco mientras volaba a mi lado.

 

—?Quién es David?

 

—Un investigador de seguros. —Fruncí el ce?o—. Lo conocí hace poco.

 

Pues sí, se?or, allí tenía a David, en medio de la habitación vacía y con aspecto incómodo con el abrigo largo y el sombrero calado hasta los ojos. Los peque?os pixies se asomaban por la ranura de la tapa corrediza del escritorio, con sus bonitos rostros en hilera. David estaba hablando por el móvil y al verme, murmuró unas cuantas palabras, lo cerró y se lo metió en el bolsillo.

 

—Hola, Rachel —dijo con un estremecimiento al oír el eco de su propia voz. Recorrió con los ojos mis vaqueros informales y el jersey rojo y después los alzó al techo y cambió de postura. Era obvio que no se sentía muy cómodo en la iglesia, les pasaba a la mayoría de los hombres lobo, pero era algo psicológico, no biológico.

 

—Perdona que te moleste —dijo mientras se quitaba el sombrero y lo aplastaba con las manos—. Pero en este caso no me valen los rumores. Necesito que tu compa?ero certifique que se comió ese pez de los deseos.

 

—?No me jodas! ?Era un pez de los deseos! —Se oyó todo un coro de chillidos agudos en el escritorio. Jenks emitió un duro sonido y las caritas que flanqueaban la ranura se perdieron entre las sombras.

 

David se sacó un papel doblado en tres de un bolsillo del abrigo y lo desplegó encima del piano de Ivy.

 

—?Si pudieras firmar aquí? —Después se irguió con mirada suspicaz—. Porque os lo comisteis de verdad, ?no?

 

Jenks parecía asustado, con las alas de un color azul tan oscuro que eran casi moradas.

 

—Pues sí. Nos lo comimos. ?Nos va a pasar algo?

 

Intenté no reírme pero David esbozó una gran sonrisa, sus dientes parecían blancos bajo la luz tenue del santuario.

 

—Creo que todo irá bien, se?or Jenks —dijo mientras bajaba el émbolo de un bolígrafo y se lo tendía.

 

Yo alcé las cejas y David dudó un momento, miró el bolígrafo y después al pixie. El bolígrafo era más grande.

 

—Ummm. —El hombre lobo volvió a cambiar de postura.

 

—Ya lo tengo. —Jenks se precipitó sobre el escritorio y volvió con la mina de un lápiz. Observé cómo escribía su nombre con todo cuidado, la cháchara ultrasónica del escritorio hacía que me dolieran los ojos. Jenks se alzó soltando polvo de pixie por todas partes.

 

—Eh, esto, no estaremos metidos en ningún lío, ?verdad?

 

El olor acre de la tinta del sello notarial me bombardeó y David levantó la cabeza después de dar fe pública.

 

—No en lo que a nosotros respecta. Gracias, se?or Jenks. —Después me miró—. Rachel.

 

Hubo un cambio en la presión del aire y un tamborileo suave en las ventanas nos hizo levantar a los dos la cabeza. Alguien había abierto la puerta de atrás de la iglesia.

 

—?Rachel? —dijo una voz aguda y yo parpadeé. ?Mi madre? Desconcertada, miré a David.

 

—Eh, es mi madre. Quizá deberías irte. A menos que quieras que te apabulle para que me pidas una cita.

 

Una expresión sobresaltada se dibujó en el rostro de David mientras se guardaba el papel.