Antes bruja que muerta

Con el bolso de mano metido bajo el brazo, paseé mi mirada por toda la sala con las fichas en una mano y mi bebida en la otra. El chico surfista se había marchado, y reprimí un suspiro de decepción. Agaché la cabeza para mirar las fichas y advertí que tenían grabadas las mismas eses atravesadas. Me dirigí hacia el bullicio proveniente de la mesa de dados sin ni siquiera saber el valor monetario de lo que tenía.

 

Sonreí ante dos hombres, que se apartaron para hacerme un sitio, y dejé mi bebida y mis fichas en el borde más bajo de la mesa, a la vez que trataba de averiguar por qué algunas personas se mostraban contentas debido al cinco que acababa de salir, y por qué otras se enfadaban. Uno de los brujos que acababa de dejarme sitio permanecía demasiado cerca, y me pregunté cuánto tardaría en hostigarme con su frase de ligue. Efectivamente, después de la siguiente tirada, me lanzó una mirada de baboso y probó fortuna.

 

—Ya estoy aquí. ?Cuáles son tus otros dos deseos?

 

Sentí un cosquilleo en la mano y me obligué a mantenerla en su sitio.

 

—Por favor —le dije—. Déjalo.

 

—Oh, qué bien educada, nenita —se burló en voz alta, intentando avergonzarme, pero yo era capaz de avergonzarme a mí misma mucho más fácilmente que él.

 

El murmullo de la partida pareció desvanecerse cuando me concentré en él. Estaba lista para hacerle pagar al momento su intento de herir mi autoestima, cuando apareció el chico surfista.

 

—Se?or —dijo tranquilamente—, esa ha sido la peor frase que jamás he oído; no solo es insultante, sino que muestra una absoluta falta de prudencia. Obviamente está usted molestando a la joven. Debería marcharse antes de que ella le inflija un da?o permanente.

 

Era protector, y al mismo tiempo implicaba que podía cuidar de mí misma, algo no muy fácil de cumplir en un solo párrafo, y mucho menos en una frase. Estaba impresionada.

 

El ligón de tres al cuarto tomó aire, hizo una pausa y, con sus ojos puestos por encima de mi hombro, cambió de idea. Refunfu?ando, cogió su bebida y a su colega a mi otro lado y se marcharon.

 

Relajé los hombros y me encontré dejando escapar un suspiro al volverme hacia el chico surfista.

 

—Gracias —le dije, echándole un vistazo más de cerca. Tenía los ojos marrones y sus labios eran finos y, cuando sonreía, parecían llenos y sinceros. Había algo de herencia asiática en su pasado no muy lejano, lo que le proporcionaba un cabello completamente negro, y una nariz y boca peque?as.

 

Inclinó la cabeza, aparentemente avergonzado.

 

—No las merece. Tenía que hacer algo para redimir a todos los hombres por esa frase. —Su rostro, de mentón fuerte, representó una falsa sinceridad—. ?Cuáles son tus otros dos deseos? —preguntó con una risita disimulada.

 

Me reí, antes de ponerle fin mirando hacia la mesa de los dados al pensar en mis grandes dientes.

 

—Me llamo Lee —me dijo, rompiendo el silencio antes de que la situación se volviera más embarazosa.

 

—Yo soy Rachel —me presenté, sintiéndome aliviada cuando estiró su mano. Olía a arena y secuoya, y deslizó sus finos dedos en mi mano para corresponder a mi apretón con la misma fuerza. Nuestras manos se apartaron bruscamente y mis ojos buscaron los suyos cuando un desliz de energía luminosa se ecualizó entre nosotros.

 

—Lo siento —dijo al tiempo que ocultaba su mano tras la espalda—. Uno de nosotros debe estar bajo de energía.

 

—Es probable que sea yo —admití, obligándome a no sacudir la mano—. No reservo energía luminosa en mi familiar.

 

Lee enarcó sus cejas.

 

—?En serio? No pude evitar darme cuenta de que observabas el sistema de seguridad.

 

Ahora estaba verdaderamente avergonzada, y tomé un sorbo de mi bebida antes de apoyar mis codos sobre la barandilla superior que había junto a la mesa.

 

—Eso fue un accidente —expliqué mientras hacían rodar los dados ambarinos—. No pretendía hacer saltar las alarmas. Solo estaba intentando mirar con más detenimiento a… eh… a ti —concluí, con el rostro tan rojo como mi pelo. Oh, Dios, estaba fastidiándolo todo de una manera bestial.

 

Pero Lee pareció encantado, y mostró sus blancos dientes en su bronceado rostro.

 

—Yo también.

 

Su acento era muy bonito. ?Quizá de la costa este? No pude evitar sentirme atraída por su comportamiento natural pero, cuando dio un trago a su vino blanco, mis ojos se fijaron en su mu?eca, que asomaba bajo la manga y mi corazón pareció detenerse.

 

—Tienes una marca demoníaca… —Sus ojos contactaron con los míos, deteniendo en seco mis palabras—. Perdón.

 

Lee miró con atención hacia los clientes cercanos. Ninguno parecía haberlo oído.

 

—No pasa nada —dijo en voz baja, entornando sus ojos marrones—. La tengo por casualidad.

 

Recliné mi espalda sobre la barandilla, comprendiendo ahora por qué mi aura endemoniada no le había intimidado.

 

—?No la tenemos todos por casualidad? —repliqué, sorprendida cuando él sacudió su cabeza. Mis pensamientos volaron hacia Nick, y me mordí el labio inferior.

 

—?Cómo obtuviste la tuya? —inquirió, y llegó mi turno de ponerme nerviosa.