—Quiero oír lo que tiene que decirme —afirmé mientras abría un cajón y colocaba tres toallas de cocina en el umbral, a modo de dique. Los ni?os de Jenks nos espiaban a la vuelta de la esquina. El furioso pixie frotó sus alas entre ellas, emitiendo un agudo silbido, y desaparecieron con un gorjeo.
Extraje una cuarta toalla para limpiarme el glaseado de los codos y me situé delante de Quen. Esperé con los pies bien separados y mis pu?os sobre las caderas. Debía ser algo grave para arriesgarse a que Jenks descubriera que era un elfo. Pensé en Ceri, al otro lado de la calle, y mi preocupación aumentó. No iba a permitir que Trent supiese que ella existía. La utilizaría de alguna forma; alguna forma horrible.
El elfo se palpó las costillas por encima de su camisa negra.
—Creo que me las has roto —me dijo.
—?He aprobado? —inquirí maliciosamente.
—No. Pero eres lo mejor que tengo.
Ivy profirió un bufido de incredulidad, y Jenks se dejó caer ante él, manteniéndose cuidadosamente fuera de su alcance.
—Tú, cretino —dijo el hombre de diez centímetros—. Ya podríamos haberte matado tres veces.
Quen frunció el ce?o.
—Vosotros. Era ella en quien estaba interesado. No en vosotros. Ella falló.
Entonces supongo que eso quiere decir que te marchas —aventuré sabiendo que no sería tan afortunada—. Observé su oscuro atuendo y suspiré. Los elfos dormían con el sol en lo alto y a medianoche, igual que los pixies. Quen estaba aquí sin que Trent lo supiera.
Sintiéndome más segura de mí misma, saqué una silla y tomé asiento antes de que Quen viese que mis piernas estaban temblando.
—Trent no sabe que estás aquí —le dije, y él asintió solemnemente.
—Es mi problema, no el suyo —afirmó Quen—. Voy a pagarte a ti, no a él.
Parpadeé, tratando de ocultar mi incomodidad. Trent no lo sabía. Interesante.
—Tienes un trabajo para mí del que él no sabe nada —aduje—. ?De qué se trata?
Quen miró a Ivy y a Jenks.
Crucé las piernas sintiéndome molesta y sacudí mi cabeza.
—Somos un equipo. No voy a pedirles que se vayan para que puedas contarme en qué charco de meados andas metido.
El elfo maduro arrugó su entrecejo. Resopló con cierto enojo.
—Mira —le dije, estirando mi dedo índice para se?alarle—. No me gustas. No le gustas a Jenks. Ivy quiere comerte. Así que empieza a hablar.
Se quedó completamente inmóvil. Fue entonces cuando advertí su desesperación, temblorosa tras sus ojos, como la luz en el agua.
—Tengo un problema —comenzó a decir, con el más leve rastro de temor en su grave voz.
Miré hacia Ivy. Su respiración se había acelerado y permanecía con los brazos enroscados sobre sí misma, manteniendo cerrada su bata. Parecía enfadada; su pálido rostro estaba aún más blanco de lo habitual.
—El se?or Kalamack tiene un acontecimiento social…
—Hoy ya he rechazado una oferta para hacer de fulana —atajé apretando los labios.
Los ojos de Quen destellaron.
—Cállate —espetó con frialdad—. Alguien está interfiriendo en los asuntos del negocio secundario del se?or Kalamack. La reunión es para tratar de llegar a un mutuo entendimiento. Quiero que estés allí para que te asegures de que eso es todo lo que hay.
?Mutuo entendimiento? Aquello era un ?Yo soy más duro que tú, así que aparta tus manos de mi territorio?.
—?Saladan? —adiviné.
Un auténtico asombro anegó su rostro.
—?Le conoces?
Jenks revoloteaba sobre Quen, intentando averiguar lo que era. El pixie se volvía más y más frustrado; sus cambios de dirección eran bruscos y acentuados, con agudos chasquidos de sus alas de libélula.
—He oído hablar de él —afirmé, pensando en Takata. Entorné mis ojos—. ?Por qué debería importarme que meta las narices en los asuntos del negocio ?secundario? de Trent? Se trata del azufre, ?no es así? Bien, pues por mí os podéis ir al infierno. Trent está matando gente. No es que no lo haya hecho antes, pero ahora la está matando sin motivo. —La ira me hizo levantarme de mi asiento—. Tu jefe es basura. Debería encerrarle, no protegerle. ?Y tú —a?adí subiendo la voz mientras le se?alaba—, eres peor que basura por no hacer nada mientras tanto!
Quen se sonrojó, haciéndome sentir mucho mejor conmigo misma.
—?Tan estúpida eres? —espetó, y me quedé helada—. El azufre adulterado no es del se?or Kalamack; es de Saladan. Ese es el motivo de esta reunión. El se?or Kalamack está intentando sacarlo de las calles y, a no ser que quieras que Saladan se adue?e de la ciudad, será mejor que empieces a mantener con vida al se?or Kalamack, así como al resto de nosotros. ?Aceptas el encargo o no? La oferta es de diez mil.
Un hiriente sonido ultrasónico de sorpresa provino de Jenks.
—Pago en metálico y por adelantado —a?adió Quen, sacando un fajo de billetes de alguna parte de su cuerpo antes de arrojarlo a mis pies.
Miré el dinero. No era suficiente. Un millón de dólares no serían suficientes. Deslicé el pie sobre el suelo mojado hacia Quen.
—No.
—Coge el dinero y deja que muera, Rache —dijo Jenks desde el alféizar ba?ado por el sol.