Su ritmo era veloz al aproximarnos a la pasarela. Un hombre con un chaquetón y guantes esperaba al pie de la rampa y, mientras Kisten hablaba con él, yo miré hacia la línea de flotación del barco. Unas hileras de burbujas impedían que la embarcación quedase atrapada en el hielo. Probablemente resultaba más caro que sacar el barco del río durante el invierno, pero las leyes de la ciudad estipulaban que solamente se podía apostar en el río. Y, aunque el barco estaba amarrado al muelle, se encontraba sobre el agua.
Tras hablar a través de una radio, el hombretón nos dejó pasar. Kisten puso su mano sobre mi espalda y me empujó hacia delante.
—Gracias por dejarme usar tu abrigo —le dije mientras mis botas traqueteaban al ascender, y nos encontramos en el pasadizo cubierto. La nieve de la noche había formado un glaseado blanco sobre la barandilla, y lo sacudí, dejando espesos pegotes sobre el agua.
—El placer es mío —respondió, se?alando hacia una puerta de madera y cristal a partes iguales. Tenía grabadas un par de eses mayúsculas atravesadas por barras, y me estremecí al sentir una vibración de línea luminosa atravesarme cuando Kisten abrió la puerta y cruzamos el umbral. Probablemente se trataba del amuleto antitrampas del casino, y me puso los pelos de punta, como si respirase un aire empapado en aceite.
Un nuevo hombretón en esmoquin; un brujo, por el familiar aroma a secuoya; estaba allí para recibirnos, y recogió el abrigo de Kisten y el mío. Kisten firmó en el registro, anotándome como ?invitada?. Enfadada, escribí mi nombre debajo del suyo, con grandes y divertidas florituras que ocupaban tres renglones. El bolígrafo me produjo un cosquilleo, así que examiné aquel cilindro metálico antes de ponerlo en su sitio. Todas mis alarmas se dispararon y, mientras Kisten compraba una sola ficha con la mayor parte de nuestro presupuesto, tracé una precisa línea a través de mi nombre y el de Kisten, para evitar que nuestras firmas pudieran ser utilizadas como foco para un encantamiento de línea luminosa.
—Y has hecho eso porque… —inquirió Kisten al tomar mi brazo.
—Confía en mí. —Sonreí ante el impasible brujo del esmoquin que sostenía el libro de registro. Había formas más sutiles para evitar tales robos o que usaran las firmas como foco, pero yo no las conocía. Y no me importaba haber insultado al propietario. ?Acaso pensaba volver alguna otra vez?
Kisten me cogía del brazo, de forma que podía asentir como saludo, como si tuviera importancia para cualquiera que levantase la vista de su juego. Me alegraba de que Kisten me hubiese vestido; con la ropa que yo había escogido, habría parecido una puta en este sitio. Las paredes de roble y teca eran agradables, y podía sentir claramente la exquisita alfombra verde a través de mis botas, era deliciosa. Las escasas ventanas estaban cubiertas con un tejido negro y borgo?a oscuro, apartado a un lado para mostrar las luces de Cincinnati. Era un lugar cálido, con aquel ambiente de gente alterada. El tamborileo de las fichas y las explosiones de emoción me aceleraban el pulso.
El bajo techo podría haber resultado claustrofóbico, pero no lo era. Allí había dos mesas de veintiuno, una mesa de dados, una ruleta y toda una hilera de máquinas tragaperras. En el rincón había un peque?o bar. Si el instinto no me fallaba, la mayoría del personal eran brujos o hechiceros. Me pregunté dónde estaba la mesa de póquer. ?Quizá arriba? No sabía jugar a ninguna otra cosa. Bueno, sabía jugar al veintiuno, pero eso era para blandengues.
—?Te apetece jugar al veintiuno? —preguntó Kisten mientras me acompa?aba sutilmente en esa dirección.
—Claro —respondí con una sonrisa.
—?Quieres beber algo?
Observé a la gente a mi alrededor. Lo más habitual eran los combinados, exceptuando a un tipo con una cerveza. Se la bebía directamente de la botella, arruinando su imagen por completo, esmoquin aparte.
—Quiero un muerto flotante —pedí mientras Kisten me ayudaba a subir aun taburete—. Con doble ración de helado.
La camarera asintió y, tras anotar el pedido de Kisten, la bruja de mayor edad se marchó.
—?Kisten? —Mi mirada se elevó, atraída por un gigantesco disco de metal gris que colgaba del techo. Irradiaba unos filamentos de metal brillante, como un resplandor que se deslizaba hacia los bordes del techo. Podría haber sido parte de la decoración, pero yo estaba dispuesta a apostar a que id metal continuaba por detrás de las paredes de madera y que incluso llegaba hasta el suelo—. ?Qué es eso, Kisten? —le susurré al tiempo que le golpeaba con el codo. Kisten miró hacia el disco.
—Probablemente sea su sistema de seguridad. —Sus ojos toparon con los míos y sonrió—. Pecas —comentó—. Incluso sin tus hechizos, eres la mujer más hermosa que hay aquí.