—Ivy… —protesté al seguirla hacia fuera. Ni siquiera aminoró el paso mientras alzaba una mano como negativa al entrar en la cocina.
—Bien —murmuré, repiqueteando con mis tacones hacia la entrada de la iglesia. Encendí las luces del santuario al pasar; el elevado y tenue destello no ayudaba mucho a iluminar esa penumbra. Era más de la una de la noche y todos los pixies estarían seguros y calentitos en mi escritorio hasta las cuatro, más o menos, cuando se despertarían. No había luz en el vestíbulo, y me pregunté si deberíamos hacer algo al respecto mientras abría de un empujón uno de los lados de la pesada puerta de madera.
Con el suave sonido de unos zapatos crujiendo sobre sal gruesa, Kisten se dio la vuelta hacia mí.
—Hola, Rachel —me dijo, contemplando mi atuendo. Una ligera tensión de la piel junto a sus ojos me indicaba que mis sospechas eran acertadas; no estaba vestida para lo que él tenía planeado. Deseé saber lo que llevaba puesto bajo su exquisito abrigo de lana gris. Llegaba hasta el extremo de sus botas, y era elegante. Además se había afeitado; su habitual barba de tres días había desaparecido; dándole un aspecto aseado que yo no estaba acostumbrada a ver en él.
—Esto no es lo que voy a ponerme —le dije a modo de saludo—. Pasa. Solo necesito un minuto para cambiarme.
—Claro. —Más allá, junto al bordillo, estaba su Corvette negro; la frágil nieve se derretía al impactar en él. Pasó rozándome y cerré la puerta de un tirón en cuanto hubo entrado.
—Ivy está en la cocina —le informé antes de dirigirme hacia mi habitación, oyendo sus tenues pisadas justo detrás de mí—. Ha tenido una mala tarde. No hablará conmigo, pero podría contártelo a ti.
—Me llamó —dijo; la cuidadosa cadencia de sus palabras me indicaban su conocimiento acerca de la demostración de Piscary en su dominio sobre ella—. Vas a ponerte otras botas, ?verdad?
Me detuve en seco ante la puerta de mi habitación.
—?Qué tienen de malo mis botas? —inquirí, pensando en que eran lo único que iba a mantener puesto. Ah… lo único de mi atuendo, no lo único en total. él las miró, arqueando sus cejas te?idas de rubio.— ?Cuánto tacón tienen? ?Diez centímetros?
—Sí.
—Está helando. Vas a resbalar y te caerás de culo. —Sus ojos azules se abrieron del todo—. Quiero decir… sobre el trasero.
Una sonrisa se abrió camino en mi rostro ante la idea de que estaba intentando no hablar de forma grosera delante de mí.
—También me hacen parecer tan alta como tú —repliqué con aire engreído.
—Me he dado cuenta. —Vaciló. Con una risita, pasó a mi lado y entró en mi habitación.
—?Oye! —protesté mientras se dirigía directamente hacia mi armario—. ?Sal de mi habitación!
Ignorándome, se abrió camino hasta el fondo, donde solía guardar todo lo que no me gustaba.
—El otro día vi algo aquí —comentó antes de emitir una leve exclamación e inclinarse a coger algo—. Toma —me dijo, sosteniendo un par de sobrias botas negras—. Empieza con estas.
—?Esas? —me quejé mientras él las apartaba a un lado y volvía a meter sus brazos en mi armario—. Esas no tienen tacón en absoluto. Y son de hace cuatro a?os y están pasadas de moda. ?Y qué estabas haciendo en mi armario?
—Esas son unas botas clásicas —explicó Kisten, ofendido—. Nunca pasan de moda. Póntelas. —Volvió a revolver el fondo y sacó algo por su sentido del tacto, ya que era imposible que pudiera ver nada allí detrás. Mi rostro se puso rojo cuando vi un viejo traje que había olvidado que tenía.
—Oh, esto es simplemente feo —afirmó y se lo arrebaté de las manos.
—Es mi viejo traje para entrevistas —dije—. Se supone que tiene que ser feo.
—Tíralo. Pero quédate con los pantalones. Te los vas a poner esta noche.
—?Ni hablar! —protesté—. ?Kisten, soy plenamente capaz de elegir mi propia ropa!
él enarcó sus cejas en silencio; luego volvió al interior del armario para extraer al momento una camisa de manga larga, de mi sección de ?No tocar?, que mi madre me había comprado hace tres a?os. No había tenido valor para tirarla, ya que era de seda, incluso aunque me estaba tan grande que me llegaba por los muslos. El cuello era demasiado bajo y hacía que mi escaso pecho pareciera aun mas plano.
—Esto también —dijo él, y yo sacudí la cabeza.
—No —me negué con firmeza—. Es demasiado grande, y es algo que llevaría puesto mi madre.
—Entonces, tu madre tiene mejor gusto que tú —espetó de buen humor—. Ponte una camisola debajo y, por el amor de Dios, no te la metas por dentro de los pantalones.
—?Kisten, sal de mi armario!