Antes bruja que muerta

Después de haber sido golpeada dos veces contra la pared por la energía de las líneas luminosas, Ivy captó el mensaje de que, aunque yo era su amiga, nunca jamás le diría que sí. Había sido más fácil después de que ella también comenzase a ejercer de nuevo, satisfaciendo sus necesidades en alguna otra parte y regresando a casa saciada, relajada y secretamente asqueada por haber cedido otra vez.

 

Durante el verano pareció haber cambiado el objetivo de sus energías, de tratar de convencerme de que morderme no era un acto sexual, a asegurarme que ningún otro vampiro me mordería jamás. Si ella no podía tener mi sangre, entonces ningún otro podría, y se había lanzado a una inquietante y halagadora cruzada para evitar que otros vampiros se aprovechasen de mi marca demoníaca y me sedujesen para convertirme en su sombra. Vivir con ella me concedía protección frente a ellos; una protección que no me avergonzaba recibir; y a cambio, yo era su amiga incondicional. Y, aunque pudiera parecer desigual, no lo era.

 

Ivy era una amiga difícil de mantener, celosa de cualquiera que atrajese mi atención, aunque lo disimulaba bien. Apenas soportaba a Nick. Kisten, sin embargo, parecía ser la excepción, lo cual, por supuesto, me hacía sentir un tremendo alborozo interior. Así que, mientras sostenía el café, me encontré deseando que Ivy saliera esta noche y colmara esa maldita ansia de sangre suya, para que dejase de mirarme como una pantera hambrienta lo que quedaba de semana.

 

Sintiendo como la tensión cambiaba desde la ira hasta la reflexión, miré hacia la cafetera a medio hacer, pensando tan solo en escapar de la habitación.

 

—?Quieres el mío? —le ofrecí—. Todavía no he bebido.

 

Mi cabeza se volvió hacia la masculina risita de Kisten. Había aparecido sin previo aviso en el umbral.

 

—Yo tampoco he bebido —dijo de forma sugerente—. Me apetece tomar un poco, ya que te ofreces.

 

Me invadió como un relámpago el recuerdo de Kisten y yo en aquel ascensor; mis dedos jugueteando con los sedosos mechones de su pelo te?ido de rubio, bajo la nuca; la barba de un día que se dejaba crecer para proporcionar a sus delicados rasgos un áspero roce contra mi piel; sus labios, suaves y agresivos al saborear la sal en mí; el tacto de sus manos en mi cintura, apretándome contra el, Joder.

 

Aparté mis ojos do él, y mr obligué a retirar mi mano del cuello, donde había estado acariciando inconscientemente mi cicatriz demoníaca para sentir su cosquilleo, estimulada por las feromonas que el vampiro expelía de forma involuntaria. Joder, joder.

 

Muy satisfecho consigo mismo, tomó asiento en el sillón de Ivy, adivinando claramente lo que yo estaba pensando. Pero al mirar su cuerpo tan bien moldeado, era difícil pensar en ninguna otra cosa.

 

Kisten también era un vampiro vivo, y su linaje se remontaba tan lejos como el de Ivy. Una vez había sido el sucesor de Piscary, y el fulgor de haber compartido sangre con el vampiro no muerto aún era visible en él. Aunque a menudo se hacía el irresistible vistiéndose de cuero al estilo motero y con un forzado acento británico, lo usaba para ocultar su negocio de forma astuta. Era listo. Y rápido. Y, aunque no tan poderoso como un vampiro no muerto, era más fuerte de lo que sugería su constitución delgada y su estrecha cintura.

 

Hoy iba vestido de forma clásica, con una camisa de seda remetida dentro de unos pantalones oscuros, con la clara intención de hacerse el profesional mientras se ocupaba de más intereses de Piscary, ahora que el vampiro languidecía en prisión. Las únicas pistas que revelaban el lado de chico malo de Kisten eran la cadena gris de metal que llevaba alrededor del cuello, idéntica a las dos que Ivy llevaba en su tobillo, y los dos pendientes de diamante que tenía en cada oreja. Al menos, se suponía que debía haber dos en cada oreja. Alguien le había arrancado uno, dejando una horrible cicatriz.

 

Kisten se estiró de forma provocativa en el sillón de Ivy, luciendo sus inmaculados zapatos, reclinándose hacia atrás mientras percibía el ambiente que se respiraba en la habitación. Descubrí que mi mano volvía a reptar hacia mi cuello, y fruncí el ce?o. Estaba intentando encantarme, meterse en mi cabeza y cambiar mis pensamientos y decisiones. No iba a funcionar. Tan solo los no muertos podían encantar a los que no lo deseaban, y él ya no podía seguir apoyándose en el poder de Piscary para que le otorgase las habilidades incrementadas de un vampiro no muerto.

 

Ivy retiró el café recién hecho del embudo.

 

—Deja en paz a Rachel —le aconsejó, demostrando claramente quién era el dominante entre ambos—. Nick acaba de plantarla.

 

Contuve la respiración y me quedé mirándola, horrorizada. ?No había querido que él lo supiera!

 

—Bueno… —murmuró Kisten, inclinándose hacia delante para apoyar los codos sobre sus rodillas—. No te convenía en absoluto, cari?o.

 

Molesta, me fui hasta el otro extremo de la encimera.

 

—Me llamo Rachel. No ?cari?o?.