Antes bruja que muerta

Se apartó hacia atrás y me lo quité de encima con un empujón. Todavía apoyada sobre mis manos y rodillas, me eché el pelo hacia atrás con un movimiento de mi cuello.

 

Quen se había puesto en pie, pero no se movía. Permanecía completamente estático, con las palmas de sus manos manchadas de galleta levantadas sobre su cabeza en un gesto de aquiescencia. Jenks flotaba delante de él, con la espada que tenía guardada para combatir hadas entrometidas apuntando al ojo derecho de Quen. El pixie parecía enojado, dejando caer el polvo y formando un rayo dorado que iba desde su cuerpo hasta el suelo.

 

—Respira —le amenazó Jenks—. Parpadea. Solo dame un motivo, maldita monstruosidad de la naturaleza.

 

Me levanté con torpeza al tiempo que Ivy se lanzaba al interior de la sala, moviéndose más deprisa de lo que jamás habría creído posible. Con su oscilante bata abierta, aferró a Quen por la garganta.

 

Las luces parpadearon, y los utensilios de cocina colgantes iniciaron un balanceo cuando ella le estampó contra la pared junto a la puerta.

 

—?Qué estás haciendo aquí? —gru?ó, con los nudillos blanquecinos de tanto apretar. Jenks se había movido con Quen, su espada aún le estaba tocando el ojo.

 

—?Esperad! —exclamé, preocupada de que pudieran matarle. No es que me importase, pero entonces mi cocina se llenaría de agentes de la SI y habría papeleo. Montones de papeleo—. Calma —los tranquilicé.

 

Mis ojos se fijaron en Ivy, que aún sujetaba a Quen. Tenía la mano llena de glaseado y me la sacudí en mis vaqueros empapados mientras recuperaba el aliento. Estaba manchada de agua salada y tenía trozos de galleta y azúcar por todo el pelo. Parecía como si en la cocina hubiese explotado Poppie Fresco, el mu?eco de los dónuts. Entorné los ojos hacia el glaseado morado que había en el techo. ?Cuándo había ocurrido eso?

 

—Se?orita Morgan —dijo Quen, antes de emitir un gorgoteo cuando Ivy intensificó su apretón. La música del cuarto de estar era lo bastante suave como para poder hablar.

 

Torcí el gesto por el dolor de mis costillas. Furiosa, avancé hasta donde Ivy lo sujetaba.

 

—??Se?orita Morgan?? —grité, a diez centímetros de su cara enrojecida—. ??Se?orita Morgan?? ?Ahora soy la se?orita Morgan? ?Cuál es tu jodido problema? —chillé—. Entras en mi casa. Estropeas todas mis galletas. ?Sabes cuánto tiempo llevará limpiar todo esto?

 

El volvió a gorgotear y mi ira empezó a suavizarse. Ivy le miraba fijamente con una intensidad apabullante. El olor de su miedo le había llevado más allá de sus límites. Estaba hambrienta a mediodía. Aquello no era bueno, y di un paso hacia atrás, súbitamente calmada.

 

—Eh, ?Ivy? —la llamé.

 

—Estoy bien —contestó con aspereza; sus ojos no decían lo mismo—. ?Quieres que lo desangre para que se calle?

 

—?No! —exclamé y volví a sentir un descenso en mi interior. Quen estaba invocando una línea. Tomé aire, alarmada. Las cosas se estaban descontrolando. Alguien iba a salir herido. Yo podía trazar un círculo, pero sería a mi alrededor no en torno a él—. ?Suéltale! —ordené—. ?Tú también, Jenks! —Ninguno de ellos se movió—. ?Ahora!

 

Ivy le levantó pegado a la pared antes de soltarlo y dar un paso atrás. Chocó contra el suelo con un sonoro golpe, y se llevó una mano al cuello mientras tosía con violencia. Lentamente, movió las piernas hasta colocarlas en una posición normal. Tras apartarse el pelo negro de sus ojos, levantó la mirada, sentado con las piernas cruzadas y descalzo.

 

—Morgan —dijo con la voz ronca, ocultando su garganta con una mano—. Necesito tu ayuda.

 

Miré hacia Ivy, quien se estaba apretando de nuevo su batín de seda negra. ?Necesitaba mi ayuda? Sí, claro.

 

—?Estás bien? —le pregunté a Ivy, y ella asintió. El anillo de color marrón que quedaba en sus ojos era demasiado fino para mantenerme tranquila, pero el sol estaba en lo alto y la tensión en la sala disminuía. Al ver mi preocupación, apretó los labios.

 

—Estoy bien —reiteró—. ?Quieres que llame a la SI ahora o después de matarle?

 

Mis ojos peinaron el estado de la cocina. Mis galletas se habían echado a perder y estaban tiradas en pedazos mojados por todas partes. Los pegotes de glaseado que había en las paredes empezaban a resbalar hacia abajo. El agua salada estaba saliendo de la cocina, amenazando con alcanzar la alfombra del cuarto de estar. Dejar que Ivy le matase empezaba a parecerme una idea realmente buena.