Sonreí, bastante satisfecha por la ocurrencia, y los dados salieron disparados de mi mano casi antes de que hubiera movido mis fichas a otro recuadro. Mi pulso se aceleró y, mientras Lee me explicaba los detalles de los porcentajes y las apuestas, lancé una vez, y otra, y otra, y aumentaba el volumen y la emoción de la mesa. No pasó mucho tiempo antes de que le cogiera el tranquillo. El riesgo, la incertidumbre sobre lo que ocurriría y la ansiosa espera hasta que los dados se detenían, era similar a cualquier misión de cazadora, solamente mejor porque allí eran unas peque?as fichas de plástico lo que estaba en juego, y no mi vida. Lee cambió su lección hacia otras formas de apuesta y, cuando me atreví a hacer una sugerencia, se ruborizó, e hizo un gesto como para indicarme que era mi partida.
Fascinada, comencé a ocuparme de las apuestas, dejando las que ya estaban situadas mientras Lee colocaba una mano sobre mi hombro y me susurraba las probabilidades de ganar al apostar a una cosa u otra. Olía como la arena. Podía sentir su agitación a través del fino tejido de mi blusa de seda, y el calor de sus dedos parecía permanecer en mi hombro cuando se movía para poner los dados en mi mano.
Levanté la mirada cuando la mesa jaleó mi última tirada, sorprendida de que todo el mundo estuviera agrupado a nuestro alrededor, y de que, de alguna manera, nos hubiéramos convertido en el centro de atención.
—Parece que ya lo tienes. —Lee sonrió mientras daba un paso hacia atrás.
De inmediato, mi rostro se tornó inexpresivo.
—?Te vas? —inquirí al tiempo que el tipo con las mejillas coloradas que bebía cerveza me ponía los dados en la mano y me instaba a lanzarlos con urgencia.
—Tengo que irme —afirmó—. Pero no podía resistirme a conocerte. —Inclinándose hacia mí, me susurró al oído—: Me ha encantado ense?arte a jugar. Eres una mujer muy especial, Rachel.
—?Lee? —Sintiéndome confusa, dejé los dados y la gente alrededor de la mesa refunfu?ó.
Lee recogió los dados y los volvió a poner en mi mano.
—Estás en racha. No pares.
—?Quieres mi número de teléfono? —le pregunté. Oh, Dios, sonaba realmente desesperada.
Pero Lee sonrió, tapándose los dientes.
—Eres Rachel Morgan, la cazarrecompensas de la SI que se despidió para trabajar con la última vampiresa viva de los Tamwood. Apareces en la guía telefónica; cuatro veces, por lo menos.
Mi rostro se puso rojo, pero conseguí contenerme antes de decirle a todo el mundo que no era una puta.
—Hasta la próxima —se despidió Lee, levantando su mano e inclinando la cabeza antes de marcharse.
Dejé los dados y me retiré de la mesa para poder verle desaparecer, subiendo las escaleras al fondo del barco, con un atractivo aspecto en ese esmoquin con fajín morado. Decidí que nuestras auras se compenetraban. Un nuevo lanzador ocupó mi lugar, y renació el murmullo.
Con el humor por los suelos, me retiré a una mesa junto a una fría ventana. Uno de los camareros me trajo mis tres cubos de fichas. Otro me sirvió un nuevo muerto flotante sobre una servilleta de lino. Un tercero encendió la vela roja y me preguntó si necesitaba alguna cosa. Sacudí mi cabeza y se alejó con rapidez.
—?Qué es lo que falla en esta imagen? —susurré mientras me frotaba la frente con los dedos. Allí estaba yo, vestida como una joven viuda rica, sentándome sola en un casino con tres cubos de fichas. ?Lee había sabido quién era y había fingido no saberlo? ?Dónde demonios estaba Kisten?
La emoción en la mesa de los dados cayó en picado, y la gente empezaba a retirarse en grupos de dos y tres. Conté hasta cien, y luego hasta doscientos. Enfadada, me levanté, dispuesta a cambiar mis fichas y a encontrar a Kisten. ?Al ba?o? Y un jamón. Probablemente estaba arriba, jugando al póquer; y sin mí.
Con los cubos de fichas encima, me detuve en seco. Kisten bajaba las escaleras; sus movimientos eran breves y rápidos, con la velocidad de un vampiro vivo.
—?Dónde has estado? —inquirí cuando llegó hasta donde me encontraba. Su rostro estaba tenso y pude ver un rastro de sudor en él.
—Nos marchamos —dijo secamente—. Vámonos.
—Espera. —Me sacudí su mano de mi codo—. ?Dónde has estado? Me has dejado completamente sola. Un tipo me ha tenido que ense?ar a lanzar los dados. ?Has visto lo que he ganado?
Kisten bajó su mirada hacia los cubos; estaba claro que no le impresionaban.
—Las mesas están trucadas —afirmó, dejándome helada—. Te estaban entreteniendo mientras hablaba con el due?o.
Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. Esquivé su mano cuando trató de coger una vez más mi codo.
—Deja de intentar arrastrarme a todas partes —espeté sin importarme que hubiera gente mirando—. ?Ya qué te refieres al decir que estabas hablando con el due?o?
Me lanzó una mirada cargada de exasperación; los primeros indicios de una incipiente barba asomaban en su mentón.
—?No podemos hablarlo fuera? —dijo él, obviamente con prisa.
Miré hacia el grandullón que bajaba las escaleras. Aquel era un casino flotante. No era de Piscary. Kisten llevaba los negocios del vampiro no muerto. Había venido para presionar al nuevo tipo en la ciudad, y me había traído por si había problemas. Se me encogía el pecho por la rabia a medida que todo empezaba a encajar en su sitio, pero la prudencia es la parte más sabia del valor.
—De acuerdo —contesté. Mis botas causaban silenciosos golpes que seguían el ritmo de mi pulso al dirigirme hacia la puerta. Dejé mis cubos de fichas sobre el mostrador y ofrecí una austera sonrisa a la chica del cambio.