—?Kisten, espera! —exclamé.
Con su mano en la puerta, se volvió. Se me encogió el pecho ante la negrura de sus ojos. Oh Dios, se había vampirizado.
—Todo saldrá bien —me aseguró con un gru?ido gutural y profundo que me llegó hasta el alma y se aferró a mi corazón.
—?Cómo lo sabes? —susurré.
Una de sus cejas rubias se elevó de una forma tan sutil, que no estaba segura de que se hubiera movido.
—Porque si me matan, entonces yo estaría muerto, y les daría caza. Lo que quieren es… hablar. Quédate en el coche.
Salió del vehículo y cerró la puerta. El coche aún estaba arrancado; la vibración del motor tensaba mis músculos uno a uno. La nieve caía sobre el cristal y se derretía, y desconecté los limpiaparabrisas.
—?Quédate en el coche? —murmuré, inquieta. Miré detrás de mí, para ver a los tres tipos del BMW que se acercaban. Los faros del coche iluminaron a Kisten, sombríamente serio, acercándose a los cuatro hombres con las palmas de sus manos levantadas con una indiferencia que yo sabía que era falsa—. Ni en sue?os voy a quedarme en el coche —dije, alcanzando el tirador y saliendo para enfrentarme al frío. Kisten se volvió.
—Te he dicho que te quedes en el coche —espetó, y yo vencí mi miedo a la severidad en su expresión. Ya se había disociado mentalmente de lo que estaba por ocurrir.
—Sí, me lo has dicho —repliqué, obligándome a mantener los brazos quietos. Hacía frío y estaba tiritando.
Kisten titubeó, claramente dividido. Los hombres que se acercaban se separaron. Estábamos rodeados. Sus caras eran serias, aunque confiadas. Solo les faltaba un bate o una palanca que golpear contra su otra mano para hacerlo completo. Pero eran brujos. Su fuerza se encontraba en su magia.
Respiré lentamente, y me mecí hacia delante sobre la plana superficie de mis botas. Al sentir el empuje de la adrenalina, me moví en la estela de los faros del coche y pegué mi espalda a la de Kisten.
Aquella ansia oscura en sus ojos pareció detenerse.
—Rachel, por favor, espera en el coche —insistió con una voz que me puso la piel de gallina—. Esto no durará mucho, y no quiero que te enfríes.
?No quería que me enfriase?, pensé, observando a los tres tipos del BMW a nuestra espalda formar una barrera humana.
—Hay siete brujos aquí —dije suavemente—. Solo se necesitan tres para formar una red, y uno para sostenerla una vez que está en su sitio.
—Cierto, pero yo solo necesito tres segundos para tumbar a un hombre.
Los tipos que había delante de mí vacilaron. Existía una razón por la que la SI no enviaba brujos para apresar a un vampiro. Siete contra uno podía ser suficiente, pero no sin que alguien saliera seriamente herido.
Eché un vistazo por encima del hombro para advertir que los cuatro tipos del Cadillac estaban mirando hacia el hombre del abrigo largo que había salido del BMW. Su jefe, pensé, creyendo que parecía estar demasiado seguro mientras se ce?ía su abrigo y hacía un ademán con su cabeza hacia los hombres que había a nuestro alrededor. Los dos delante de Kisten comenzaron a avanzar y tres de ellos retrocedieron. Sus labios se movían y sus manos se agitaban. Se me erizó el vello de la nuca ante el súbito aumento de energía.
Supuse que al menos tres eran brujos de líneas luminosas; entonces me quedé paralizada cuando uno de los hombres que avanzaban sacó una pistola. Mierda. Kisten podía regresar de entre los muertos, pero yo no.
—Kisten… —le avisé, elevando mi voz con los ojos fijos en el arma.
Kisten se movió y yo salté. Durante un momento se encontraba a mi lado y, al siguiente, ya estaba entre ellos. Sonó un disparo. Jadeando, me agaché, cegada por los faros del Corvette. Mientras seguía inclinada, vi que uno de los hombres había caído, pero no el que tenía la pistola.
Rodeándonos, casi invisibles bajo el destello, los brujos luminosos murmuraban y realizaban gestos, cercando su red al avanzar paso a paso. Sentí un hormigueo en la piel mientras la malla caía sobre nosotros.
Con un movimiento demasiado rápido para seguirlo, Kisten agarró la mu?eca del hombre con la pistola. El crujido del hueso se oyó claramente en aquel aire frío y seco. Se me encogió el estómago cuando el hombre cayó de rodillas mientras gritaba. Kisten siguió con un poderoso pu?etazo a la cabeza. Alguien estaba gritando. El arma cayó y Kisten se hizo con ella antes de que tocara la nieve.
Con un giro de mu?eca, Kisten lanzó el arma hacia mí. Destelló bajo la luz de los faros al tiempo que me lanzaba hacia delante para cogerla. El pesado metal cayó en mis manos. Me sorprendió lo caliente que estaba. Sonó un nuevo disparo y salté hacia un lado. El arma cayó sobre la nieve.