El café se había quedado frío en mi enorme taza, pero no pensaba entrar en la cocina para ir a buscar más. Ivy andaba trasteando por allí, haciendo más de aquellas repugnantes galletas a pesar de que ya habíamos hablado del tema. Yo no pensaba comérmelas y además estaba más cabreada que un trol con resaca, ?cómo se le había ocurrido colarme azufre sin que yo me enterara?
El sonido del amuleto para el dolor al golpear contra el amuleto de complexión que ocultaba el cardenal del ojo rompió el silencio cuando dejé la taza y estiré el brazo para encender la lámpara del escritorio. Había caído la tarde mientras Ceri intentaba ense?arme a almacenar energía de línea luminosa. Una luz alegre y amarilla se derramó sobre las plantas que salpicaban el escritorio y su fulgor alcanzó a Ceri, que estaba sentada en un cojín que se había traído de casa de Keasley. Podríamos haber hecho aquello en el salón, mucho más cómodas, pero Ceri había insistido en que fuera en suelo consagrado a pesar de que brillaba el sol. Y en el santuario había mucha tranquilidad. Era deprimente.
Ceri se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, una figura peque?a con vaqueros y una camisa informal bajo la sombra de la cruz. Junto a ella había una tetera que seguía humeando aunque ya hiciera rato que mi taza estaba fría. Yo tenía la sensación de que estaba utilizando la magia para evitar que se enfriara, aunque todavía no la había pillado. Acunaba con reverencia en las finas manos una tacita delicada (que también se había traído de casa de Keasley) y alrededor de su cuello brillaba la cadena con el crucifijo de Ivy. Las manos de aquella mujer nunca se alejaban mucho de él. Esa ma?ana, la hija mayor de Jenks le había trenzado el cabello rubio y parecía en paz consigo misma. Me encantaba verla así después de saber todo lo que había soportado.
Se oyó un golpe seco en la cocina seguido por el estrépito de la puerta del horno al cerrarse. Fruncí el ce?o un momento y me volví hacia Ceri cuando se dirigió a mí.
—?Lista para intentarlo otra vez?
Planté los pies cubiertos por calcetines con firmeza en el suelo y asentí. Con la rapidez que da la práctica, busqué con mi conciencia y toqué la línea de la parte de atrás de la iglesia. Se me llenó el chi, sin tomar nada mas ni nada menos que la cantidad de siempre. La energía fluyo a través de mí del mismo modo que un río fluye por un estanque. Podía hacer aquello desde que tenía doce a?os y sin querer había arrojado a Trent contra un árbol en el campamento ?Pide un deseo? de su padre. Lo que tenía que hacer era sacar parte de la energía del estanque y meterla en mi mente, en una cisterna, por así decirlo. El chi de una persona, ya sea humana, inframundana o demonio, podía contener una cantidad limitada. Los familiares actuaban como un chi extra al que un usuario mágico podía recurrir como si fuera suyo.
Ceri esperó hasta que le hice un gesto para indicarle que estaba lista antes de recurrir a la misma línea e introducirme más. Fue apenas un chorrito en lugar de la inundación de Algaliarept pero aun así me ardía la piel cuando se me desbordó el chi y la fuerza me atravesó con un murmullo en busca de algún sitio en el que acumularse. Por volver a la analogía del río y el estanque, las orillas se habían desbordado y el valle se estaba inundando.
Mis pensamientos eran el único lugar en el que podía asentarse y para cuando los encontró, yo ya había hecho en mi imaginación el diminuto círculo tridimensional que Ceri se había pasado buena parte de la tarde ense?ándome a elaborar. Relajé los hombros y sentí que el chorrito encontraba el peque?o cercado. Sentí de inmediato que se desvanecía la sensación de calor de mi piel cuando la energía que mi chi no podía contener experimentó la atracción de aquel recipiente, como gotitas de mercurio. La burbuja se expandió y resplandeció con una mancha roja que adoptó el color del aura de Al y de la mía. Qué asco.
—Pronuncia tu desencadenante —me apuntó Ceri y yo hice una mueca. Ya era demasiado tarde. La miré a los ojos y se le crisparon los labios—. Se te ha olvidado —me acusó y yo me encogí de hombros. Dejó de inmediato de forzar la energía en mi interior y el excedente se agotó en una breve chispa de calor que regresó a la línea—. Esta vez, dila —me advirtió con voz tensa. Ceri era una mujer muy agradable pero no era una maestra demasiado paciente.
Una vez más hizo que la energía de la línea luminosa hiciera rebosar mi chi. Se me calentó la piel y me empezó a palpitar el cardenal del bofetón de Algaliarept. Hubiera jurado que el amperaje era un poquito más alto de lo habitual y me dio la sensación de que era el estímulo, no demasiado sutil por cierto, de Ceri para que esa vez lo hiciera bien.