Erica se estiró y se le vio la parte inferior de la espalda, después se apoyó en un solo pie para alcanzar un tarro de cristal medio lleno de lo que parecían galletas de azúcar. Se apoyó en la encimera y se comió una mientras le ofrecía otra a Ivy pero ninguna a mí. Me dio la sensación de que no eran galletas de azúcar sino esos horribles discos que sabían a cartón y que Ivy me había hecho tragar sin descanso la primavera anterior, cuando me estaba recuperando de una pérdida de sangre masiva. Una especie de reconstituyente vampírico que les ayudaba a mantener su… bueno, su estilo de vida.
Empezaron a resonar todavía más unos golpes secos y apagados y me volví hacia lo que había pensado que era la puerta de una despensa. La puerta se abrió y pude ver una escalera que bajaba al sótano. Por ella subía un hombre alto y adusto que salía de entre las sombras.
—Hola, papá —dijo Ivy y yo me erguí con una sonrisa al oír la dulzura de su voz.
—Ivy… —El hombre esbozó una sonrisa radiante mientras ponía una bandeja con dos tazas vacías y diminutas en la mesa. Tenía una voz de ultratumba que hacía juego con su piel: áspera y rugosa. Reconocí la textura, eran las cicatrices que había dejado la Revelación. A unos les había afectado más que a otros y a las brujas, pixies y hadas no les había afectado en absoluto—. Está aquí Skimmer —dijo con dulzura.
—La he visto —dijo Ivy y dudó cuando nadie dijo nada más.
Su padre parecía cansado, pero había una expresión satisfecha en sus ojos casta?os cuando le dio a Ivy un abrazo rápido. El cabello negro y suavemente ondulado enmarcaba un rostro serio, marcado por unas peque?as arrugas que parecían más de inquietud que de la edad. Era obvio que era de él de quien Ivy había heredado su altura. El vampiro vivo era alto, con un refinamiento que hacía que su delgadez fuese agradable y no poco atractiva. Vestía con vaqueros y una camisa informal. Unas líneas peque?as, casi invisibles, le cruzaban el cuello, y la parte de los brazos que se veía bajo las mangas remangadas tenía las mismas marcas. No debía de ser nada fácil estar casado con una no muerta.
—Me alegro de que hayas venido a casa —dijo el hombre, sus ojos se posaron en mí por un instante, en mí y en la cruz que llevaba en la pulsera de dijes, antes de regresar a su hija con una calidez obvia—. Tu madre subirá en un momento. Quiere hablar contigo. Skimmer la puso de un humor raro.
—No. —Ivy se apartó de su abrazo—. Quería preguntarte algo, nada más.
El vampiro asintió una vez y sus labios finos adoptaron una expresión de decepción resignada. Sentí un ligero cosquilleo en la cicatriz demoníaca cuando el vampiro vertió el agua humeante en una segunda tetera. El estrépito de la porcelana se oyó por toda la cocina. Me crucé de brazos y me apoyé en la mesa para distanciarme. Esperaba que el cosquilleo fuera una sensación que persistiera tras el encuentro con Skimmer y no procediera del padre de Ivy. No me parecía que fuera él. Parecía demasiado tranquilo para estar luchando contra la necesidad de calmar el hambre.
—Papá —dijo Ivy al notar mi incomodidad—. Te presento a Rachel. Rachel, mi padre.
Como si fuera consciente del cosquilleo de mi cicatriz, el padre de Ivy se quedó en el otro extremo de la cocina, le quitó las galletas a Erica y las volvió a meter en el tarro de cristal. La chica resopló y después hizo una mueca al ver la ceja alzada de su padre.
—Es un placer conocerte —dijo al mirarme otra vez.
—Hola, se?or Randal —dije, no me hacía gracia la forma que tenía de mirarnos a Ivy y a mí, allí de pie y juntas. De repente me sentí como si estuviera en una cita y tuviera que conocer a los padres, y me puse colorada. No me gustó la sonrisa de complicidad de aquel hombre. Y al parecer a Ivy tampoco.
—Déjalo ya, papá. —Ivy sacó una silla y se sentó—. Rachel es mi compa?era de piso, no mi pareja.
—Pues será mejor que te asegures de que Skimmer lo sabe. —Su estrecho pecho se movió cuando respiró hondo para inhalar las emociones que había en el aire—. Vino hasta aquí por ti. Lo dejó todo. Piénsalo bien antes de rechazar algo así. Viene de muy buena familia. Un linaje milenario ininterrumpido no es nada fácil de encontrar.
La tensión me cayó encima como una losa y sentí que me ponía rígida.
—Oh, Dios —gimió Erica con la mano metida otra vez en el tarro de las galletas—. No empieces papá. Acabamos de tener una buena en el vestíbulo.
Con una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes, el vampiro estiró la mano para quitarle la galleta a su hija y le dio un mordisco.
—?No tienes que estar dentro de nada en el trabajo? —dijo cuando tragó.
La joven vampiresa zangoloteó un poco.
—Papi, quiero ir al concierto. Van todos mis amigos.
Yo alcé las cejas. Ivy sacudió la cabeza con un movimiento apenas perceptible, una respuesta privada a mi pregunta sobre si deberíamos decirle que nosotras íbamos y que podríamos echarle un ojo.
—No —dijo su padre mientras se limpiaba las migas al terminar la galleta.
—Pero, papi…
El vampiro abrió el tarro y sacó tres más.
—No sabes controlarte bien…
Erica resopló y se derrumbó contra la encimera.
—A mi control no le pasa nada —dijo de mal humor.