—?Skimmer! —gritó Ivy con la voz casi aterrada mientras me daba la espalda.
Me latía muy rápido el corazón y empecé a sudar. El cuello me dolía, ardiendo con la promesa de algo, tan fuerte que me lleve la mano a la garganta para tocar la cicatriz; me sentía traicionada y espantada.
—?Es mi socia en la empresa! —exclamó Ivy—. ?No compartimos sangre!
La esbelta mujer se nos quedó mirando y empezó a ponerse roja de vergüenza.
—Oh, Dios —tartamudeó y se encogió en una postura ligeramente sumisa—. Lo siento. —Se llevó una mano a la boca—. Lo siento mucho, de verdad. —Miró a Ivy, que empezaba a relajarse—. Ivy, pensé que ahora tenías una sombra. Huele como tú. Solo quería ser educada. —La mirada de Skimmer cayó sobre mí de repente mientras yo intentaba detener los latidos de mi corazón—. Me pediste que me quedara en tu casa. Pensé… Dios, lo siento. Pensé que era tu sombra. No sabía que era tu… amiga.
—No pasa nada —mentí mientras me obligaba a levantarme. No me gustó el modo en que dijo ?amiga?. Implicaba mucho más de lo que éramos. Pero en ese momento no estaba por la labor de intentar explicarle a la antigua compa?era de piso de Ivy que ni compartíamos sangre ni cama. Ivy tampoco era de mucha ayuda, allí plantada, como un ciervo al que hubieran sorprendido unos faros. Y además tenía la extra?a sensación de que seguía perdiéndome algo. Dios, ?cómo me he metido en esto?
Erica seguía de pie junto a las escaleras, con los ojos muy abiertos y la boca también. Skimmer parecía angustiada y ansiosa por reparar su error, se alisó el pantalón y se atusó el pelo. Después respiró hondo. Todavía acalorada, me tendió la mano con gesto formal en un obvio intento de mostrar buenas intenciones y dio un paso adelante.
—Lo siento —dijo cuando se detuvo ante mí—. Me llamo Dorothy Claymor. Puedes llamarme así si quieres. Supongo que me lo merezco.
Me las arreglé para esbozar una sonrisa forzada.
—Rachel Morgan —dije mientras le estrechaba la mano.
La mujer se quedó helada y yo me aparté. Skimmer miró a Ivy y todo empezó a encajar.
—La que metió a Piscary en la cárcel —a?adí, solo para asegurarme de que sabía cuál era mi posición.
Una sonrisa enfermiza cruzó el rostro de Ivy. Skimmer dio un paso atrás y su mirada nos recorrió a las dos. La confusión pintó sus mejillas de un rojo brillante. En menuda mierda estábamos metidas. Menudo montón de mierda pegajosa y apestosa, cuyos niveles, además, no dejaban de subir.
Skimmer tragó saliva.
—Es un placer conocerte. —Y después a?adió con cierta vacilación—: Madre, esto sí que es embarazoso.
Sentí que se me relajaban los hombros cuando la oí admitirlo. Ella iba a hacer lo que tenía que hacer y yo iba a hacer lo que tenía que hacer también. ?Ivy? Ivy iba a volverse loca.
Erica se adelantó y, en el silencio, el tintineo de su bisutería resonó con fuerza.
—Esto, bueno, ?alguien quiere una galleta o algo?
Ya, claro, una galleta. Con eso se arregla todo. Y para mojar, ?un chupito de tequila, quizá? No, mejor aún, la botella entera. Sí, no nos iría mal.
Skimmer se obligó a sonreír. Su reluciente porte se estaba deshaciendo por momentos, pero no lo estaba llevando nada mal teniendo en cuenta que había dejado su casa y a su ama para reavivar una relación con su antigua novia del instituto que resultaba que estaba viviendo con la mujer que había metido entre rejas a su nuevo jefe. No se pierdan el próximo programa de Los días de los no muertos, en el que Rachel se entera de que su hermano, perdido mucho tiempo atrás, es en realidad el príncipe heredero procedente del espacio exterior. Mi vida era una mierda.
Skimmer le echó un vistazo a su reloj y no puede evitar fijarme en que tenía diamantes en lugar de números.
—Tengo que irme. He quedado con… alguien dentro de una hora.
Había quedado con alguien dentro de una hora. Justo después de la puesta de sol. ?Por qué no decía Piscary y se dejaba de tonterías?
—?Quieres que te lleve? —dijo Ivy con un tono que parecía casi melancólico, si es que era capaz de dejar que se le notara esa emoción concreta.
Skimmer miró a Ivy, después a mí y luego otra vez a Ivy, el dolor y la decepción asomaron fugazmente en el fondo de sus ojos.
—No —dijo en voz baja—. Viene un taxi a recogerme. —Tragó saliva e intentó recuperar la compostura—. De hecho, creo que ya está ahí.
Yo no oía nada, claro que tampoco tenía el oído de una vampiresa viva.
Skimmer se adelantó con gesto incómodo.
—Encantada de conocerte —me dijo y después se volvió hacia Ivy—. Te llamo después, cielo —dijo con los ojos cerrados y un largo abrazo.
Ivy seguía estupefacta, inmersa en su dilema, y se lo devolvió con gesto atontado.