—El mío es el de los cristales de colores —dijo Ivy mirando solo a medias la carretera—. Debería tener uno de plástico por ahí, en alguna parte. El desinfectante seguramente todavía estará en condiciones. Mi padre la mataría si se enterara que las tira en la nieve. Cuestan tanto como el campamento de verano al que fue el a?o pasado, en Los Andes.
—Oh. —Los tres veranos que pasé en el campamento de Kalamack, el campamento ?Pide un deseo? para ni?os moribundos, palidecieron de repente. Aparté un peque?o recipiente que parecía un pastillero con una decoración muy elaborada y encontré un frasquito blanco del tama?o de un pulgar. Quité el tapón y lo encontré lleno de un líquido azulado.
—Ese es —dijo Ivy y yo metí las fundas dentro. Como flotaban, fui a meter el me?ique para hundirlas pero Ivy a?adió—: Solo ponle el tapón y agítalo un poco. Se hundirán solas.
Fue lo que hice, después dejé caer el frasquito en su bolso y lo puse a su lado.
—Gracias —dijo Ivy—. La vez que ?perdí? las mías, me castigó un mes entero.
Esbocé una débil sonrisa y pensé que era como cuando perdías las gafas o el aparato de los dientes… o quizá el diafragma. Ay, Dios. ?De verdad quería saber todo eso?
—?Tú sigues llevando fundas? —dije, me vencía la curiosidad. A ella no pareció darle ninguna vergüenza. Quizá debería dejarme llevar, sin más.
Ivy sacudió la cabeza y puso el intermitente solo un segundo antes de cruzar dos carriles de tráfico para entrar en la rampa de acceso a la autopista.
—No desde que tenía diecisiete a?os. Pero las guardo por si… —Se interrumpió de repente—. Por si acaso.
?Por si acaso qué?, me pregunté, pero decidí que no quería saberlo.
—?Eh, Ivy? —pregunté, intentaba no imaginar dónde se iba a meter con aquel tráfico. Contuve el aliento mientras ella se incorporaba y a nuestras espaldas empezaban a resonar los cláxones—. ?Qué diablos significan las orejas de conejo y eso de ?besitos, besitos??
Se me quedó mirando, yo hice el signo de la paz y encogí los dedos dos veces en rápida sucesión. Una sonrisa extra?a le arrugó las comisuras de la boca.
—Eso no son orejas de conejo —dijo—. Son colmillos.
Lo pensé un momento y después me puse colorada.
—Ah.
Ivy se echó a reír. La miré un instante y después decidí que no habría mejor momento así que respiré hondo y despacio.
—Um, en cuanto a Skimmer…
Su buen humor se desvaneció. Me lanzó una mirada y después volvió a mirar la carretera.
—Eramos compa?eras de habitación. —La invadió un leve sonrojo que me dijo que habían sido algo más—. éramos compa?eras… íntimas de habitación —a?adió con cuidado, como si yo no me lo hubiera imaginado ya. Ivy pisó los frenos con fuerza para evitar a un BMW negro que quería acorralarla detrás de un monovolumen. Aceleró a toda prisa, salió disparada hacia la derecha y lo dejó atrás.
—Ha venido aquí por ti —dije, se me estaba acelerando el pulso—. ?Por qué no le dijiste que entre nosotras no hay nada?
Ivy apretó todavía más el volante.
—Porque… —Respiró con suavidad y se metió un mechón de pelo tras la oreja. Era un tic nervioso que yo no veía muy a menudo—. Porque no —dijo. Se había colocado detrás de un Trans-Am rojo que circulaba a quince kilómetros más de la velocidad permitida.
Ivy me miró con expresión preocupada, sin hacer caso del monovolumen verde al que tanto el Trans-Am como nosotros nos acercábamos a toda velocidad.
—No voy a disculparme, Rachel. La noche que decidas que dar y tomar sangre no es lo mismo que el sexo, pienso estar allí. Y hasta ese momento aceptaré lo que haya.
Me sentía muy incómoda y cambié de postura en mi asiento.
—Ivy…
—No —dijo ella con ligereza, después giró de repente a la derecha y pisó el acelerador para salir disparada delante de los dos coches—. Sé lo que sientes sobre el tema. Yo no puedo hacerte cambiar de opinión. Vas a tener que resolverlo tú sola. El hecho de que Skimmer esté aquí no cambia nada. —Se metió delante de la furgoneta y me dedicó una sonrisa suave que me convenció todavía más de que la sangre y el sexo eran lo mismo—. Y entonces te vas a pasar el resto de tu vida tirándote de los pelos por haber esperado tanto para aprovechar la oportunidad.
18.
El anuncio interrumpió la película con un volumen que me hizo dar un bote en el sofá. Suspiré, subí las rodillas hasta apoyar la barbilla en ellas y me rodeé las piernas con los brazos. Era temprano, solo eran las dos de la ma?ana y yo estaba intentando encontrar la motivación necesaria para levantarme y hacerme algo de comer. Ivy seguía ocupada con un asunto e incluso después de la incómoda conversación del coche, yo esperaba que llegara a casa lo bastante temprano como para poder salir por ahí. Calentar un guiso y comérmelo yo sola tenía el mismo atractivo que arrancarme la piel de las espinillas.