Antes bruja que muerta

—Lo siento. —En cierta forma, me gustaba que fuera demasiado listo para ser manipulado por la lógica femenina. Eso hacía que las cosas fueran más interesantes. Lentamente, se relajó, apagó la calefacción y la música suave.

 

—Estabas sufriendo por dentro —aseguró al coger el disco de los monjes cantores y meterlo en su caja—. Por Nick. Te he visto sufrir desde que invocaste aquella línea a través de él y se asustó. Y ellos tuvieron un subidón al verte relajada. —Sonrió con una mirada distante—. Les hizo sentir bien que la gran bruja mala que venció a Piscary confiara en ellos. La confianza es una sensación que no obtenemos muy a menudo, Rachel. Los vampiros vivos la anhelan casi tanto como la sangre. Por eso Ivy está dispuesta a matar a cualquiera que sea una amenaza para vuestra amistad.

 

No dije nada; me quedé callada mientras todo comenzaba a cobrar sentido.

 

—No lo sabías, ?verdad? —a?adió, y yo agité mi cabeza, sintiéndome incómoda por ahondar en los motivos de mi relación con Ivy. El coche empezaba a quedarse frío y me estremecí.

 

—Y mostrar tu vulnerabilidad probablemente también hizo subir tu reputación —me dijo—. El hecho de que no te sintieras amenazada por ellos y dejases que ocurriera.

 

Miré hacia el barco que había detrás de nosotros, decorado con luces de fiesta intermitentes.

 

—No tuve elección.

 

El alargó los brazos y ajustó el cuello de su abrigo alrededor de mis hombros.

 

—Sí, la tenías.

 

Las manos de Kisten se apartaron de mí, y yo le ofrecí una fugaz sonrisa. No estaba convencida, pero al menos no me sentía tan estúpida como antes. Mi mente repasó los acontecimientos, el sosegado paso de un estado de relajación hacia el sue?o, y la actitud de aquellos que me rodeaban. No hubo risas a mi costa. Me había sentido consolada, cuidada. Comprendida. Y no había aparecido ni una pizca de ansia de sangre por parte de ninguno de ellos. No sabía que los vampiros podían ser así.

 

—?Bailes en grupo, Kisten? —comenté, notando que mis labios se torcían en una irónica sonrisa.

 

Dejó escapar una risa nerviosa y agachó su cabeza.

 

—Oye, eh, ?te importaría no hablarle de eso a nadie? —me pidió, con los bordes de las orejas colorados—. Lo que ocurre en Piscary's se queda en Piscary's. Es una norma no escrita.

 

Cometiendo una estupidez, alargué una mano y acaricié con mi dedo el pabellón de su ruborizada oreja. Su rostro resplandeció, y cogió mi mano para rozar mis dedos con sus labios.

 

—A no ser que quieras que te prohíban la entrada allí también —me advirtió.

 

Su aliento sobre mis dedos me provocó un escalofrío en mi interior, y retiré mi mano. Su mirada reflexiva fue directamente a mi centro nervioso, encogiendo mi estómago con un impulso de expectación.

 

—Estuviste realmente bien —confesé sin importarme si estaba cometiendo un error—. ?Tenéis una noche del karaoke?

 

—Mmmm —murmuró removiéndose en su asiento para adoptar una postura de ?chico malo?, apoyado contra la puerta—. Karaoke. Es una buena idea. Los martes son flojos. Nunca tenemos bastante gente para conseguir un buen ambiente. Esa podría ser la solución perfecta.

 

Dirigí mi atención hacia el barco para ocultar una sonrisa. Me sobrevino la imagen de Ivy sobre el escenario cantando Round Midnight y fue demasiado para mí. La mirada de Kisten siguió la mía hasta el barco. Era una de esas embarcaciones fluviales construidas al viejo estilo, con dos plantas y casi completamente cubierto.

 

—Si quieres, te llevo a casa —se ofreció.

 

Sacudí mi cabeza, le ajusté el cuello de su abrigo y el aroma del cuero se hizo más intenso.

 

—No, quiero ver cómo pagas una cena en un crucero sobre un río congelado con tan solo sesenta dólares.

 

—No es la cena. Es la diversión. —Se dispuso a echarse el pelo habilidosamente hacia un lado, pero se detuvo en mitad del movimiento.

 

Empecé a ver las cosas con claridad.

 

—Es un casino flotante —adiviné—. Eso no vale. Piscary posee todos los casinos flotantes. No tendrás que pagar nada.

 

—No es un barco de Piscary. —Kisten salió del coche y lo rodeó hasta llegar a mi lado. Muy atractivo con aquel abrigo de lana, abrió mi puerta y esperó a que saliera.

 

—Oh —inquirí; la claridad en mi mente se volvió aún mayor—. ?Hemos venido para vigilar a la competencia?

 

—Algo parecido. —Se inclinó para mirarme—. ?Vienes? ?O nos marchamos?

 

Si no iba a conseguir fichas gratis, sería correcto según nuestro acuerdo. Y yo jamás había jugado antes. Podría ser divertido. Tomé su mano y permití que me ayudase a salir del coche.