—Cobarde —espeté en voz baja, pensando que no era más que otro clavo más en el ataúd. él sabía que no habría nadie levantado a esa hora, salvo los pixies. Me prometí disfrutar en mi cita con Kisten, tanto si Ivy tenía que matarle después, como si no. Apreté el botón para borrar su mensaje, después volví a la guía telefónica.
éramos de las últimas del listín y, al topar con Encantamientos Vampíricos impreso en un simpático tipo de letra, mis cejas se enarcaron. Era un bonito anuncio, más atractivo que todos los demás anuncios que lo rodeaban, con el dibujo a mano de una mujer de aspecto misterioso vestida con un sombrero y un guardapolvos al fondo del mismo.
—?Rápidas. Discretas. No hacemos preguntas? —leí en voz alta—. ?Honorarios en base a su solvencia, facilidades de pago. Estamos aseguradas. Tarifas semanales, diarias y por horas?. —Debajo de todo aquello estaban nuestros tres nombres, la dirección y el número de teléfono. No lo entendía. Allí no había nada que incitase a pensar en casas de citas o incluso en un servicio de acompa?antes. Entonces vi la diminuta tipografía al pie que recomendaba mirar las entradas secundarias.
Pasé las finas páginas hasta el primer anuncio de la lista, y encontré el mismo anuncio. Luego miré con más atención, no a nuestro anuncio, sino a los de al rededor. Joder, esa mujer apenas llevaba ropa, y tenía la insinuante figura de un dibujo manga. Mis ojos se fueron al encabezamiento de la página.
—?Servicios de acompa?antes? —dije, ruborizándome ante aquellos sugerentes y tórridos anuncios.
Volví a mirar nuestro anuncio, y ahora las palabras cobraban un significado completamente nuevo. ??No hacemos preguntas?? ??Tarifas semanales, diarias y por horas?? ??Facilidades de pago?? Cerré la guía con los labios apretados, y la dejé a la vista para hablarlo con Ivy. No me extra?aba que recibiéramos tantas llamadas.
Algo más que un poco airada, volví a conectar el sonido del equipo y me dirigí de vuelta a la cocina, con el tema Magic Carpet Ride, de los Steppenwolf, haciendo lo posible por mejorar mi estado de ánimo.
Fue el ligero matiz de una corriente de aire, un mínimo aroma a pavimento húmedo, lo que me hizo vacilar en mis pasos y la mano que trataba de golpearme de camino a la cocina pasó rozándome la mandíbula.
—?Dios bendito! —murmuré al lanzarme hacia la cocina en lugar de retroceder hasta el angosto pasillo. Recordé lo ocurrido con los ni?os pixie e invoqué la línea luminosa de nuevo, pero no hice nada más, mientras me agachaba en una postura defensiva entre el fregadero y la encimera central. Casi me ahogo al ver quién permanecía de pie, en el umbral de la cocina.
—?Quen? —balbuceé sin relajar mi postura al tiempo que aquel hombre atlético y ligeramente arrugado me observaba de forma inexpresiva. El jefe de seguridad de Trent iba vestido completamente de negro, sus mallas ajustadas recordaban vagamente a un uniforme—. ?Qué co?o estás haciendo? —inquirí—. Debería llamar a la SI, ?sabes? ?Y hacer que se lleven tu culo a rastras de mi cocina por allanamiento! Si Trent quiere verme, puede venir hasta aquí como cualquier otra persona. ?Lo mandaría a hacer gárgaras, pero debería tener la decencia de permitirme hacerlo en persona!
Quen sacudió su cabeza.
—Tengo un problema, pero no creo que tú puedas resolverlo.
Torcí el gesto al mirarle.
—No me pongas a prueba, Quen —pronuncié en un gru?ido—. Saldrás perdiendo.
—Ya lo veremos.
Esa fue la única advertencia que recibí, mientras aquel hombre se separaba de la pared dirigiéndose hacia mí.
Jadeando, me lancé pasando junto a él, en vez de retroceder por el camino que yo quería. Quen era un experto en seguridad. Retrocediendo, tan solo lograría acorralarme a mí misma. Con el corazón desbocado, agarré mi abollado recipiente de cobre para hechizos, que contenía el glaseado blanco y traté de golpearle.
Quen lo cogió, tirando de mí hacia delante. La adrenalina bombeó dolorosamente en mi cabeza al soltarlo, y él lo lanzó a un lado. Cayó con un fuerte sonido metálico y rodó hasta el pasillo.
Cogí la cafetera y la arrojé. El aparato se detuvo a causa de su propio cable, y el decantador cayó al suelo, haciéndose pedazos. Lo esquivó; sus ojos verdes mostraron su enfado al topar con los míos, como si se preguntase qué demonios estaba haciendo. Pero si lograba cogerme, estaría perdida. Tenía un armario lleno de amuletos al alcance de la mano, pero no tenía tiempo para invocar ni siquiera uno.
él se agazapó para saltar y, al recordar cómo había esquivado a Piscary con increíbles saltos, me dirigí a mi cuba de solución salina. Apretando los dientes por el esfuerzo, la volqué.
Quen gimió de disgusto cuando cuarenta litros de agua salada cayeron sobre el suelo para mezclarse con el café y los trozos de cristal. Agitando sus brazos en círculo, resbaló.
Mientras, me subí a la isla central, pisoteando galletas glaseadas y pateando viales de azúcar de colores. Me agaché para evitar los utensilios que colgaban y salté con los pies por delante al tiempo que él se levantaba.