Kisten permanecía junto a mí, y una capa de nieve comenzaba a acumularse sobre su abrigo de cuero, que yacía colgado de su brazo. Su rostro estaba triste y apagado bajo la tenue luz de una farola. Tomó aire, y yo entrecerré mis ojos. Se le escapó un breve sonido de derrota. Podía sentir cómo mi sangre se aceleraba, y mi cuerpo estaba caliente y frío al mismo tiempo, debido a mi rabia y al cortante viento proveniente del río. Aún me gustaba menos que Kisten probablemente pudiera leer mis sentimientos mejor que yo misma.
Sus ojos, con aquel creciente borde azulado, miraron por encima de mí, hacia el barco. Mientras los observaba, se tornaron negros, helándome la sangre.
—Tienes razón —dijo con brevedad, con tensión en su voz—. Sube al coche.
Mi ira volvió a manifestarse. Hijo de puta…
—No me des órdenes —espeté firmemente.
Estiró su brazo y yo me aparté antes de que pudiera tocarme. Sus ojos negros parecían desalmados bajo la débil luz; continuó su movimiento hasta abrirme la puerta.
—No lo hago —afirmó, acelerando sus movimientos hasta aquella escalofriante rapidez vampírica—. Hay tres tipos bajando del barco. Puedo oler la pólvora. Tenías razón, yo me equivocaba. Sube al maldito coche.
14.
El miedo estalló en mi interior y, al sentirlo, Kisten tomó aire como si le hubiera abofeteado. Me quedé paralizada, percibiendo en su incipiente ansia que tenía algo más de lo que preocuparme aparte de las pisadas que oía bajar por la pasarela. Entré en el coche con el corazón desbocado. Kisten me alcanzó el abrigo y sus llaves. Mi puerta se cerró de golpe y, mientras él rodeaba la parte delantera, introduje la llave en el contacto. Kisten entró, y el repentino rugido se oyó al mismo tiempo que el impacto de su puerta al cerrarse.
Los tres hombres habían cambiado de dirección, acelerando su paso al dirigirse hacia un modelo antiguo de BMW.
—Jamás nos atraparán con eso —se burló Kisten. Tras encender los limpiaparabrisas para despejar la nieve, puso el coche en marcha, y yo me preparé para la sacudida cuando le pisó a fondo. Entramos en la calle derrapando y saltándonos un semáforo en ámbar. No miré hacia atrás.
Kisten aminoró en cuanto aumentó el tráfico y, sintiendo el martilleo de mis latidos, me envolví en su abrigo y me abroché el cinturón de seguridad. él puso la calefacción al máximo, pero solo salía aire frío. Me sentía desnuda sin mis a muletos. Maldición, debería haber traído alguno, ?pero se suponía que tenía que haber sido una cita!
—Lo siento —admitió Kisten al girar bruscamente hacia la izquierda—. Tenías razón.
—?Eres un idiota! —grité, y mi voz sonó con potencia en aquel espacio tan reducido—. Jamás vuelvas a tomar decisiones por mí, Kisten. ?Esos hombres tenían armas, y yo no tenía nada! —La adrenalina descargada hacía que mis palabras sonaran más fuertes de lo que pretendía, y miré hacia él, calmándome repentinamente al recordar la negrura de sus ojos cuando mi miedo le había impactado. Podía parecer inofensivo, vestido con aquel traje italiano y su pelo echado hacia atrás, pero no lo era. Eso podía cambiar entre un latido y el siguiente. Dios, ?qué estaba haciendo yo ahí?
—Te he dicho que lo siento —volvió a decir Kisten sin apartar sus ojos de la carretera mientras los edificios iluminados, borrosos por la nieve, pasaban a nuestro lado. Había mucho más que un matiz de molestia en su tono, así que decidí dejar de gritarle a pesar de sentirme aún enfadada y temblorosa. Además, no se acobardaba ni rogaba mi perdón, y el que hubiese admitido haber cometido un error era agradable para variar.
—No te preocupes —dije amargamente, todavía sin estar dispuesta a perdonarle, pero tampoco deseaba seguir hablando de ello.
—Mierda —espetó, apretando los dientes al mirar el espejo retrovisor en lugar de la carretera delante de él—. Aún nos están siguiendo.
Me removí en el asiento, intentando no girarme para mirar, y me conformé con lo que podía ver en el espejo. Kisten hizo un brusco giro hacia la derecha y mi boca se quedó abierta de pura incredulidad. La carretera delante de nosotros estaba vacía, un oscuro túnel desierto comparado con las luces y la seguridad del comercio detrás de nosotros.
—?Qué estás haciendo? —le pregunté, detectando un tono asustado en mi voz.
Sus ojos estaban fijos en la carretera a nuestra espalda, cuando un oscuro Cadillac apareció delante de nosotros, bloqueando la carretera al girar hasta quedar de lado.
—?Kisten! —grité, posicionando mis brazos contra un posible choque. Se me escapó un débil chillido mientras él maldecía y giraba bruscamente el volante. Mi cabeza golpeó la ventana y reprimí un quejido de dolor. Conteniendo el aliento, sentí cómo las ruedas perdían contacto con el asfalto y patinamos sobre el hielo. Todavía maldiciendo, Kisten reaccionó con sus reflejos de vampiro, en dura pugna contra el coche. El peque?o Corvette dio una última sacudida al topar con el bordillo y nos balanceamos hasta quedarnos parados.
—Quédate en el coche. —Estiró un brazo para abrir la puerta. Cuatro hombres vestidos con trajes oscuros estaban saliendo del Cadillac delante de nosotros. Había tres en el BMW a nuestra espalda. Probablemente todos eran brujos, y allí estaba yo, con tan solo un par de amuletos maquilladores. Aquello iba a quedar estupendo en las necrológicas.