Antes bruja que muerta

—Estupendo. Muchas gracias —dije. Pero no se fue hasta que tomé otro sorbo. Su sombra abandonó el pasillo y mi sonrisa se convirtió en una mueca—. Esto no sabe a nada —susurré—. ?Por qué todo lo que me conviene tiene que ser insípido?

 

David le echó un vistazo a la puerta abierta y la luz que entraba a raudales. Jenks voló hasta su hombro cuando el hombre lobo abrió la cremallera de su mochila.

 

—Tengo algo que quizá te ayude —dijo David—. Mi antiguo socio creía ciegamente en esto. Siempre me rogaba que le diera un poco cuando se pasaba con las copas.

 

—?Ehh! —Jenks revoloteó hasta el techo con la mano en la nariz—. ?Pero cuánta árnica montana tienes ahí dentro, jardinerito?

 

La sonrisa de David se hizo más astuta.

 

—?Qué? —dijo con una expresión inocente en los ojos casta?os—. No es ilegal. Y es orgánica. Ni siquiera tiene carbohidratos.

 

El familiar aroma picante del árnica montana se hizo más denso en la peque?a habitación y no me sorprendí mucho cuando David sacó una bolsita de celofán con un cierre hermético. Reconocí la marca: Orgánicos Central del Lobo.

 

—Dame —dijo mientras me quitaba la taza y la dejaba en mi mesilla de noche.

 

Ocultó con el cuerpo lo que estaba haciendo para que no lo vieran desde el pasillo y echó una buena cucharada en la bebida. Me recorrió con los ojos y echó un poco más.

 

—Pruébalo ahora —dijo al darme la taza.

 

Suspiré. ?Por qué todo el mundo me daba cosas? Yo lo único que quería era un amuleto del sue?o o quizá una de las extra?as aspirinas del capitán Edden. Pero David parecía muy convencido y el olor de el árnica montana era más tentador que los escaramujos, así que lo revolví con el me?ique. Las hojas aplastadas se hundieron y dejaron en el té un color más intenso.

 

—?Y de qué va a servir esto? —pregunté antes de dar un sorbo—. No soy una mujer lobo.

 

David dejó caer la bolsa en su mochila y la cerró.

 

—No te va a servir de mucho. Tu metabolismo de bruja es demasiado lento para que funcione de verdad. Pero mi antiguo compa?ero era brujo y decía que ayudaba con las resacas. Por lo menos tiene que saber mejor que lo otro.

 

Se levantó para irse y yo tomé otro sorbo. Tenía razón. Relajé la mandíbula, ni siquiera me había dado cuenta de que la tenía apretada. Cálida y suave, la tisana de árnica montana se deslizó por mi garganta con una mezcla de sabores: caldo de jamón y manzanas. Tuve la sensación de que se me deshacían los nudos de los músculos, como cuando tomas un chupito de tequila. Se me escapó un suspiro y el peso ligero de Jenks al aterrizar sobre mi brazo me obligó a mirarlo.

 

—?Eh, Rache? ?Estás bien?

 

Sonreí y tomé otro trago.

 

—Hola, Jenks. ?Sabes que brillas un montón?

 

Del rostro de Jenks se borró toda expresión y David levantó lo cabeza después de abrocharse el abrigo. Sus ojos casta?os me miraban interrogantes.

 

—Gracias, David —dije, hablaba con voz lenta, precisa y profunda—. Te debo una, ?vale?

 

—Claro. —Cogió la mochila—. Cuídate mucho.

 

—Lo haré. —Engullí la mitad del té, que se deslizó esófago abajo hasta convertirse en un charco caliente en mi estómago—. Ahora mismo no me encuentro tan mal. Lo que está bien, dado que ma?ana tengo una cita con Trent y si no voy, su jefe de seguridad es capaz de matarme.

 

David se detuvo en seco en el umbral. Tras él se oía el tableteo de Keasley, que estaba clavando una manta en la puerta.

 

—?Trent Kalamack? —preguntó el hombre lobo.

 

—Sí. —Tomé otro trago e hice girar el té con el dedo me?ique hasta que el árnica montana hizo un remolino y oscureció todavía más el brebaje—. Va a hablar con Saladan. Su jefe de seguridad quiere que vaya con él. —Miré a David con un ojo cerrado, la luz del pasillo era brillante pero no me molestaba. Me pregunté dónde tenía David sus tatuajes. Los hombres lobo siempre se hacían tatuajes, no me preguntes por qué.

 

—?Conoces a Trent? —pregunté.

 

—?Al se?or Kalamack? —David volvió a entrar bruscamente en la habitación—. No.

 

Me retorcí bajo la manta y me concentré en la taza. El socio de David tenía razón. El árnica montana era genial. No me dolía nada.

 

—Trent es un gilipollas —dije al recordar de qué estábamos hablando—. Sé un par de cosas sobre él y él sabe un par de cosas sobre mí. Pero no sé nada sobre su jefe de seguridad, y si no lo hago, va a cantar.

 

Jenks revoloteó un poco; sin saber muy bien qué hacer se lanzó desde David a la puerta y después regresó conmigo. David lo miró un momento.

 

—?Cantar qué? —preguntó.

 

Me incliné un poco más hacia él y abrí mucho los ojos cuando el té amenazó con manchar la manta porque me moví más rápido de lo que habría debido. Fruncí el ce?o y me lo terminé sin que me importaran mucho las hojitas que tragué también. Sonreí, me incliné hacia delante y disfruté del olor a almizcle y árnica montana.

 

—Mi secreto —susurré mientras me preguntaba si David me dejaría buscarle los tatuajes si se lo pedía por favor. Estaba muy bien para ser un tío mayor—. Tengo un secreto pero no voy a contártelo.