Contuve un sobresalto cuando advertí a un joven en la esquina que me estaba observando. Llevaba esmoquin, pero conservaba un aspecto de naturalidad en él, no como en la actitud estirada del portero o en el laconismo profesional de los crupieres. Y el vaso lleno en su mano lo identificaba como cliente, no como camarero. Su aura era tan oscura que resultaba difícil distinguir si poseía un profundo tono azul o verde. Contenía un matiz de negro demoníaco, y sentí una descarga de incomodidad, ya que si me estaba examinando con su percepción extrasensorial, de lo que estaba bien segura, podía ver que estaba envuelta en la negra sustancia de Algaliarept.
Tras reclinarse con el mentón apoyado sobre las puntas de sus dedos, enroscados en su mano, fijó su mirada en la mía desde el otro lado de la habitación, evaluándome. Tenía la piel intensamente bronceada, una idea genial en mitad del invierno, que al combinarse con los suaves reflejos de luz en su negro pelo, supuse que venía de fuera del estado, probablemente de algún lugar cálido. Con su constitución estándar y su normal aspecto, no me resultaba especialmente atractivo, aunque su aparente seguridad merecía un segundo vistazo. También parecía adinerado pero ?quién no lo parece con un esmoquin?
Mis ojos se deslizaron hacia el tipo que bebía cerveza y decidí que un esmoquin también podía mostrar el efecto contrario, después de todo. Y tras ese pensamiento que me hizo sonreír, me volví hacia el chico surfista.
Todavía me estaba mirando y, al ver mi sonrisa, la imitó, asintiendo con su cabeza de una forma especulativa que invitaba a la conversación. Tomé aire para sacudir la cabeza y me detuve en seco. ?Y por qué no? Me enga?aba a mí misma al pensar que Nick regresaría. Y mi cita con Kisten era una oferta de una sola noche.
Preguntándome si su trazo de negrura correspondía a una marca demoníaca, enfoqué mi concentración para tratar de ver más allá de su aura, inusualmente oscura. Al hacerlo, el brillo púrpura del disco del techo resplandeció para adoptar los primeros matices de amarillo.
El hombre se sobresaltó, y dirigió su atención hacia el techo. Su rostro, limpio y afeitado, se vio invadido por la conmoción. Una súbita alarma atravesó la sala desde tres lugares diferentes y, junto a mi codo, Kisten maldijo mientras el crupier decía que aquella mano había sido manipulada y que todo juego quedaba suspendido hasta que pudiera abrir una nueva baraja.
Entonces perdí por completo mi percepción extrasensorial, mientras el brujo que manejaba el libro de registro me se?alaba dirigiéndose a otro hombre, claramente de seguridad, dada su absoluta carencia de expresividad emocional.
—Oh, mierda —solté, dando la espalda a la sala y recogiendo mi muerto flotante.
—?Qué pasa? —preguntó Kisten airadamente mientras amontonaba sus ganancias según el color.
Torcí el gesto, mirándole a los ojos sobre el borde de mi copa.
—Creo que la he cagado.
13.
—?Qué has hecho, Rachel? —inquirió Kisten con sequedad, estirándose al mirar sobre mi hombro.
—?Nada! —exclamé. El crupier me dedicó una mirada de cansancio y rompió el lacre de un nuevo mazo de cartas; no me di la vuelta cuando presentí una amenazadora presencia detrás de mí.
—?Hay algún problema? —preguntó Kisten. Su mirada estaba fija un metro por encima de mi cabeza. Me volví despacio para encontrarme con un hombre muy, muy grande embutido en un esmoquin muy, muy grande.
—Es la se?ora con quien debo hablar —rugió su voz.
—No he hecho nada —me excusé con rapidez—. Tan solo estaba examinando la, eh, seguridad… —concluí suavemente—. Solo por un interés profesional. Mira. Toma una de mis tarjetas. Yo también trabajo en seguridad. —Rebusqué una torpemente en mi bolso de mano y se la ofrecí—. En serio, no pensaba manipular nada. No he activado ninguna línea. De verdad.
??De verdad?? ?No era patético? Mi peque?a tarjeta de presentación parecía diminuta en sus enormes manos, y él la miró una sola vez, leyéndola con rapidez. Contactó visualmente con una mujer situada al pie de las escaleras.
—No ha activado ninguna línea —vocalizó ella, encogiéndose de hombros y él se volvió hacia mí.
—Gracias, se?orita Morgan —dijo aquel hombre, y dejé caer los hombros—. Por favor, no imponga su aura sobre los hechizos del local. —No mostró ni la sombra de una sonrisa—. Cualquier otra interferencia y tendremos que pedirle que se marche.
—Claro, sin problema —respondí, recuperando de nuevo el aire.
El hombre se marchó y se retomó el juego a nuestro alrededor. Los ojos de Kisten mostraban su enojo.
—?Es que no se te puede llevar a ninguna parte? —espetó con sequedad, y puso sus fichas en un peque?o cubo antes de entregármelas—. Toma. Tengo que ir al ba?o.
Me quedé mirándole con aire ausente mientras me lanzaba una mirada de advertencia antes de marcharse sin prisa, dejándome a mi suerte en un casino con un cubo lleno de fichas y sin tener ni idea de qué hacer con ellas. Me volví hacia el crupier del veintiuno, quien enarcó sus cejas.
—Creo que jugaré a otra cosa —le comenté al tiempo que abandonaba el taburete ante su asentimiento.