—Una estupidez por su parte, en mi opinión.
Hice caso omiso de Jenks y miré a David, que me contemplaba espantado: en parte era preocupación, en parte dolor y en parte incredulidad.
—Vino a recoger su pago por los servicios prestados —dije—. Cosa que ya recibió. Soy su familiar pero sigo conservando mi alma así que no puede largarse conmigo a siempre jamás a menos que se lo permita. —Miré al techo y me pregunté qué clase de cazarrecompensas iba a ser si no podía aprovechar una línea luminosa después de la caída del sol sin que se me echaran unos demonios encima.
David lanzó un peque?o silbido.
—No hay furtivo que merezca tanto esfuerzo.
Posé los ojos en los suyos.
—En circunstancias normales estaría de acuerdo contigo, pero en aquel momento Piscary estaba intentando matarme y me pareció una buena idea.
—Y una mierda, una buena idea. Fue una maldita estupidez —murmuró Jenks. Estaba claro que creía que si él hubiera estado allí, las cosas jamás se habrían degradado hasta ese punto. Y quizá tuviera razón.
Mordí una galleta con la misma sensación que si tuviera resaca. Aquel trozo seco me dio hambre y náuseas al mismo tiempo.
—Gracias por ayudarme —dije limpiándome las migas—. Ya me tendría si no hubieras hecho algo. ?Te encuentras bien? Jamás he visto a nadie convertirse en lobo tan rápido.
Se inclinó hacia delante y cambió de sitio la mochila para ponerla entre sus pies. Vi que sus ojos se dirigían a la puerta y supe que quería irse.
—Me duele el hombro pero me pondré bien.
—Lo siento. —Me terminé la primera galleta y empecé otra. Tenía la sensación de que podía sentirla empezando a atravesarme con un zumbido—. Si alguna vez necesitas algo, dímelo. Te debo una, una enorme. Sé lo mucho que duele. El a?o pasado pasé de bruja a visón en tres segundos. Dos veces en una sola semana.
Siseó entre dientes y le aparecieron unas cuantas arrugas en la frente.
—Ay —dijo con un respeto nuevo en los ojos.
Sonreí, en mi interior crecía una calidez nueva.
—Y que lo digas. Pero sabes, seguramente va a ser la única vez, en mi vida que esté delgada y sea due?a de un abrigo de piel.
Esbozó una leve sonrisa.
—Bueno, ?y dónde se va toda esa masa extra, entonces?
Solo quedaba una galleta y me obligué a comerla poco a poco.
—Regresa a una línea luminosa.
Asintió con la cabeza.
—Nosotros no podemos hacerlo.
—Ya me di cuenta. Que sepas que te conviertes en un lobo enorme, David.
Su sonrisa se ensanchó.
—?Sabes qué? He cambiado de opinión. Aunque quieras meterte en seguros, a mí no me llames.
Jenks se dejó caer en el plato vacío para que yo no tuviera que seguir moviendo la cabeza para verlos a los dos.
—Eso tendría que verlo —se burló—. Ya me imagino a Rachel con un traje de chaqueta gris y un maletín, el pelo recogido en un mo?o y las gafas en la nariz.
Me eché a reír y de inmediato me dio un ataque de tos. Me rodeé con los brazos y me doblé sobre mí misma, temblando por culpa de la tos seca y dura. Tenía la sensación de que me ardía la garganta pero hasta eso palidecía en comparación con el dolor de cabeza palpitante que tenía y que explotó con el movimiento repentino. El amuleto del dolor que saltaba alrededor de mi cuello no servía de mucho.
David me dio unos golpecitos en la espalda, preocupado. El dolor del hombro atravesó el amuleto y me revolvió el estómago. Con los ojos llenos de lágrimas, aparté a David. En ese momento entró Ceri, ri?éndome un poco mientras dejaba una taza de té en la mesa y me ponía una mano en el hombro. Su roce pareció calmar el espasmo y con un jadeo dejé que me recostara en los almohadones que ahuecó detrás de mí. Dejé por fin de toser y la miré.
Su rostro misterioso estaba arrugado de preocupación. Tras ella me miraban Jenks y David. No me hacía gracia que David me viera así, pero tampoco tenía muchas alternativas.
—Tómate el té —dijo mientras me ponía la taza en la mano.
—Me duele la cabeza —me quejé al tiempo que tomaba un sorbo de aquel insulso brebaje. No era té de verdad sino algo con flores y hierbajos. Lo que me apetecía en realidad era una taza de aquel café que olía tan bien pero no quería herir los sentimientos de Ceri—. Me siento como una mierda recién atropellada —me quejé.
—Y tienes la misma pinta que una mierda recién atropellada —dijo Jenks—. Tómate el té.
No sabía a nada, pero tenía un efecto balsámico. Di otro sorbo y conseguí esbozar una sonrisa para Ceri.
—Mmm. Está bueno —mentí.
Ceri se irguió, era obvio que estaba contenta cuando cogió la palangana.
—Bébetelo todo. ?Te importa que Keasley ponga una manta sobre la puerta para tapar las corrientes?