Antes bruja que muerta

—?Ha ido a ver a Piscary? —preguntó en voz baja, y la repentina inquietud de su voz me llamó la atención. Por eso había ido Ivy a hablar con su padre y cuando pensé en que la inocencia salvaje y despreocupada de Erica podría ser manipulada por Piscary, yo también me preocupé.

 

Pero el padre de Ivy no parecía tener ningún problema con eso y tomó un peque?o sorbo de zumo antes de responder.

 

—Sí. Lo visita cada dos semanas. Como debe ser, es una cuestión de respeto. —Fruncí el ce?o ante la pregunta implícita y no me sorprendió que el padre siguiera con—: ?Y tú?

 

Ivy detuvo los dedos que rodeaban el vaso. Incómoda, busqué una forma de excusarme y correr a esconderme al coche. Ivy me miró y después miró a su padre. Este se echó hacia atrás y esperó. Fuera se oyó el ronroneo del coche de Erica, que se desvaneció y dejó como único sonido el murmullo del reloj del horno. Ivy respiró hondo.

 

—Papá, he cometido un error.

 

Sentí los ojos del padre de Ivy sobre mí, y eso que estaba mirando por la ventana en un intento de inhibirme de la conversación.

 

—Deberíamos hablar de esto cuando tu madre esté disponible —dijo y yo tomé aire a toda prisa.

 

—?Sabéis? —dije y empecé a levantarme—. Creo que voy a esperar en el coche.

 

—No quiero hablar de ello con mamá, quiero hablarlo contigo —dijo Ivy, de mal humor—. Y no hay razón para que Rachel no pueda oírlo.

 

El implícito ruego que había en la voz de Ivy me detuvo en seco. Me volví a hundir e hice caso omiso de la desaprobación obvia de su padre. Aquello no iba a ser muy divertido. Quizá Ivy quisiera mi opinión sobre la conversación para equilibrar la suya propia. Al menos eso podía hacerlo.

 

—He cometido un error —dijo Ivy en voz baja—. No quiero ser la sucesora de Piscary.

 

—Ivy… —Había un hastío cansado en esa única palabra—. Es hora de que empieces a aceptar tus responsabilidades. Tu madre fue sucesora suya antes de morir. Los beneficios…

 

—?No los quiero! —dijo Ivy y yo miré sus ojos con atención, me preguntaba si el anillo marrón que le rodeaba la pupila se estaba encogiendo—. Quizá si no lo tuviera en la cabeza todo el tiempo… —a?adió mientras apartaba el zumo—. Pero ya no aguanto más. No hace más que presionar.

 

—No lo haría si fueras a verlo.

 

Ivy se sentó más erguida, con los ojos clavados en la mesa.

 

—Fui a verlo. Le dije que no pensaba ser su sucesora y que saliera de mi cabeza de una vez. Se rió de mí. Dijo que había tomado una decisión y que ahora tenía que vivir y morir con ella.

 

—Es cierto, tomaste una decisión.

 

—Y ahora tomo otra —le contestó Ivy, furiosa, y después bajó los ojos con gesto sumiso pero en su voz solo había determinación—. No pienso hacerlo. No quiero dirigir el inframundo de Cincinnati y no pienso hacerlo. —Respiró hondo y miró a los ojos a su padre—. Ya no sé si me gusta algo porque me gusta a mí o porque le gusta a Piscary. Papá, ?puedes hablar con el por mí?

 

Se me abrieron los ojos como platos cuando oí el ruego de su voz. La única vez que lo había oído fue cuando pensaba que estaba muerta y me rogaba que la mantuviera a salvo. Apreté la mandíbula al recordarlo. Dios, aquello había sido horrible. Levanté la cabeza al ver que el vampiro no decía nada y me sorprendió encontrarme al padre de Ivy mirándome. Tenía los labios apretados y una mirada colérica, como si la culpa fuese mía.

 

—Eres su sucesora —dijo, con los ojos clavados en los míos, y en ellos una acusación—. Deja de esquivar tus deberes.

 

A Ivy se le dispararon las aletillas de la nariz. Habría preferido no estar allí pero si me movía, solo iba a llamar más la atención.

 

—Cometí un error —dijo, enfadada—. Y estoy dispuesta a pagar lo que sea para poder librarme, pero es que va a empezar a hacer da?o a la gente para obligarme a hacer lo que él quiere y eso no es justo.

 

Su padre lanzó una risita desde?osa y se levantó.

 

—?Y qué esperabas? Va a utilizar todo lo que pueda y a quien sea para manipularte. Es un se?or de los vampiros. —Puso las manos en la mesa y se inclinó hacia Ivy—. Es lo que hacen.

 

Muerta de frío, recorrí con la mirada el paisaje, hasta el río. Daba igual si Piscary estaba en la cárcel o no. Lo único que tenía que hacer era dar la orden y sus secuaces no solo pondrían a Ivy en su lugar, sino que también me quitarían a mí de en medio. Drástico pero eficaz.

 

Pero Ivy levantó la cabeza y la sacudió para tranquilizarse antes de alzar los ojos húmedos hacia su padre.

 

—Papá, dice que va a empezar a recurrir a Erica.

 

El rostro del hombre se volvió tan ceniciento que las peque?as marcas de fiebre destacaron con crudeza. Me recorrió una sensación de alivio al comprender que yo no era el objetivo de Piscary, y después me invadió la culpabilidad por sentirme así.

 

—Hablaré con él —susurró el vampiro; era obvio lo mucho que le preocupaba su hija menor, tan inocente y tan viva.

 

Me estaba poniendo enferma. En aquella conversación se ocultaban las sombras oscuras y feas de los pactos ocultos que hacían los hijos mayores para proteger de un padre abusivo a los hermanos menores, inocentes todavía. La sensación se reforzó cuando su padre repitió la frase en voz baja.