Cogí la botella de sus manos y llené con ella el peque?o orificio en la puerta del lavaplatos.
—Yo le insisto en que ser la sucesora de Piscary no es perjudicial para ella, sino todo lo contrario —afirmó—. No pierde nada de ella misma, y gana muchas cosas. Como el tema vampírico, y poseer casi la misma fuerza de un no muerto sin ninguno de sus inconvenientes.
—Como por ejemplo, un alma que te diga que está mal ver a los clientes de un bar como un aperitivo —dije con aspereza, y cerré la puerta de un golpe.
Kisten dejó escapar un suspiro; la delicada tela de su traje se arrugó a la altura de sus hombros al quitarme de las manos la botella de detergente y colocarla sobre la encimera.
—No es así —insistió—. Las ovejas son tratadas como ovejas, los adictos son utilizados y aquellos que merecen más, lo reciben todo.
—?Y quién eres tú para tomar esa decisión? —repliqué con los brazos cruzados sobre mi pecho.
—Rachel —respondió con la voz cansada mientras abarcaba mis codos con sus manos—. Son ellos mismos quienes toman esa decisión.
—Eso no me lo creo. —Pero no me retiré ni le aparté sus manos—. E incluso si lo hacen, tú te aprovechas de ello.
La mirada de Kisten se distanció, sin poder sostener la mía, al tiempo que tiraba de mis brazos hacia una postura menos agresiva.
—La mayoría de la gente —comenzó a decir—, está desesperada por que la necesiten. Y si no se sienten bien con ellos mismos, o creen que no merecen el amor, algunos se aferrarán a la peor manera posible de satisfacer esa necesidad de castigarse a sí mismos. Son los adictos, las sombras, tanto queridas como rechazadas, marchitos como las serviles ovejas en las que se convierten al buscar un destello de algo que merezca la pena, a sabiendas de que es falso, incluso cuando lo imploran. Sí, es triste. Y sí, nos aprovechamos de los que nos lo permiten. Pero ?qué es peor?, ?aprovecharse de alguien que quiere que lo hagas, y saber en tu alma que eres un monstruo, o aprovecharte de una persona que no lo desea y demostrarlo?
Mi corazón latía con fuerza. Yo quería discutir con él, pero estaba de acuerdo con todo lo que había dicho.
—Y luego están aquellos que se relamen con el poder que tienen sobre nosotros. —Los labios de Kisten se apretaron por un una rabia pasada, y apartó sus manos de mí—. Los astutos que saben que nuestra necesidad de ser aceptados y comprendidos es tan profunda que puede llegar a ser abrumadora. Aquellos que juegan con eso, sabiendo que haremos casi cualquier cosa por esa invitación a tomar la sangre que tan desesperadamente anhelamos. Los que se regocijan en la dominación oculta que puede ejercer un amante, sintiendo que les eleva hasta casi convertirlos en dioses. Esos son los que desean ser como nosotros, creyendo que eso los hará poderosos. Y también los utilizamos, y los desechamos con menos pesar que a las ovejas, a no ser que lleguemos a odiarlos, y en ese caso los convertimos en uno de nosotros, en forma de cruel retribución.
Kisten cubrió mi mentón con su mano. Estaba caliente, y no se la quité.
—Y luego están los pocos que conocen el amor, que lo comprenden. Los que se entregan libremente y solo piden a cambio que les correspondan, los que confían. —Sus ojos perfectamente azules no pesta?earon, y contuve mi respiración—. Puede ser hermoso, Rachel, cuando hay confianza y amor. No hay ataduras. Ninguno pierde su voluntad. Ninguno vale menos que el otro. Ambos se convierten en algo más de lo que valen por sí solos. Pero es tan escaso, tan hermoso cuando ocurre…
Sentí un escalofrío y me pregunté si me estaba mintiendo.
El suave roce de su mano en mi barbilla cuando se apartaba hizo que la sangre me hirviera. Pero él no se dio cuenta; su atención se dirigía hacia la llegada del amanecer, que ya era visible en la ventana.
—Me siento mal por Ivy —susurró—. No quiere aceptar su necesidad de pertenecer a alguien, ni siquiera cuando ello guía cada uno de sus movimientos. Ella desea ese amor perfecto pero no cree merecerlo.
—Ella no ama a Piscary —musité—. Has dicho que no había belleza sin confianza y amor.
Kisten me miró a los ojos.
—No me refería a Piscary.
Dirigió su mirada hacia el reloj que había sobre el fregadero y, en cuanto dio un paso hacia atrás, supe que se marchaba.
—Se está haciendo tarde —dijo; su voz distante me indicó que, mentalmente, ya se encontraba en algún otro lugar. Entonces se le aclararon sus ojos y regresó—. He disfrutado de nuestra cita —afirmó mientras se alejaba—. Pero la próxima vez, no habrá un límite en lo que puedo gastar.
—?Estás dando por hecho que habrá una próxima vez? —pregunté, tratando de relajar el ambiente.
Correspondió a mi sonrisa con la suya propia; los mechones que le caían sobre la cara reflejaban la luz.