No dije nada, contenta de que nos hubiésemos puesto de nuevo en movimiento. No es que le hubiera asustado. Es que el miedo le había paralizado. Debía haber sido horrible. No me extra?aba que se hubiera marchado. Genial, ahora me sentiría culpable todo el día.
Ivy sacudía el volante para cambiar de carril. Se oyó un claxon, y miró al conductor responsable del mismo por el espejo retrovisor. Lentamente, el coche dejó un amplio espacio entre nosotros, intimidado por la fuerza de aquella mirada.
—?Te importa si paramos un minuto en casa de mis padres? Está de camino.
—Claro que no. —Contuve un grito cuando giró bruscamente a la derecha justo delante del camión que acabábamos de pasar—. Ivy, puede que tengas reflejos felinos pero el tipo que conducía ese camión se ha meado encima.
Ella emitió un gru?ido, quedándose a medio metro del guardabarros del coche que había delante de nosotras.
Ivy hizo un notable esfuerzo por conducir normalmente a través de las zonas más transitadas de los Hollows, y lentamente fui relajando el apretón que le estaba propinando a mi mochila. Era la primera vez que estábamos juntas y alejadas de Jenks en una semana, y ninguna de nosotras sabía qué comprarle para el solsticio. Ivy se inclinaba por la caseta para perros climatizada que había visto en un catálogo; lo que fuera por sacarle a él y a su familia de la iglesia. Yo me conformaría con una caja de seguridad que pudiéramos cubrir con un trapo y hacer como si fuera una mesita.
A medida que Ivy conducía, crecían los terrenos forestados y los árboles eran más altos. Las casas comenzaban a alejarse de la carretera hasta que solamente asomaban sus tejados por encima del bosque.
Nos encontrábamos justo en los límites de la ciudad, directamente junto al río. En realidad no estaba de camino al centro comercial, pero la interestatal no quedaba lejos y, teniendo eso en cuenta, la ciudad era mucho más amplia.
Ivy se dirigió sin pensarlo dos veces hacia un camino tras una verja. Unas líneas simétricas marcaban en negro un sendero sobre la nieve recién caída, ya que había sido despejada. Me incliné para mirar por la ventanilla; yo jamás había visto la casa de sus padres. El vehículo fue perdiendo velocidad hasta detenerse ante una antigua casa de tres plantas con aspecto romántico; estaba pintada de blanco y tenía las contraventanas de color verde esmeralda. Había un peque?o biplaza rojo aparcado en la puerta, totalmente seco y sin rastro de nieve.
—?Tú creciste aquí? —le pregunté al salir. Los dos nombres del buzón me hicieron pensar un buen rato, hasta que recordé que los vampiros conservaban sus apellidos después del matrimonio para mantener intactos los linajes vivos. Ivy era una Tamwood; su hermana era una Randal.
Ivy cerró su puerta de un golpe e introdujo las llaves en su bolso negro.
—Sí. —Miraba las luces de fiesta, que aportaban un toque sutil y de buen gusto. Estaba oscureciendo. El sol se encontraba solamente a una hora de ponerse, y yo esperaba que, para entonces, ya nos hubiésemos marchado. No estaba especialmente interesada en conocer a su madre.
—Entremos —dijo Ivy, pisando sonoramente con sus botas los despejados escalones, y la seguí hacia el porche cubierto. Abrió la puerta y gritó:
—?Hola! ?Estoy en casa!
Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando me detuve en el umbral para sacudirme la nieve. Me gustaba oír su voz tan relajada. Tras entrar, cerré la puerta y respiré profundamente. Olía a clavo y a canela; alguien había estado usando el horno.
La enorme entrada era en su totalidad de madera barnizada con sutiles tonos crema y blancos. Era tan discreta y elegante como nuestra sala de estar era cálida e informal. Un tallo de rama de cedro ascendía por la barandilla de la escalera más cercana en forma de gráciles ondas. Hacía calor, por lo que me desabroché el abrigo y me metí los guantes en los bolsillos.
—El coche de fuera es el de Erica. Probablemente esté en la cocina —dijo Ivy dejando su bolso sobre la mesita que había junto a la puerta. Estaba tan lustrosa, que parecía hecha de plástico negro.
Tras quitarse su abrigo, se lo colgó de un brazo y se encaminó hacia una gran arcada a la izquierda, aunque se detuvo en seco al oír unas pisadas en las escaleras. Ivy levantó la mirada; su plácido rostro cambió de expresión. Me llevó un momento comprender que se sentía feliz. Mis ojos siguieron a los suyos hasta ver a una joven que descendía las escaleras.