Antes bruja que muerta

Su padre se irguió y los primeros indicios de una mirada acerada le tensaron la cara.

 

—Erica, ahora mismo tienes las hormonas revolucionadas. Una noche eres capaz de controlarte en una situación estresante y a la siguiente pierdes el control viendo la tele. No llevas las fundas como se supone que debes hacer y no quiero que vincules a alguien a ti sin querer.

 

—?Papá! —exclamó la chica, se le había puesto la cara de un color rojo apagado de pura vergüenza.

 

Mientras sacaba dos vasos del armario, Ivy lanzó una risita. Mi inquietud se evaporó un poco.

 

—Ya sé… —dijo su padre con la cabeza inclinada y una mano levantada—. Muchos de tus amigos tienen sombras y parece muy divertido tener a alguien detrás de ti, buscando tu atención y siempre pendiente de ti. Eres el centro de su mundo y solo ven por tus ojos. Pero Erica, las sombras vinculadas dan mucho trabajo. No son animalitos que puedas pasarle a un amigo cuando te cansas de ellos. Necesitan confianza y atención. Eres demasiado joven para tener ese tipo de responsabilidad.

 

—?Papá, calla ya! —dijo Erica, obviamente mortificada. Ivy sacó un cartón de zumo de naranja de la nevera así que me senté. Me pregunté hasta qué punto lo decía por Erica o si era su forma de asustarme y apartarme de su hija mayor. Pues estaba funcionando y tampoco era que necesitara que me animaran mucho.

 

La expresión del vampiro vivo se hizo dura.

 

—No tienes ningún cuidado —dijo con aquella voz grave y en ese momento dura—. Estás corriendo riesgos que podrían ponerte en una posición en la que no quieres estar todavía. No creas que no sé que te quitas las fundas en cuanto dejas esta casa. Pues no vas a ir a ese concierto.

 

—?No es justo! —gritó la chica con el pelo de punta agitándose en el aire—. ?Estoy sacando todo sobresalientes y encima trabajo a tiempo parcial! ?Es solo un concierto! ?Pero si no va a haber nada de azufre!

 

El vampiro sacudió la cabeza y su hija resopló.

 

—Hasta que ese azufre nocivo no salga de las calles, usted estará en casa antes del amanecer, jovencita. No pienso ir a las nimbas municipales a identificar y recoger a un miembro de mi familia. Ya lo hice una vez y no estoy dispuesto a volver hacerlo de nuevo.

 

—?Papá!

 

Ivy le dio a su padre un vaso de zumo y después se sentó con el suyo en una silla junto a la mía.

 

—Yo voy al concierto —dijo mientras cruzaba las piernas.

 

Erica ahogó un grito e hizo tintinear toda su bisutería al dar un salto.

 

—?Papi! —exclamó—. Ivy va. No voy a tomar azufre y no voy a morder a nadie. ?Te lo prometo! ?Oh, Dios! ?Déjame ir, por favor!

 

El padre de Ivy la miró con las cejas levantadas. Su hija mayor se encogió de hombros y Erica contuvo el aliento.

 

—Si a tu madre le parece bien, a mí también —dijo al fin.

 

—?Gracias, papá! —chilló Erica. Se abalanzó sobre él y estuvo a punto de derribar a su altísimo padre. Entre un estrépito de botas, abrió de un tirón la puerta del sótano y se lanzó escaleras abajo como una tromba. La puerta se cerró despacio y los gritos de Erica se apagaron un tanto.

 

El hombre suspiró y se le movieron un poco los delgados hombros.

 

—?Cuánto tiempo ibas a dejarla suplicar antes de decirme que tú también ibas? —le preguntó a su hija con ironía.

 

Ivy sonrió con los ojos clavados en el zumo.

 

—Lo suficiente como para que me escuche cuando le diga que se ponga las fundas o puedo cambiar de opinión.

 

Se alzó una risita divertida.

 

—Aprendes bien, peque?o saltamontes —dijo el vampiro fingiendo un acento fuerte.

 

Se oyeron unos golpes secos en las escaleras y Erica salió como un huracán, con los ojos negros de emoción y las cadenas meciéndose en su cuello.

 

—?Ha dicho que sí! ?Tengo que irme! ?Te quiero, papi! ?Gracias, Ivy! —Hizo un par de orejas de conejo con los dedos encogidos y dijo—: ?Besitos, besitos! —Después salió disparada de la habitación.

 

—?Llevas las fundas puestas? —gritó su padre a su espalda.

 

—?Sí! —exclamó la chica, aunque apenas se le oía.

 

—?Y quítate unas cuantas de esas cadenas, jovencita! —a?adió el padre pero la puerta ya se había cerrado de un portazo. El silencio fue un alivio, le devolví la sonrisa a Ivy con una expresión de asombro divertido. Lo cierto era que Erica sabía cómo hacer que una habitación pareciese estar llena.

 

El padre de Ivy dejó el vaso en la mesa. Su rostro pareció arrugarse un poco más y me di cuenta de la presión que soportaba su cuerpo para proporcionarle a su mujer no muerta la sangre que necesitaba para mantener la cordura.

 

Vi a Ivy cambiar los dedos de sitio en el vaso, después lo hizo girar sin levantarlo. Su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco.