Contuve la respiración y me quedé mirando la grisácea y fea moqueta. No pienso llorar, joder, no pienso llorar.
Le oí vacilar; después, las amortiguadas pisadas de sus botas sobre los escalones. Empezó a dolerme la cabeza cuando el apagado rugido de su camioneta hizo vibrar el cristal de la ventana del extremo del pasillo. Esperé hasta que no se oía nada antes de seguir sus pasos hacia el exterior; los míos fueron más lentos y torpes.
Lo había vuelto a hacer.
7.
Aparqué cuidadosamente el coche en el diminuto garaje, apagué los faros y después el motor. Deprimida, me quedé mirando la pared de yeso a medio metro de la rejilla. Reinaba el silencio, tan solo interrumpido por el crujido del motor al enfriarse. La moto de Ivy descansaba silenciosamente apoyada contra una pared lateral, cubierta por una lona impermeable para protegerla durante el invierno. Pronto oscurecería. Sabía que debía meter a Jenks en casa, pero me era difícil encontrar la fuerza de voluntad necesaria para desabrocharme el cinturón de seguridad y salir del coche. Jenks se posó sobre el volante con un zumbido para llamar mi atención. Con los hombros caídos, puse las manos sobre mi regazo.
—Bueno, al menos ahora sabes en qué posición te encuentras —aventuró.
Mi frustración se encendió, para morir al momento, superada por una oleada de apatía.
—Ha dicho que va a volver —dije con melancolía, necesitando creerme esa mentira hasta endurecerme lo suficiente para afrontar la verdad.
Jenks se rodeó con sus brazos, dejando quietas sus alas de luciérnaga.
—Rache —me consoló—. Nick me gusta, pero tú vas a recibir dos llamadas. Una en la que te dirá que te echa de menos y que se siente mejor, y la última, cuando te dirá que lo siente y te pedirá que le des la llave a su casero.
Miré hacia la pared.
—Déjame ser estúpida y creer en lo que ha dicho durante un rato, ?de acuerdo?
El pixie emitió un sonido de irónico conformismo. Parecía estar verdaderamente helado, con sus alas casi negras mientras se encogía tiritando. Había forzado el límite de su resistencia al desviarme hacia la casa de Nick. Estaba decidida a preparar galletas esta noche. No debería irse a dormir así de frío. Podría no despertar hasta la primavera.
—?Listo? —le pregunté mientras abría el bolso, y él saltó torpemente a su interior en lugar de volar. Preocupada, consideré meter el bolso dentro del abrigo. Acabé introduciéndola en la bolsa de la tienda, cerrando la abertura todo lo que pude.
Solo entonces abrí la puerta del garaje. Bolsa en mano, anduve por el camino, despejado con pala, hasta la puerta principal. Había un deslumbrante Corvette negro aparcado junto a la acera, con pinta de estar fuera de lugar y de correr peligro en medio de las calles nevadas. Lo reconocía; era el de Kisten, y me puse tensa. últimamente lo había visto demasiadas veces para mi gusto. El viento laceraba mi piel expuesta y levanté la mirada hacia el campanario, afilado entre las oscuras nubes. Pasé a hurtadillas junto al icono móvil de masculinidad de Kisten y subí los escalones de piedra hasta la doble puerta de madera. No teníamos una cerradura normal, aunque había un travesa?o de roble por dentro que yo me ocupaba de colocar antes de irme a la cama. Tras agacharme con torpeza, recogí una taza de anticongelante en bolitas del interior de una bolsa junto a la puerta, y lo esparcí sobre los escalones, antes de que la escarcha de la tarde tuviera ocasión de congelarse.
Abrí la puerta de un empujón; mi pelo ondeó ante la cálida corriente que se movía en el interior. Me llegó el sonido de un jazz suave y me adentré tras cerrar suavemente la puerta a mi espalda. No es que deseara particularmente ver a Kisten, no me importaba lo bonitos que fueran sus ojos, aunque pensé que probablemente debería agradecerle que me hubiera recomendado a Takata.
El vestíbulo estaba a oscuras, el brillo del crepúsculo se deslizaba desde el santuario, haciéndolo poco más que visible. El aire olía a café y a plantas, una especie de mezcla entre vivero y cafetería. Era agradable. Las cosas de Ceri estaban sobre la peque?a mesa antigua que Ivy les había robado a sus colegas; abrí mi bolsa para encontrar a Jenks mirando hacia arriba.
—Gracias a Dios —murmuró al elevarse lentamente en el aire. Después se quedó quieto, inclinando la cabeza mientras aguzaba el oído.
—?Dónde está todo el mundo?
Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero.
—Puede que Ivy les haya vuelto a gritar a tus ni?os y se hayan escondido. ?Es que te estás quejando?