Antes bruja que muerta

—Hablaré con él.

 

—Gracias.

 

Todos parecimos sumergirnos en un silencio incómodo. Era hora de irnos. Ivy fue la primera en levantarse, seguida de inmediato por mí. Cogí mi abrigo del respaldo de la silla y me lo puse. El padre de Ivy se levantó despacio, parecía el doble de cansado que cuando entró.

 

—Ivy —dijo al acercarse—. Estoy orgulloso de ti. No estoy de acuerdo con lo que estás haciendo, pero estoy orgulloso de ti.

 

—Gracias, papá. —Con una sonrisa de alivio que no le permitió abrir los labios, Ivy le dio un abrazo a su padre—. Tenemos que irnos. Tengo un asunto esta noche.

 

—?La chica de Darvan? —preguntó su padre. Ivy asintió, en su expresión todavía quedaban restos de culpabilidad y miedo—. Bien. Tú sigue haciendo lo que estás haciendo. Yo iré a hablar con Piscary, a ver lo que puedo hacer.

 

—Gracias.

 

El vampiro se volvió hacia mí.

 

—Encantado de conocerte, Rachel.

 

—Lo mismo digo, se?or Randal. —Me alegraba de que al parecer ya se hubiera acabado la charla de vampiros. Por fin podíamos volver a fingir que todos éramos normales y esconder el horror bajo una alfombra de cinco mil dólares.

 

—Espera, Ivy. Toma. —El hombre metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó una cartera muy gastada; el vampiro se había convertido en otro papá cualquiera.

 

—Papá —protestó Ivy—. Tengo mi propio dinero.

 

Su padre sonrió con media boca.

 

—Tómalo como una nota de agradecimiento por cuidar de Erica en el concierto. Deja que te invite a comer.

 

No dije nada cuando le puso un billete de cien dólares en la mano a Ivy y la atrajo hacia sí con un solo brazo.

 

—Te llamo ma?ana —le dijo en voz baja.

 

Los hombros de Ivy perdieron su habitual postura erguida.

 

—Ya me paso yo por aquí. No quiero hablar de eso por teléfono. —Después me lanzó una sonrisa forzada, sin abrir los labios—. ?Lista?

 

Asentí y me despedí del padre de Ivy con la cabeza, seguí a la vampiresa al comedor y de allí a la puerta de la casa. Sabiendo lo bien que oían los vampiros, mantuve la boca cerrada hasta que la elegante puerta tallada se cerró detrás de nosotras con un golpe seco y volvimos a tener los pies en la nieve. Había comenzado a atardecer y los copos de nieve parecían brillar bajo la luz que se reflejaba en el cielo.

 

El coche de Erica había desaparecido. Ivy dudó un momento, haciendo tintinear las llaves.

 

—Espera un segundo —dijo. Sus botas rechinaron en la nieve cuando se acercó adonde había estado aparcado el coche rojo—. Creo que tiró las fundas.

 

Yo me quedé junto a la puerta abierta del coche y esperé mientras Ivy se detenía junto a las marcas de las ruedas. Con los ojos cerrados, estiró la mano como si lanzara algo y después se acercó a grandes zancadas al otro lado del camino de entrada. Mientras yo la miraba sin decir nada, perpleja, ella buscó en la nieve. Se agachó dos veces y recogió algo del suelo. Volvió y se metió en el coche sin hacer ningún comentario.

 

Yo la seguí y me puse el cinturón, se me ocurrió que ojalá hubiera menos luz para no tener que verla conducir. Al captar la pregunta que yo no había llegado a formular, Ivy estiró la mano y dejó caer dos trozos de plástico hueco en la palma de la mía. Arrancó el coche y yo apunté las rejillas de ventilación en mi dirección con la esperanza de que el motor siguiera caliente.

 

—?Las fundas? —pregunté mientras las miraba, peque?as y blancas en mi mano, Ivy empezó a sacar el coche. ?Cómo diablos había encontrado eso en medio de la nieve?

 

—Garantizadas para evitar que perforen la piel —dijo Ivy con los finos labios apretados—. Con eso puesto, no puede vincular a nadie a ella sin querer. Se supone que tiene que llevarlas hasta que papá diga. Y a este paso, va a cumplir los treinta antes de que eso pase. Sé dónde trabaja. ?Te importa si pasamos un momento a dejárselas?

 

Negué con la cabeza y se las tendí. Ivy comprobó los dos lados al final del camino de entrada antes de incorporarse a la carretera delante de una furgoneta azul, y las ruedas resbalaron en el aguanieve.

 

—Tengo un estuche vacío en el bolso. ?Te importa meterlas ahí?

 

—Claro. —No me gustaba revolver en su bolso pero si no lo hacía, lo haría ella mientras conducía y yo ya tenía suficientes nudos en el estómago. Me sentí rara cuando me puse el bolso de Ivy en el regazo y lo abrí. Estaba asquerosamente ordenado. Ni un solo pa?uelo de papel usado o un caramelo cubierto de polvo.