Antes bruja que muerta

Me sobresalté ante unos golpes en mi puerta, y me di la vuelta, llevando mi mano hacia la clavícula.

 

—Mmm —dijo Ivy; su sonrisa de labios cerrados me decía que encontraba algo gracioso en el hecho de haberme sorprendido—. Lo siento. Ya sé que no vas a dejar que te muerda. —Levantó su mano en un ademán de exasperación—. Es una estupidez de vampiros. Nada más.

 

Asentí, comprensiva. Había estado viviendo con Ivy el tiempo suficiente como para que sus inconscientes instintos vampíricos pensaran en mí como su propiedad, incluso aunque su mente consciente supiera lo contrario. Ese era el motivo por el que ya no entrenaba con ella, ni lavaba mi ropa con la suya, ni mencionaba asuntos de familia, ni salía de una habitación en su busca cuando se marchaba bruscamente en mitad de una conversación sin una razón aparente. Todo ello pulsaba los botones de sus instintos vampíricos y nos haría retroceder al lugar donde nos encontrábamos hacía siete meses, mirándonos los pies mientras pensábamos en cómo podríamos convivir sin problemas.

 

—Toma —dijo Ivy, dando un paso hacia el interior de mi habitación, al tiempo que sostenía un paquete del tama?o de un pu?o, envuelto en un papel verde y con un lazo morado—. Es un regalo de solsticio anticipado. Pensé que te podría gustar usarlo en tu cita con Kisten.

 

—?Oh, Ivy! —exclamé, cogiendo el adornado paquete, claramente envuelto en una tienda—. Gracias. Esto… yo aún no he envuelto el tuyo… —?Envuelto? Ni siquiera lo había comprado.

 

—No pasa nada —dijo ella, obviamente nerviosa—. Iba a esperar, pero pensé que podrías usarlo. Para tu cita —titubeó. Miraba la caja en mis manos con impaciencia en sus ojos—. Vamos. ábrelo.

 

—Muy bien. —Me senté en la cama para deshacer cuidadosamente el envoltorio de papel con lazo, ya que podría necesitarlo el a?o que viene. El papel llevaba grabado el logotipo de Black Kiss[1]; ralenticé mis dedos para prolongar el suspense, Black Kiss era una tienda exclusiva para vampiros. Yo ni siquiera me paraba en su escaparate. Con solo una mirada, los encargados sabían que no podía permitirme ni un pa?uelo.

 

Aparté el papel, dejando al descubierto una peque?a caja de madera y, en su interior, reposando en mitad de una mara?a de terciopelo rojo, había una botella de perfume de cristal tallado.

 

—Ooooh —exhalé—. Gracias. —Ivy me había estado regalando perfume desde mi llegada, ya que intentábamos hallar una esencia que cubriera los restos de su olor en mí y le ayudase a frenar sus tendencias vampíricas. No se trataba del regalo romántico que parecía ser, sino una especie de antiafrodisíaco vampírico. Mi tocador estaba lleno de descartes de varios grados de efectividad. En realidad, el perfume era más para ella que para mí.

 

—Es realmente difícil de encontrar —me explicó, empezando a sentirse incómoda—. Hay que encargarlo especialmente. Mi padre me habló de él. Espero que te guste.

 

—Mmmm —dije al aplicar unas gotas detrás de mis orejas y sobre las mu?ecas. Inhalé profundamente, pensando que olía a bosques verdes con un toque de cítrico; limpio y picante, con un matiz a sombras oscuras. Delicioso—. Oh, este es maravilloso —aseguré y me levanté para darle un rápido y espontáneo abrazo.

 

Ella se quedó muy quieta, y yo me volví hacia el tocador, fingiendo que no advertía su sorpresa.

 

—Eh —musitó ella, y me giré para encontrar una expresión de asombro—. Funciona.

 

—?Qué…? —balbuceé con suspicacia, preguntándome que era lo que me había aplicado.

 

Sus ojos vagaron al azar antes de encontrarse con los míos.

 

—Bloquea el sentido olfativo de un vampiro —afirmó—. Al menos, los aromas más sensibles que llegan al inconsciente. —Me dedicó una sonrisa torcida que la hacía parecer inofensiva—. No puedo olerte en absoluto.

 

—Genial —exclamé impresionada—. Debería llevarla todo el día.

 

La expresión de Ivy se volvió sutilmente culpable.

 

—Podrías hacerlo, pero conseguí la última botella, y no sé si podría volver a encontrar otra.

 

Asentí. Se refería a que era más cara que tres litros de agua en la luna.

 

—Gracias, Ivy —le dije seriamente.

 

—De nada. —Su sonrisa era sincera—. Feliz solsticio por adelantado. —Dirigió su atención hacia la parte delantera de la iglesia—. Está aquí.

 

El rugido de un coche aparcando me llegó a través del fino cristal tintado de mi ventana. Respiré profundamente y miré hacia el reloj de mi mesita de noche.

 

—Justo a tiempo. —Me volví hacia Ivy, rogándole con los ojos que fuera a abrir la puerta.

 

—Ni hablar. —Sonrió, mostrando involuntariamente una hilera de dientes—. Abre tú.

 

Se dio la vuelta y se marchó. Bajé la vista hacia mi vestido, pensando que era flagrantemente inapropiado, y ahora tenía que abrir la puerta con él.