—Eso es chantaje —afirmé asqueada.
—Es un servicio —replicó con solemnidad—, y no escatimo un solo centavo en ello. —Al ver mi ce?o fruncido, Takata se inclinó hacia delante, haciendo tintinear sus collares, con sus ojos azules clavados en los míos—. Mi espectáculo tiene una LPM, igual que cualquier circo ambulante o feria. No la mantendría ni una sola noche si no me asegurase de conseguir protección en cada una de las ciudades donde tocamos. Es el precio del negocio.
LPM eran las siglas de Licencia Pública Mixta. Garantizaba que hubiera seguridad en el lugar para evitar derramamiento de sangre en los alrededores, una necesidad cuando se mezclaban humanos e inframundanos. Si se reunían demasiados vampiros y uno de ellos sucumbía a su ansia de sangre, los demás se verían presionados a seguir el ejemplo. Yo no estaba segura de cómo una hoja de papel podía ser suficiente para mantener tranquilas las bocas hambrientas de unos vampiros sedientos de sangre, pero los establecimientos se esforzaban para mantener la clase A en su LPM, ya que los humanos y los inframundanos vivos boicotearían cualquier lugar que no dispusiera de una. Era demasiado fácil acabar muerto o atado mentalmente a un vampiro al que ni siquiera conocías. Además, personalmente, prefería estar muerta que ser el juguete de un vampiro, a pesar de que vivía con una de ellos.
—Eso es chantaje —insistí. Acabábamos de pasar el puente para cruzar el río Ohio. Me pregunté adonde nos dirigíamos si no era a los Hollows.
Takata se encogió de hombros.
—Cuando voy de gira, me quedo en los sitios durante una noche, tal vez dos. Si alguien crea problemas, no estaremos allí el tiempo suficiente para perseguirle, y todo gótico lo sabe. ?Dónde está el incentivo para que un vampiro excitado u hombre lobo se porten como es debido? Piscary extiende la promesa de que cualquiera que cause problemas responderá ante él.
Levanté la mirada, sin gustarme aquella versión hermosa y simplista de los hechos.
—Tengo un espectáculo sin incidentes —aseguró Takata, sonriente— y Piscary obtiene el siete por ciento de la venta de entradas. Todos ganan. Hasta ahora, he estado muy satisfecho con los servicios de Piscary. Ni siquiera me importó que aumentara sus tarifas para pagar a su abogado.
Bajé los ojos con un resoplido.
—Culpa mía —reconocí.
—Eso he oído —dijo el larguirucho cantante con laconismo—. El se?or Felps se quedó muy impresionado. Pero ?y Saladan? —La preocupación de Takata iba en aumento, y sus expresivos dedos tamborileaban un complicado ritmo mientras su mirada se dirigía hacia los itinerantes edificios—. No puedo permitirme pagarles a ambos. No quedaría nada para reconstruir los albergues de la ciudad, y ese es el sentido principal del concierto.
—Quieres que me asegure de que no ocurre nada —dije, y él asintió. Mis ojos se centraron en la fábrica de Jim Beam junto a la autopista mientras lo consideraba. Saladan estaba tratando de introducirse en el territorio de Piscary, ahora que el vampiro no muerto, se?or del crimen, estaba entre rejas por asesinato. Los asesinatos que yo le había imputado. Giré mi cabeza en un vano intento de ver a Jenks sobre mi hombro.
—Tengo que hablar con mi otra socia, pero no creo que haya problemas —le aseguré—. Seremos tres. Una vampiresa viva, un humano y yo. —Quería que Nick viniera, aunque oficialmente no formase parte de nuestra empresa.
—Yo —chilló Jenks—. Yo también. Yo también.
—No quería hablar por ti, Jenks —le dije—. Podría hacer frío.
Takata se reía entre dientes.
—?Con todo ese calor humano y bajo esos focos? Ni hablar.
—Entonces está decidido —afirmé, enormemente satisfecha—. ?Doy por hecho que tendremos pases especiales?
—Sí. —Takata se volvió para rebuscar bajo la carpeta que contenía las fotografías de su banda—. Estos os permitirán pasar por donde está Clifford. A partir de ahí, no debería haber ningún problema.
—Genial —respondí encantada mientras buscaba en mi bolso una de mis tarjetas—. Aquí tienes mi tarjeta, por si tienes que ponerte en contacto conmigo en cualquier momento.
Las cosas estaban empezando a ocurrir muy deprisa, y cogí el montón de pases tic gruesa cartulina que me entregó, a cambio de mi tarjeta negra de visita. Sonrió a 1 examinarla de cerca antes de introducírsela en el bolsillo delantero de su camisa. Al volverse con la misma suave mirada, golpeó con un nudillo la pantalla de cristal que había entre el conductor y nosotros. Agarré mi bolso con fuerza cuando giramos bruscamente hacia el arcén.