Antes bruja que muerta

—Solo si me dejas hacerlo a mí.

 

—Trato hecho. —Mi pulso tan solo se aceleró una pizca al abrir la puerta y entrar delante de él. Nos recibió la melodía de un jazz lento que provenía del cuarto de estar. Ivy estaba en casa, y esperaba que ya hubiese salido y regresado de su ?tratamiento?, que se administraba dos veces por semana. Una versión de Lilac Wine, dulcemente interpretada, creaba un ambiente relajado, acentuado por la oscuridad del santuario.

 

Me quité el abrigo de Kisten; el forro de seda sonó con un suave siseo al deslizarse sobre mí. El santuario estaba oscuro y silencioso; los pixies estaban amodorrados en mi escritorio, aunque a estas horas ya deberían estar levantados. Con la intención de no romper el ambiente, me quité las botas mientras Kisten colgaba su abrigo junto al que me había prestado.

 

—Vamos atrás —susurré, sin querer despertar a los pixies. Kisten sonrió suavemente al seguirme hasta la cocina. Fuimos en silencio, pero supe que Ivy nos había oído cuando bajó una pizca el volumen de la música. Tras arrojar mi bolso de mano hacia mi lado de la mesa, me sentí como otra persona al dirigirme, con mis pies tan solo cubiertos por unas medias, al frigorífico a por el café. Capté mi reflejo en la ventana. Si no le prestabas atención a las manchas de nieve y el pelo embarullado, no tenía tan mal aspecto.

 

—Cogeré el café —le dije, buscando en el frigorífico mientras el sonido del agua al caer se mezclaba con el jazz. Una vez que cogí los granos me di la vuelta, para encontrarle junto al fregadero con aspecto cómodo y relajado en su traje a rayas, limpiando la nueva cafetera. Estaba completamente absorto en su tarea, aparentemente sin darse cuenta de que me encontraba en la misma habitación, al tiempo que tiraba los posos usados y sacaba un filtro del armario con un movimiento suave e instintivo.

 

Tras pasar cuatro horas completas con él sin un comentario de flirteo o insinuación sexual relacionado con la sangre, me sentía cómoda. No sabía que podía ser así, normal. Lo observaba moverse, sin pensar en nada. Me gustó lo que vi, y me pregunté cómo sería estar así todo el tiempo.

 

Como si hubiera sentido mis ojos en su nuca, Kisten se volvió.

 

—?Qué? —preguntó sonriente.

 

—Nada. —Miré hacia el oscuro pasillo—. Quiero ver cómo está Ivy.

 

Los labios de Kisten se separaron, mostrando unos dientes brillantes al ampliarse su sonrisa.

 

—Muy bien.

 

Sin estar segura del motivo por el que aquello parecía agradarle, le lancé una mirada enarcando las cejas y me dirigí hacia la sala de estar, iluminada con velas. Ivy estaba echada cual larga era en su cómodo sillón de ante, con la cabeza sobre uno de los brazos, y sus pies apoyados en el otro. Al entrar, sus ojos marrones se movieron rápidamente hacia los míos, apreciando el suave y elegante estilo de mi ropa hasta mis pies, calzados con sus correspondientes medias.

 

—Tienes nieve por todas partes —advirtió, sin cambiar de posición ni de expresión.

 

—Es que, eh, me he resbalado —mentí, y ella me creyó, pensando que mi nerviosismo no era más que vergüenza—. ?Por qué siguen dormidos los pixies?

 

Ivy resopló, incorporándose hasta poner sus pies sobre el suelo, y yo tomé asiento en el sofá a juego, frente a ella y con la mesita de café entre ambas.

 

—Jenks los tuvo levantados hasta después de que te fueras, para que no estuvieran despiertos cuando llegases a casa.

 

Mis labios se curvaron en una sonrisa de gratitud.

 

—Recuérdame que le haga unos pasteles de miel —le dije, reclinándome y cruzando las piernas.

 

Ivy se dejó caer en su asiento, imitando mi postura.

 

—Y… ?qué tal ha ido tu cita?

 

Mis ojos se encontraron con los suyos. Consciente de que Kisten escuchaba desde la cocina, me encogí de hombros. Ivy a menudo actuaba como un novio celoso, lo cual era muy, muy extra?o. Pero ahora sabía que eso se debía a su necesidad de conservar mi confianza, lo que resultaba algo más fácil de entender, aunque seguía siendo raro.

 

Ivy respiró lenta y profundamente, y supe que estaba inhalando el aire para asegurarse de que nadie me había mordido en Piscary's. Relajó los hombros y yo hice una mueca de exasperación.

 

—Oye, eh… —comencé a decir—, siento mucho lo que te dije antes. Lo de Piscary's. —Sus ojos se movieron con rapidez hacia los míos y proseguí inmediatamente—. ?Te apetece ir algún día? Quiero decir juntas. Creo que si me quedo en la parte de abajo, no me desmayaré. —Entrecerré los ojos, sin saber por qué estaba haciendo aquello, exceptuando que si no encontraba pronto una forma de relajarse, terminaría por descontrolarse. No me gustaría estar cerca cuando eso ocurriera. Y me sentiría mejor estando allí para echarle un ojo. Tenía la sensación de que se desmayaría con más rapidez de lo que yo lo había hecho.