Antes bruja que muerta

Las palpitaciones que sentía en la cabeza se retiraron hasta convertirse en una agonía más suave y cuando oí un peque?o soplido y me llegó el aroma acre de una vida apagada volví a abrir los ojos.

 

Bajo la luz de la farola que se filtraba por mis cortinas, vi a Ceri sentada en una silla de la cocina junto a mi cama. Tenía una palangana de agua en el regazo y me encogí cuando la puso sobre la guía para salir con vampiros de Ivy, que tenía que estar allí, vaya por Dios, donde todo el mundo pudiera verla. Al otro lado de mi cama estaba Keasley, una sombra encorvada. Encaramado al poste de la cama, Jenks resplandecía con una luz ámbar apagada; en el fondo, como escondido, estaba David ocupando la mitad del espacio con su tama?o lobuno.

 

—Creo que hemos vuelto a Kansas, Toto —murmuré y Keasley carraspeó.

 

Tenía la cara húmeda y fría y una corriente de la puerta abierta se mezcló con el olor a cerrado de la calefacción que salía por el respiradero.

 

—?Jenks! —gemí cuando recordé la oleada de aire invernal que lo había golpeado—. ?Están bien tus críos?

 

—Sí, están bien —dijo y volví a derrumbarme sobre la almohada. Me llevé la mano a la garganta como pude. Tenía la sensación de estar sangrando por dentro.

 

—?David? —pregunté en voz más baja—. ?Qué hay de ti?

 

Sus jadeos se incrementaron y apartó a Keasley para lanzarme un resoplido cálido y húmedo en la oreja. Abrió las mandíbulas y Ceri ahogó un grito cuando David me sujetó la cara entera con la boca.

 

La adrenalina superó al dolor.

 

—?Eh! —exclamé resistiéndome mientras él me daba una suave sacudida y me soltaba. Con el corazón a mil, me quedé helada al sentir el gru?ido suave que se despertaba y la nariz húmeda que me acariciaba la frente. Con un resoplido perruno, David volvió a salir al pasillo sin ruido.

 

—?Qué diablos significa eso? —dije con el corazón taladrándome un agujero en el pecho.

 

Jenks se alzó entre una llovizna de polvo de pixie que me hizo gui?ar los ojos. No brillaba tanto, pero me dolían mucho los ojos.

 

—Se alegra de que estés bien —dijo con sus diminutos rasgos muy serios.

 

—?Esto es estar bien? —pregunté. Desde el santuario llegó un extra?o ladrido de risa, como un canto tirolés.

 

Me dolía la garganta y me llevé la mano a ella al incorporarme. Tenía saliva de hombre lobo en la cara y me la limpié con la toalla húmeda antes de dejarla al borde de la palangana. Me dolían los músculos. Joder, me dolía todo. Y no me había hecho ninguna gracia tener la cabeza dentro de la boca de David.

 

El sonido de unas u?as bien cuidadas que resonaban en la madera del suelo me llamó la atención desde el pasillo oscuro por el que pasó trotando el lobo, rumbo a la parte posterior de la iglesia. Llevaba la mochila y la ropa en la boca e iba arrastrando el abrigo como una presa recién cazada.

 

—Jenks —dijo Ceri en voz baja—. Mira a ver si va a transformarse aquí o necesita ayuda para meter las cosas en la bolsa.

 

Jenks se alzó en el aire y volvió a caer cuando se oyó un corto ladrido negativo en el salón.

 

Con las mandíbulas apretadas para contener un dolor de cabeza del tama?o de Tejas, decidí que era muy probable que volviera a transformarse antes de irse. Era ilegal convertirse en lobo en público, salvo los tres días de luna llena. En la antigüedad, ese tipo de reservas no eran más que una tradición, pero se habían convertido en ley para que los humanos no se sintieran incómodos. Lo que los hombres lobo hicieran en su casa era asunto suyo. Yo estaba segura de que nadie diría nada por que se hubiera transformado para ayudar a salvarme de un demonio, pero no podía conducir con la forma que tenía y, desde luego, no iba a coger el autobús así.

 

—Bueno —dijo Keasley al sentarse al borde de mi cama—, vamos a echarte un vistazo.

 

—Ahh… —exclamé cuando me tocó el hombro y el músculo magullado me envió una punzada de dolor. Le quité la mano y él se acercó más todavía.

 

—Me había olvidado de lo pesada que eres como paciente —dijo volviendo a estirar la mano—. Quiero saber dónde te duele.

 

—Para —gru?í mientras intentaba apartar aquellas manos nudosas y artríticas—. Me duele el hombro donde me lo pellizcó Al. Me duelen las manos donde me las ara?é, me duele la barbilla y el estómago por donde me arrastró escaleras abajo. Me duelen las rodillas de… —dudé un momento— …caerme en la carretera. Y me duele la cara donde me dio el bofetón Al. —Miré a Ceri—. ?Tengo un ojo a la funerala?

 

—Lo tendrás por la ma?ana —dijo ella en voz baja y con una mueca de comprensión.

 

—Y tengo un corte en el labio —terminé mientras me lo tocaba. Un leve tufillo a árnica montana se unió al olor de la nieve. David iba recuperando su forma habitual, poco a poco y sin prisas. No le quedaba más remedio, después del dolor que debía de haber soportado para transformarse antes tan rápido. Me alegré de que tuviera un poco de árnica montana. Esa hierba era un analgésico suave además de un sedante que hacía las cosas más fáciles. Una pena que solo funcionara con hombres lobo.