Pero volvió a introducirse, inclinando su cabeza sobre algo peque?o que llevaba en sus manos al retroceder. Pensé que podría ser aquel feo bolso con lentejuelas que deseé no haber comprado nunca, pero me sentí mortificada cuando se giró con un libro de aspecto inofensivo. No tenía título y estaba encuadernado en un cuero marrón claro. El brillo en los ojos de Kisten me dijo que sabía de lo que se trataba.
—Dame eso —le ordené estirando el brazo para cogerlo.
Con una sonrisa maliciosa, Kisten lo levantó por encima de su cabeza. Probablemente aún pudiera cogerlo, pero tendría que subirme encima de él.
—Vaya, vaya, vaya… —pronunció lentamente—. Se?orita Morgan. Me has sorprendido y deleitado. ?Dónde conseguiste una copia de la guía de Rynn Cormel para salir con no muertos?
Apreté los labios y me ruboricé, resignada. Ladeé la cadera; no pude hacer nada mientras él daba un prudencial paso hacia atrás y hojeaba el libro.
—?Lo has leído? —preguntó; después profirió un sorprendido ?Mmmm? al detenerse en una de las páginas—. Me había olvidado de esa. Me pregunto si aún podré hacerla.
—Sí, lo he leído. —Extendí la mano—. Dámelo.
Kisten apartó su atención de aquellas páginas; tenía sus grandes y masculinas manos sobre el libro abierto. Sus ojos se habían puesto un pelín negros, y me maldije cuando me atravesó una corriente de excitación. Malditas feromonas vampíricas.
—Ooooh, es importante para ti —dijo Kisten, mirando hacia la puerta cuando Ivy provocó un estruendo en la cocina—. Rachel… —continuó suavizando la voz al dar un paso hacia mí—. Conoces todos mis secretos. —Sin mirar, sus dedos se?alaron una página—. Lo que me vuelve loco. Lo que instintivamente me lleva… al… límite…
Pronunció las últimas palabras con cuidado, y contuve un delicioso escalofrío.
—Sabes cómo… manipularme —murmuró, balanceando el libro con una mano distraída—. ?Hay un manual para las brujas?
De algún modo se encontraba a dos pasos de mí, y no recordaba que se hubiera movido. El olor de su abrigo de lana era fuerte, y por debajo estaba el intenso aroma del cuero. Alterada, le arrebaté el libro, y Kisten retrocedió un paso.
—Qué más quisieras —murmuré—. Ivy me lo dio para que dejara de tocarle las narices. Eso es todo. —Lo deslicé bajo mi almohada y su sonrisa se intensificó. Maldita sea, si me tocaba, le daría un pu?etazo.
—Ahí es donde debe estar —afirmó—. No en un armario. Tenlo cerca para una consulta rápida.
—Sal de aquí —le ordene se?alando hacia fuera.
Con su largo abrigo ondeando sobre el borde de su calzado, avanzó hacia la puerta; cada uno de sus movimientos contenía una confiada y seductora elegancia.
—Recógete el pelo —me aconsejó mientras cruzaba lentamente el umbral. Me ofreció una sonrisa mostrando sus dientes—. Me gusta tu cuello. Página doce, tercer párrafo. —Se relamió los labios, ocultando el fulgor de sus colmillos justo cuando los vi.
—?Fuera! —grité; avancé dos pasos y cerré la puerta de un golpe.
Irritada, me volví hacia lo que él había extendido sobre la cama, contenta de haber superado aquella tarde. Un ligero hormigueo en mi cuello me hizo levantar la mano y presionar la palma contra él, deseando que desapareciera. Contemplé la almohada; entonces extraje el libro con reticencia. ?Rynn Cormel lo había escrito? Caramba, ese hombre había recorrido el país sin ayuda durante la Revelación, ?y también había dispuesto del tiempo suficiente para escribir un manual de sexo vampírico?
El aroma a lilas ascendió al abrirlo por la página se?alada. Estaba preparada para cualquier cosa, habiéndolo leído dos veces para encontrarlo mas desconcertante que excitante, pero tan solo trataba del uso de collares para enviar mensajes a tu amante. Aparentemente, cuanto más cubrías tu cuello, más le invitabas, a él o a ella, a descubrirlo. El collar gótico de metal que últimamente estaba tan de moda era como pasear en ropa interior. Ir sin llevar absolutamente nada en el cuello era casi igual de malo; una deliciosa reivindicación de virginidad vampírica, y algo completa y profundamente excitante.
—Vaya —murmuré, cerrando el libro y dejándolo sobre mi nueva mesita de noche. Puede que tuviera que releerlo. Mis ojos se dirigieron hacia el atuendo que Kisten había seleccionado para mí. Parecía bastante soso, pero me lo probaría y, cuando Ivy le dijera que tenía aspecto de cuarentona, tendría que esperar otros diez minutos a que me volviera a cambiar.
Apresuradamente, me quité las botas y las arrojé a un lado con un sonoro golpe. Había olvidado que los pantalones grises tenían un forro de seda, y me produjeron una agradable sensación al deslizarlos sobre mis piernas. Escogí un top negro sin mangas, sin la ayuda de Kisten, y me puse la camisa encima. No hacía nada por acentuar mis curvas, y me giré hacia el espejo con el ce?o fruncido.
Me quedé asombrada ante mi reflejo.