—Ayúdame a sacarla de aquí. Esto es jodidamente extra?o.
—Sucia, boca sucia —balbuceé, sintiendo que los ojos se me cerraban de nuevo—. No digas palabrotas.
Se me escapó una risita, que se convirtió en un chillido de placer cuando alguien me levantó para llevarme en sus brazos. Me estremecí cuando el sonido comenzó a apagarse, y mi cabeza cayó sobre el pecho de alguien. Era cálido, y me apreté contra él. El atronador ritmo decayó hasta ser un lejano murmullo. Una pesada manta me cubrió, y emití un quejido de protesta cuando alguien abrió una puerta y el frío me golpeó.
La música y las risas detrás de mí se convirtieron en un gélido silencio, interrumpido por pasos parejos crujiendo sobre la nieve y el pitido de un coche al abrirse.
—?Quieres que llame a alguien? —oí preguntar a un hombre mientras un inhóspito frío me hacía temblar.
—No. Creo que solo necesita tomar el aire. Si no mejora para cuando lleguemos allí, llamaré a Ivy.
—Bueno, tómeselo con calma, jefe —dijo la primera voz.
Me sentí caer, y luego el frío de un asiento de cuero, apretado contra mi mejilla. Suspiré y me acurruqué aún más bajo la manta que olía a Kisten y a cuero. Mis dedos temblaban y podía oír mis latidos y sentir el movimiento de la sangre. Ni siquiera el golpe de la puerta al cerrarse me importunó. El súbito rugido del motor era relajante, y cuando el movimiento del coche me condujo a la inconsciencia, hubiera jurado que oía monjes cantando.
12.
Me desperté ante el familiar traqueteo de conducir sobre vías de tren, y mi mano salió disparada a agarrar la manilla de la puerta antes de que pudiera abrirse de una sacudida. Mis párpados se abrieron de golpe cuando mis nudillos impactaron con la puerta desconocida. Oh, claro. No estaba en la camioneta de Nick; estaba en el Corvette de Kisten.
Me quedé quieta, tumbada y mirando la puerta con el abrigo de cuero de Kisten echado sobre mí como si fuera una manta. Kisten tomó aire lentamente y el volumen de la música bajó. Sabía que estaba despierta. Sentí un rubor en la cara y deseé poder fingir que aún seguía inconsciente.
Me incorporé, deprimida, y coloqué el largo abrigo de Kisten lo mejor que pude en aquel espacio tan estrecho. Me abstuve de mirarle, posando, en cambio, mis ojos sobre la ventana en un intento por saber en qué lugar de los Hollows nos encontrábamos. Las calles estaban muy transitadas y el reloj del salpicadero se?alaba casi las dos. Me había desmayado como un borracho delante de una buena parte de los vampiros de clase media alta de Cincinnati, drogada por sus feromonas. Debían haber pensado que era una canija blandengue que no era capaz, de sostenerse en pie por sí misma.
Kisten se removió en su asiento al detenerse ante un semáforo.
—Bienvenida de nuevo —dijo con suavidad.
Con los labios apretados, palpé sutilmente mi cuello para asegurarme de que todo estaba como lo había dejado.
—?Cuánto tiempo he estado desmayada? —pregunté. Esto va a hacer maravillas por mi reputación.
Kisten puso la palanca en punto muerto y después otra vez en primera.
—No te desmayaste. Te quedaste dormida. —La luz cambió y él se arrimó al coche de delante para que se pusiera en movimiento—. Desmayarse implica falta de autodominio. Quedarse dormido es lo que haces cuando estás cansado. —Me miró al cruzar la intersección—. Todo el mundo se cansa.
—Nadie se queda dormido en una discoteca —repliqué—. Me desmayé. —Mi mente empezó a filtrar recuerdos, tan claros como el agua bendita, en lugar de piadosamente borrosos, y mi rostro se puso rojo. ?Almíbar?, era como lo había llamado. Tenía la sangre almibarada. Quería irme a casa, arrastrarme hasta el agujero del sacerdote que los pixies habían encontrado en la escalera del campanario, y morirme.
Kisten permanecía en silencio; la tensión de su cuerpo me indicaba que se disponía a decir algo en cuanto lo hubiese comprobado en su medidor de condescendencia.
—Lo siento —me dijo para mi sorpresa, pero aquella admisión de culpa alimentó mi enfado en lugar de apaciguarlo—. He sido un cretino por llevarte a Piscary's antes de averiguar si las brujas podían almibararse. A mí nunca me había pasado. —Apretó los dientes—. Y no es tan malo como crees.
—Sí, claro —murmuré mientras buscaba a tientas bajo el asiento hasta encontrar mi bolso de mano—. Apuesto a que ya lo sabe media ciudad. Oye, ?alguien quiere pasarse esta noche por donde Morgan para a verla almibarada? Todo lo que hace falta es que bastantes de nosotros lo pasemos bien y ?allá va! ?Yujuuuuu!
Kisten mantenía su mirada fija en la carretera.
—No ha sido así. Y allí había más de doscientos vampiros, una buena parte no muertos.
—?Y se supone que tengo que sentirme mejor por eso?
Sacó su teléfono de un bolsillo con movimientos disimulados, pulsó un botón y me lo entregó.