—Mmm —balbuceé, con las rodillas repentinamente flojas por algo más que el ejercicio—. ?Qué pez? —Abrí torpemente las gafas de sol. Mientras me las ponía, empecé a caminar, dirigiéndome a la salida.
David se palpó el torso buscando lesiones mientras me seguía, y no tardó en ponerse al mismo ritmo acelerado que yo.
—?Ves? —murmuró casi dirigiéndose a sí mismo—. Esto es exactamente por lo que te he estado siguiendo. Ahora nunca conseguiré una respuesta directa, nunca resolveré la reclamación.
Sentí un pinchazo en el estómago y me obligué a acelerar el paso.
—Fue una equivocación —le aseguré, poniéndome colorada—. Creía que era el pez de los Howlers.
David se quitó la cinta de la cabeza, se echó el pelo hacia atrás y se la volvió a colocar.
—Los informes dicen que el pez ha sido destruido. Yo lo encuentro extremadamente improbable. Si pudieras demostrar eso, yo podría redactar mi informe, enviarle un cheque a la parte a quien el se?or Ray le robó el pez, y nunca volverías a verme.
Le miré de reojo, aliviada porque no fuese a notificarme una demanda judicial, o algo más tangible. Había supuesto que el se?or Ray se lo había robado a alguien, ya que nadie me había perseguido para encontrarlo. Pero esto no me lo esperaba.
—?Alguien aseguró su pez? —dije de forma burlona sin llegar a creerlo, antes de darme cuenta de que hablaba en serio—. Estás bromeando.
El hombre sacudió su cabeza.
—Te he estado siguiendo para tratar de averiguar si lo tienes o no.
Habíamos llegado ya a la entrada y me detuve; no quería que me siguiera hasta mi coche. No porque él no supiera ya de cuál se trataba.
—?Y por qué no simplemente preguntarme, se?or detective de seguros?
Con un aire de molestia, separó los pies asumiendo una postura agresiva. Tenía exactamente la misma estatura que yo, lo que lo convertía en un hombre bajo, pero la mayoría de los hombres lobo no eran personas muy altas.
—?De verdad quieres que crea que no lo sabes?
Le lancé una mirada ausente.
—?Saber qué?
Se pasó una mano sobre su barba y miró hacia el cielo.
—La mayoría mentirían como bellacos si tuvieran en su poder un pez de los deseos. Si lo tienes, dímelo. No me importa. Lo único que quiero es sacar esta reclamación de la mesa de mi despacho.
Me quedé con la boca abierta.
—?D-de los deseos?
El asintió.
—Sí, un pez de los deseos. —Sus espesas cejas se enarcaron—. ?De verdad no lo sabías? ?Todavía lo tienes?
Tomé asiento en uno de los fríos bancos.
—Jenks se lo comió.
El hombre lobo dio un respingo.
—?Cómo has dicho?
No era capaz de levantar la mirada. Mis pensamientos retrocedieron al pasado oto?o y mi visión cruzó la verja hasta mi brillante descapotable rojo, esperándome en el aparcamiento. Yo había deseado un coche. Joder, había deseado un coche y lo había obtenido. ?Jenks se había comido un pez de los deseos?
Su sombra cayó sobre mí y yo levanté la mirada, escudri?ando hacia la silueta de David, negra en contraste con el perfecto azul del mediodía.
—Mi compa?ero y su familia se lo comieron.
David se me quedó mirando fijamente.
—Estás de broma.
Clavé la mirada en el suelo, sintiéndome enferma.
—No lo sabíamos. Lo cocinó en un fuego al aire libre y su familia se lo comió.
Sus peque?os pies se movieron con rapidez. Mientras se removía en el sitio con incomodidad, sacó un trozo de papel doblado y un bolígrafo de su mochila. Al tiempo que yo estaba sentada, con los codos apoyados sobre las rodillas, mirando al infinito, David se arrodilló a mi lado y garabateó, usando el banco de suave mármol como escritorio.
—Si es tan amable de firmar aquí, se?orita Morgan —me dijo, tendiéndome el bolígrafo.
Dejé escapar un profundo suspiro. Cogí el bolígrafo, y luego el papel. Su letra gozaba de una firme precisión que me indicaba que era meticuloso y organizado. A Ivy le encantaría. Al examinarlo, me di cuenta de que se trataba de un documento legal, con la letra de David constatando que yo había presenciado la destrucción del pez, ignorando sus habilidades. Frunciendo el ce?o, garabateé mi nombre y se lo devolví.
En sus ojos se anidaba una asombrada incredulidad cuando recogió el bolígrafo de mi mano y firmó también. Respondí con un resoplido cuando le vi extraer de su mochila una especie de equipo notarial y lo hizo legal. No me pidió el carnet de identidad, pero demonios, había estado siguiéndome durante tres meses.
—?También eres notario? —le pregunté, y él asintió y volvió a meterlo todo en su mochila antes de cerrarla con la cremallera.
—Es imprescindible para mi forma de trabajar. —Se puso en pie y me sonrió—. Gracias, se?orita Morgan.
—No hay de qué. —Mis pensamientos se enredaban. No podía decidir si iba a decírselo a Jenks o no. Mi mirada regresó a David al darme cuenta de que me estaba ofreciendo su tarjeta. La cogí, dándole vueltas a la cuestión.