Los rítmicos golpes de mis pies al correr, que subían por mi columna vertebral, eran una agradable distracción para no pensar en Nick. Era un día despejado; el sol se reflejaba en los montones de nieve, haciéndome entornar los ojos tras mis nuevas gafas de sol. Me había dejado las viejas en la limusina de Takata, y las nuevas no se acoplaban igual de bien. Aquel era el segundo día consecutivo en el que me había levantado a la infernal hora de las diez de la ma?ana para salir a correr y, por todas las Revelaciones que hoy sí pensaba a hacerlo. Correr después de medianoche no era tan divertido, había demasiados tipos raros. Además, esa noche tenía una cita con Kisten.
La idea vibró a través de mi interior y mi ritmo aumentó. Cada exhalación concentrada estaba sincronizada con mis zancadas, creando un ritmo hipnótico que me llevaba al éxtasis del corredor. Aceleré aún más el ritmo, recreándome en él. Delante de mí había una pareja de viejas brujas caminando a paso acelerado, cuando pasé junto a la jaula de los osos. Observaban con ávido interés (los osos, no las brujas). Creo que ese es el motivo por el que la dirección nos permite entrar a los corredores. Proporcionamos a los grandes depredadores algo que observar, aparte de ni?os en sillitas y padres cansados.
En realidad, nuestro colectivo de corredores había tomado la iniciativa de adoptar a los tigres de Indochina del zoo precisamente con esa idea. Los fondos para su manutención llegaban exclusivamente de nuestros pases especiales. Comían realmente bien.
—?Pista! —exclamé jadeando al ritmo de mis zancadas, y las dos brujas se apartaron hacia ambos lados, dejando un hueco para mí—. Gracias —les dije al pasar, percibiendo su intenso aroma a secuoya en aquel aire vigorizante y dolorosamente seco.
El murmullo de su sociable conversación se diluyó con rapidez. Deseché un pensamiento confuso y furioso en torno a Nick. No necesitaba que él corriera; podía correr por mi cuenta. él no había corrido mucho conmigo últimamente, no desde que adquirí el coche y no necesitaba que él me llevase.
Sí, desde luego, pensé apretando los dientes. No se trataba del coche. Era algo más. Algo que no me había contado. Algo que ?francamente, no era de mi incumbencia?.
—?Pista! —oí proveniente de alguien no muy lejano.
El tono era bajo y comedido. Quienquiera que fuese, seguía mi ritmo sin mucha dificultad. Se dispararon todas mis alarmas. Veamos si sabes correr, pensé tras respirar profundamente.
Diferentes músculos se pusieron en marcha como ruedas de engranaje al aumentar de ritmo; mi corazón latía con fuerza y el aire frío entraba y salía de mi interior. Ya me encontraba avanzando a un buen paso, mi ritmo habitual, situado entre una carrera de fondo y el sprint. Fue el que me convirtió en favorita de los ochocientos metros en el instituto, y me había sido de gran ayuda cuando trabajaba para la SI, en mis ocasionales persecuciones. Ahora, mis gemelos protestaron ante el aumento del ritmo y sentí arder mis pulmones. Al pasar junto a los rinocerontes y girar a la izquierda, me prometí venir más a menudo; estaba perdiendo facultades.
No había nadie delante de mí. Incluso los guardas estaban ausentes. Agucé el oído, y escuché como incrementaba su ritmo para igualar el mío. Eché un rápido vistazo hacia atrás mientras me desplazaba bruscamente hacia la izquierda.
Era un hombre lobo, algo bajo y delgado, impecable con unos pantalones deportivos grises y una camiseta a juego de manga larga. Su largo pelo negro estaba sujeto con una cinta, y su sereno rostro no reflejaba ningún esfuerzo al mantenerse a mi ritmo.
Mierda. Me dio un vuelco el corazón. Le reconocí, incluso sin el sombrero de vaquero y su guardapolvos de lana. Mierda, mierda, mierda.
Aceleré el ritmo con una descarga de adrenalina. Era el mismo hombre lobo. ?Por qué me estaba siguiendo? Mis recuerdos viajaron más allá del día de ayer. Le había visto antes. Muchas veces. La semana pasada estaba en el mostrador de relojes, cuando Ivy y yo elegíamos un nuevo perfume, para camuflar mi aroma natural mezclado con el suyo. Hacía tres semanas había estado poniéndole aire a sus neumáticos mientras yo echaba gasolina y dejaba el coche cerrado por dentro sin darme cuenta. Y hacía tres meses le había visto apoyado contra un árbol cuando Trent y yo hablábamos en el parque Edén.
Apreté los dientes. ?Será el momento de hablar con él?, pensé al pasar corriendo junto a la casa de los gatos.