Antes bruja que muerta

—No —dijo—. Ella no sabe cómo se almacena como es debido. Un poco más y su mente terminará cediendo. Se volverá loca antes de que le ense?es cómo te gusta el té.

 

—No hay que estar cuerda para hacer té o para tostarme el pan solo por un lado —se burló él. Me levantó el brazo de un tirón y me puso en pie sin que yo me resistiera.

 

Ceri sacudió la cabeza y siguió en la nieve como si estuviéramos en verano.

 

—Estás siendo muy mezquino. La has perdido. Ha sido más lista que tú. Tienes muy mal perder.

 

Al me pellizcó el hombro y yo apreté los dientes, me negaba a gritar. Solo era dolor. Nada comparado al fuego constante de siempre jamás que me obligaba a contener por él.

 

—?Mal perder! —gritó. Yo oí los gritos de miedo de las personas que se ocultaban en las sombras—. No puede ocultarse en terreno sagrado para siempre. Si lo intenta, encontraré el modo de usarla a través de las líneas.

 

Ceri miró a David y yo cerré los ojos, desesperada. Ceri pensaba que podía hacerlo. Que Dios me ayudase. Solo era cuestión de tiempo antes de que encontrase un modo. Iba a perder la apuesta que había hecho para salvar mi alma.

 

—Vete —dijo Ceri tras apartar los ojos de David—. Vuelve a siempre jamás y deja a Rachel Mariana Morgan en paz. Aquí no te ha llamado nadie.

 

—?No puedes desterrarme, Ceri! —bramó mientras me alzaba con un tirón hasta que caí contra él—. Mi familiar invocó una línea y abrió un sendero de invocación para que yo lo siguiera. ?Rompe el círculo y déjame llevarla como es mi derecho!

 

Ceri cogió aire, exultante.

 

—?Rachel! Ha reconocido que lo llamaste tú. ?Destiérralo!

 

Abrí mucho los ojos.

 

—?No! —gritó Algaliarept y me lanzó una oleada de siempre jamás. Estuve a punto de desmayarme, las olas de dolor que me atravesaron se fueron acumulando hasta que ya no quedaba nada más que agonía. Pero respiré hondo y olí el hedor de mi alma quemada.

 

—Algaliarept —dije con la voz estrangulada en un jadeo ronco—. Regresa a siempre jamás.

 

—?Peque?a puta! —gru?ó dándome un revés. La fuerza del golpe me levantó y me lanzó contra la pared de Ceri. Aterricé en un montón encogido, incapaz de pensar. Me dolía la cabeza y tenía la garganta en carne viva. Bajo mi cuerpo, la nieve estaba fría. Me acurruqué en ella, ardía.

 

—Vete. Vete de una vez —susurré.

 

La abrumadora energía de siempre jamás que me atravesaba el cerebro con un zumbido se desvaneció en apenas un instante. Gemí al notar su ausencia. Oí que me latía el corazón, se detenía y volvía a latir. Apenas era capaz de seguir respirando, vacía, a solas con mis pensamientos. Se había ido. El fuego había desaparecido.

 

—Sácala de la nieve —oí que decía Ceri con tono urgente, su voz penetraba con suavidad en mi interior como agua helada. Intenté abrir los ojos pero no pude. Alguien me levantó del suelo y sentí la calidez del calor humano. Era Keasley, decidió una peque?a parte de mí, cuando reconocí el olor a secuoya y café barato. Mi cabeza chocó contra él y dejé caer la barbilla sobre el pecho. Sentí unas manos peque?as y frías en la frente y oí cantar a Ceri, después sentí que me movía.

 

 

 

 

 

19.

 

 

—Oh, Dios —susurré; mis palabras sonaban ásperas, tanto como irritada tenía la garganta. Fue una expresión ronca, más parecida a la grava en un cubo de latón que a una voz. Me dolía la cabeza y tenía sobre los ojos una toalla peque?a y húmeda que olía a jabón Ivory—. No me encuentro muy bien. La mano fría de Ceri me tocó la mejilla.

 

—No me extra?a —dijo con ironía—. No abras los ojos. Voy a cambiarte la compresa.

 

A mi alrededor percibía la respiración suave de dos personas y un perro muy grande. Recordé de forma vaga que me habían llevado al interior, a punto de desmayarme pero sin llegar a lograrlo del todo por mucho que lo intentara. Me di cuenta por el olor de mis perfumes que Keasley me había puesto en mi habitación y era mi almohada, cómoda y conocida, lo que tenía debajo de la cabeza. Me envolvía el peso sólido de la manta afgana que siempre tenía a los pies de la cama. Estaba viva. Lo que son las cosas.

 

Ceri me quitó la toalla húmeda y a pesar de su advertencia, abrí un poco los ojos.

 

—Ay… —gemí cuando la luz de una vela que había en el tocador pareció perforarme los ojos, llegar hasta el fondo del cráneo y rebotar por allí. El dolor de cabeza se me triplicó.

 

—Te dijo que no abrieras los ojos —dijo Jenks con tono sardónico, pero el alivio de su voz era obvio. Se entrometió el tintineo de las u?as de David, seguido poco después por un resoplido cálido junto a mi oreja.

 

—Está bien —dijo Ceri en voz baja y el lobo se retiró.

 

?Bien? pensé mientras me concentraba en respirar hasta que la luz que rebotaba por mi cabeza perdió fuerza y murió. ?Esto es estar bien?