—Desde luego —dije, pensando que su mente saltaba de un tema a otro aún más que la de Nick. Me aflojé el cuello del abrigo. Allí empezaba a hacer calor.
—Excelente —comentó él antes de abrir la funda de guitarra que había a su lado y extraer un hermoso instrumento del ajado terciopelo verde. Mis ojos se abrieron de par en par—. Voy a lanzar un nuevo tema en el concierto de solsticio. —Vaciló—. ?Sabía que voy a tocar en el Coliseo?
—Tengo entradas —respondí, sintiendo una corriente de emoción. Nick las había comprado. Me había estado preocupando que fuera a anularlo y yo terminase yendo a Fountain Square para el solsticio, como hacía siempre, a poner mi nombre en el sorteo para cerrar allí el círculo ceremonial. El extenso y adornado círculo tenía el estatus de ?únicamente con autorización?, salvo durante los solsticios y Halloween. Pero ahora tenía el presentimiento de que pasaríamos juntos nuestro solsticio.
—?Genial! —afirmó Takata—. Esperaba que fuera. Bueno, tengo este tema acerca de un vampiro que se lamenta por alguien a quien no puede tener, y no sé qué estribillo le va mejor. A Ripley le gusta el más oscuro, pero Arron dice que el otro queda mejor.
Suspiró, mostrando una preocupación poco habitual. Ripley, una mujer lobo, era su batería, y el único miembro de la banda que había estado con Takata durante la mayor parte de su carrera. Se decía que ella era la de que nadie más hubiese durado más de un a?o o dos antes de irse por su cuenta.
—Había planeado cantarla en directo por primera vez en el solsticio —aseguró Takata—. Pero quiero lanzarla en la WVMP esta noche, para darle a Cincinnati la oportunidad de oírla primero. —Sonrió, lo que le hizo parecer varios a?os más joven—. El subidón es mayor cuando la cantan contigo.
Miró la guitarra sobre su regazo y tocó un acorde. La vibración inundó el coche. Mis hombros se relajaron y Jenks emitió un gorjeo ahogado. Takata levantó la mirada, con los ojos muy abiertos de forma interrogativa.
—?Me dirá cuál le gusta más? —preguntó, y yo asentí. ?Mi propio concierto privado? Sí, podía soportarlo. Jenks volvió a proferir ese gorgoteo ahogado.
—Muy bien. Se llama Lazos Rojos. —Tras respirar profundamente, Takata se relajó. Con los ojos ausentes, modificó el acorde que había estado tocando. Sus finos dedos se movían elegantemente y, con la cabeza inclinada sobre su guitarra, cantó.
—Oigo tu canto a través del telón, veo tu sonrisa a través del cristal. Enjugo tus lágrimas en mis pensamientos, el pasado no se puede enmendar. No sabía que me consumiría, nadie me advirtió que el dolor se iba a quedar. —Su voz cayó y continuó con el sonido torturado que le había hecho famoso—. Nadie me advirtió. Nadie me advirtió —concluyó, casi en un susurro.
—Ooooh, es muy bonito —dije, preguntándome si realmente creía que yo era capaz de emitir un juicio de valor.
Me lanzó una sonrisa, deshaciéndose de su actitud de escenario con la misma rapidez.
—Muy bien —dijo, volviendo a inclinarse sobre su guitarra—. Este es el otro. —Tocó un acorde más oscuro que sonaba casi incorrecto. Un escalofrío me recorrió la espalda y lo disimulé. La postura de Takata cambió, cargándose de dolor. La vibración de las cuerdas parecía resonar en mi interior, y me hundí más en los asientos de cuero; el zumbido del motor llevaba la música directamente a mi corazón.
—Eres mía —cantó casi en un susurro—, de alguna minúscula manera. Eres mía, aunque tú no lo sepas. Eres mía, un lazo surgido de la pasión. Eres mía, aún completamente mía. Porque es tu voluntad. Porque es tu voluntad. Porque es tu voluntad.
Sus ojos estaban cerrados, y no creo que recordase que yo estaba sentada delante de él.
—Mmm —balbuceé, y sus ojos azules se abrieron de golpe, con aspecto de estar casi aterrorizados—. Creo que, ?el primero? —aventuré mientras él recuperaba la compostura. Aquel hombre era más inestable que un cajón lleno de lagartos—. Me gusta más el segundo, pero el primero encaja mejor con la vampiresa mirando lo que ella no puede tener. —Parpadeé—. Lo que él no puede tener —corregí, ruborizándome.
Que Dios me ayude. Debo parecer una estúpida. El probablemente sabía que yo vivía con una vampiresa. El hecho de que ella y yo no compartiéramos la sangre probablemente no hubiera llegado a sus oídos. La cicatriz de mi cuello no era de ella, sino del Gran Al, y me cubrí con la bufanda para ocultarla.
Parecía estar casi tembloroso al apartar a un lado su guitarra.
—?El primero? —inquirió, con aspecto de querer decir algo más, y yo asentí—. De acuerdo —dijo forzando una sonrisa—. El primero entonces.
Hubo un nuevo gorjeo ahogado que provenía de Jenks. Me preguntaba si se repondría lo suficiente como para articular algo más que ese horrible sonido.