—Nick tampoco trataba de organizar media ciudad. —Kisten levantó la tapa plateada—. ?Si? —dijo; su repentino enfado me hizo apartar el codo de la puerta y centrar mi atención en su conversación. Se podía oír el apagado y débil sonido de una súplica. De fondo se escuchaba una música potente—. Estás bromeando. —Kisten me miró antes de volver a poner sus ojos en la carretera. Su mirada contenía una mezcla de fastidio e incredulidad—. Bueno, sal de ahí y abre la pista.
—?Ya lo he intentado! —gritó la voz—. Son animales, Kist. ?Unas jodidas fieras salvajes! —La voz cayó en un lamentable y agudo pánico.
Kisten suspiró al mirarme.
—De acuerdo, de acuerdo. Pasaremos por allí. Me encargaré de ello.
La voz al otro lado de la línea resopló de puro alivio, pero Kisten no se molestó en escucharlo; cerró la tapa del teléfono y se lo guardó.
—Lo siento, cari?o —me dijo con aquel ridículo acento—. Una parada rápida, cinco minutos. Te lo prometo.
Y la cosa había empezado tan bien.
—?Cinco minutos? —inquirí—. Aquí hay algo que tiene que desaparecer —le amenacé con algo de seriedad—. O el teléfono o ese acento.
—?Oh! —exclamó, llevándose la mano al pecho dramáticamente—. Me has herido profundamente. —Me miró con recelo, claramente aliviado de que me lo estuviera tomando tan bien—. No puedo prescindir de mi teléfono. Dejaré el acento… —sonrió— …cari?o.
—Oh, por favor —gemí, disfrutando de la peque?a broma. Llevaba demasiado tiempo andándome con pies de plomo con Nick, temerosa de decir algo que empeorase las cosas. Supongo que ya no tenía que preocuparme más de ello.
No me sorprendió cuando Kisten giró en dirección al puerto. Ya había deducido que el problema estaba en Piscary's. Desde que había perdido su Licencia Pública Mixta el pasado oto?o, se había limitado a albergar una clientela exclusivamente vampírica y, por lo que había oído, Kisten le estaba sacando un verdadero rendimiento. Era el único sitio acreditado de Cincinnati sin LPM que lo hacía.
—?Fieras salvajes? —pregunté mientras estacionábamos en el aparcamiento del restaurante de dos plantas.
—Mike estaba exagerando —explicó Kisten al aparcar en la plaza reservada para él—. No son más que un pu?ado de mujeres. —Salió del coche y me quedé allí sentada, con las manos sobre el regazo, al tiempo que cerraba la puerta. Había esperado que dejase el motor encendido por mí. Moví la cabeza bruscamente cuando abrió la puerta de mi lado, y me quedé mirándole inquisitivamente.
—?No vas a entrar? —dijo inclinado; la fría brisa que provenía del río hacía moverse su flequillo—. Aquí fuera hace un frío que pela.
—Ah, ?debería? —tartamudeé, sorprendida—. Perdiste tu LPM.
Kisten me ofreció su mano.
—No creo que tengas que preocuparte.
El pavimento estaba congelado, y me alegré de llevar botas de suela plana al salir del coche.
—Pero no tienes LPM —volví a decir. El aparcamiento estaba repleto, y ver a vampiros mordiéndose entre ellos no podía ser muy agradable. Además, si entraba allí de forma voluntaria, a sabiendas de que el local carecía de LPM, la ley no me ayudaría si las cosas se ponían feas.
Kisten se cerraba la chaqueta mientras me cogía del brazo, escoltándome hacia la entrada, cubierta por un toldo.
—Todos los que están ahí saben que dejaste fuera de combate a Piscary —explicó suavemente, a escasos centímetros de mi oído para que notase su aliento en mi mejilla—. Ninguno de ellos se atrevería ni a pensarlo. Y tú pudiste haberlo matado, pero no lo hiciste. Se necesitan más pelotas para dejar vivo a un vampiro que para matarlo. Nadie te molestará. —Abrió la puerta y de ella salió una mezcla de luces y música—. ?O es la sangre lo que te preocupa? —inquirió cuando me resistí a entrar.
Fijé mis ojos en los suyos y asentí sin darle importancia a que advirtiese mi aprensión.
Con una expresión distante, Kisten me condujo hacia el interior.
—No verás ni una gota —aseguró—. Todo el mundo viene aquí a relajarse, no a alimentar a la bestia. Este es el único sitio de Cincinnati donde los vampiros pueden estar en público y ser ellos mismos, sin tener que comportarse según la idea de algunos humanos, brujas u hombres lobo de lo que deberían ser o de cómo deberían actuar. No habrá nada de sangre, a no ser que alguien se corte en un dedo al abrir una cerveza.
Todavía insegura, dejé que me acompa?ara adentro, y nos detuvimos junto a la puerta mientras él se sacudía la nieve de sus elegantes zapatos. Me sobrevino un golpe de calor como primera impresión, y no creí que proviniera en su totalidad de la chimenea que había al fondo de la habitación. Allí tenía que haber cerca de treinta grados; el calor llevaba consigo un agradable aroma a incienso y a cosas oscuras. Respiré profundamente mientras me desabrochaba el abrigo de Kisten, y pareció calar en mi cerebro, relajándome de la misma forma en que lo harían un ba?o caliente y una buena comida.