—Skimmer —dije cuando se separaron y la conmocionada y resignada mujer sacó una fina americana del armario del vestíbulo y se la puso—. No es lo que tú crees.
Skimmer se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y miró a Ivy durante un buen rato con una expresión de profundo pesar.
—No es lo que yo piense lo que importa —dijo al abrir la puerta—. Es lo que Ivy quiere.
Abrí la boca para protestar pero ella se fue y cerró la puerta con suavidad a sus espaldas.
17.
La partida de Skimmer dejó un silencio incómodo. Cuando el taxi aceleró por el camino de entrada, miré a Ivy, que seguía plantada en aquella entrada impoluta y blanca, con su elegante decoración que carecía por completo de cualquier tipo de calidez. La embargaba la culpa. Yo sabía que era porque le habían recordado que todavía tenía esperanzas de que algún día yo fuese su sucesora, y al parecer con algún que otro beneficio a?adido. Era una posición que creo que Skimmer aspiraba a ocupar, y por eso había vuelto. La miré sin saber muy bien lo que sentía.
—?Por qué dejaste que creyera que éramos amantes? —le dije, por dentro estaba temblando—. Dios, Ivy. Ni siquiera compartimos sangre y ella piensa que somos amantes.
La expresión de Ivy se volvió ilegible, lo único que traicionó sus emociones fue la tensión apenas perceptible de su mandíbula.
—No es eso lo que piensa, para nada. —Y salió con paso firme de la habitación—. ?Quieres un poco de zumo? —exclamó.
—No —dije en voz baja mientras la seguía a las entra?as de la casa. Sabía que si seguía insistiendo, lo más probable era que se cerrara todavía más. La conversación no había terminado pero no era buena idea sostenerla delante de Erica. Me dolía la cabeza. Quizá pudiera hacerla hablar si salíamos de compras y nos tomábamos un café y un poco de tarta de queso. Quizá debería mudarme a Tombuctú o las monta?as de Tennessee, o algún otro lugar donde no hubiera vampiros. (No me preguntéis. Ese sitio es muy raro, incluso para los inframundanos… que ya es decir mucho).
Erica me seguía de cerca, su cháchara sin sentido era un intento obvio de disimular los temas que había sacado Skimmer. Su voz alegre llenaba de vida aquella casa yerma mientras nos seguía por las grandes habitaciones apenas iluminadas, llenas de muebles de maderas nobles y corrientes frías. Tomé nota de no meter jamás a Erica y Jenks en la misma habitación. No me extra?aba que Ivy no tuviera ningún problema con Jenks. Su hermana estaba cortada por el mismo patrón.
Las botas de Ivy se detuvieron en el suelo pulido cuando dejamos un comedor formal de color azul oscuro y entramos en una cocina espaciosa y llena de luz.
Parpadeé. Ivy se encontró con mi mirada sorprendida y se encogió de hombros. Yo sabía que Ivy había reformado la cocina de la iglesia antes de que yo me mudara y al mirar a mi alrededor, me di cuenta que la había dise?ado como la cocina en la que ella había crecido.
La habitación era casi igual de espaciosa; en el centro, la misma isleta con una encimera. Encima, en lugar de mis cucharas de cerámica y mis tinajas de hechizos de cobre, colgaban de los ganchos ollas de hierro fundido y utensilios de metal, pero era un lugar igual de cómodo en el que apoyarse. Había una pesada mesa antigua (gemela de la nuestra) junto a la pared más cercana, justo donde yo la buscaría. Hasta los armarios eran del mismo estilo y las encimeras tenían un color idéntico. El suelo, sin embargo, era de baldosas en lugar de linóleo.
Detrás del fregadero, donde yo tenía una única ventana que daba al cementerio, había unos ventanales que mostraban un largo campo de nieve que se extendía hasta la cinta gris del río Ohio. Los padres de Ivy tenían una propiedad muy grande. Allí abajo se podía poner a pastar a un reba?o entero.
En la cocina pitó una tetera y mi amiga la apartó del fogón. Dejé caer el bolso en la mesa, donde estaría mi silla si estuviera en casa.
—Qué bonito —dije con ironía.
Ivy me lanzó una mirada cauta, estaba claro que se alegraba de que yo hubiera dejado para después la conversación pendiente sobre Skimmer.
—Era más barato hacer las dos cocinas a la vez —dijo y yo asentí. Hacía calor así que me quité el abrigo y lo colgué del respaldo de la silla.