Antes bruja que muerta

—Esto, ?hola? —tartamudeé, y el hombre sonrió, mostrando su actitud impulsiva y perversamente inteligente, además de su tendencia a encontrar el lado divertido de cualquier cosa, incluso si el mundo se estuviera derrumbando a su alrededor. En realidad, el innovador artista había hecho justamente eso, su banda de garaje había saltado al estrellato durante la Revelación, sacándole jugo a la oportunidad de ser la primera banda abiertamente inframundana. Era un chico de barrio de Cincinnati a quien le había ido bien, y devolvía el favor donando la recaudación de sus conciertos del solsticio de invierno a las entidades benéficas de la ciudad. Este a?o era especialmente importante, ya que una serie de incendios provocados había diezmado muchos de los albergues para las personas sin hogar y los orfanatos.

 

—Se?orita Morgan —comenzó el hombre, tocándose un lado de su gran nariz. Dirigió su atención por encima de mi hombro y más allá de la ventana trasera—. Espero no haberla sobresaltado.

 

Tenía una voz profunda y cuidadosamente entrenada. Hermosa. A mí me perdían las voces hermosas.

 

—Eh… No. —Tras guardar las gafas de sol, me abrí la bufanda—. ?Qué tal le va? Su pelo está… genial.

 

él rió, consciente de mi nerviosismo. Nos habíamos conocido cinco a?os atrás y tomamos un café mientras manteníamos una conversación acerca de los problemas del pelo rizado. El hecho de que no solo me recordase, sino que también quisiera hablar, era halagador.

 

—Tiene una pinta horrorosa —afirmó tocándose el inmenso cardado, que había estado en forma de trenzas la última vez que nos vimos—. Pero mi relaciones públicas dice que aumenta las ventas un dos por ciento. —Estiró sus largas piernas, ocupando casi la totalidad de uno de los lados de la limusina.

 

—?Necesita otro amuleto para suavizarlo? —le ofrecí, sonriente, mientras estiraba el brazo para coger mi bolso. Me quedé sin respiración, alarmada.

 

—?Jenks! —exclamé, abriendo el bolso con rapidez, Jenks salió sofocado.

 

—?A buenas horas te acuerdas de mí! —refunfu?ó—. ?Qué demonios está pasando? Casi me parto el ala al caer sobre tu teléfono. Tienes M and M's tirados por todo el bolso y que me aspen si pienso recogerlos. ?Dónde estamos, por los jardines de Campanilla?

 

Le lancé a Takata una frágil sonrisa.

 

—Ah, Takata —comencé a decir—, este es…

 

Jenks advirtió su presencia. Hubo una enorme explosión de polvo de pixie, iluminando el coche por un instante y haciéndome saltar.

 

—?Me cago en la leche! —exclamó el pixie—. ?Tú eres Takata! Creía que Rachel me tomaba el pelo al decir que te conocía. ?Por la dulce madre de Campanilla! ?Espera a que se lo cuente a Matalina! Eres tú de verdad. ?Joder, eres tú de verdad!

 

Takata estiró la mano para ajustar el mando de una compleja consola y el aire caliente surgió de las rejillas.

 

—Sí, soy yo de verdad. ?Quieres un autógrafo?

 

—?Co?o, claro! —dijo el pixie—. Nadie va a creerme.

 

Sonreí, acomodándome en el asiento, notando como se relajaban mis nervios ante los halagos de Jenks a su estrella. Takata extrajo de una desgastada carpeta una foto de él y su banda delante de la Gran Muralla China.

 

—?A quién se la dedico? —preguntó, y Jenks se quedó mudo.

 

—Eh… —tartamudeó, deteniendo sus alas. Estiré mi mano para agarrarle y su ligero peso cayó sobre la palma—. Eh… —balbuceó aterrorizado.

 

—Dedíqueselo a Jenks —atajé, y Jenks emitió un diminuto sonido de alivio.

 

—Sí, a Jenks —afirmó el pixie, hallando la serenidad necesaria para volar hasta posarse sobre la foto mientras Takata la dedicaba con una firma ilegible—. Mi nombre es Jenks.

 

Takata me entregó la fotografía para que se la guardase.

 

—Encantado de conocerte, Jenks.

 

—Sí —chilló Jenks—. Yo también estoy encantado. —Profiriendo un sonido imposiblemente agudo hasta que me dolieron las pesta?as, revoloteaba entre Takata y yo como una luciérnaga enloquecida.

 

—Estate quieto, Jenks —susurré, sabiendo que el pixie podía oírme aunque Takata no.

 

—Mi nombre es Jenks —repitió mientras se iluminaba sobre mi hombro, tembloroso, al tiempo que yo introducía la foto en el bolso. Sus alas no podían estarse quietas, y la corriente generada por su movimiento resultaba agradable en el sofocante ambiente de la limusina.

 

Volví la mirada hacia Takata, sorprendida ante la vacía mirada en su rostro.

 

—?Qué pasa? —inquirí, pensando que algo iba mal.

 

él se recompuso de inmediato.

 

—Nada —contestó—. Oí que dejó la SI para ir por su cuenta. —Dejó escapar su aliento en una larga exhalación—. Hace falta valor.

 

—Fue una estupidez —admití, pensando en la amenaza de muerte que mi antiguo jefe había lanzado sobre mí como venganza—. Pensaba que no cambiaría nada.

 

él sonrió con aire satisfecho.

 

—?Le gusta trabajar por su cuenta?

 

—Es difícil sin el respaldo de una gran compa?ía —respondí—, pero tengo personas a mi lado que me levantan cuando caigo. Me fiaría de ellos más que de la SI; con los ojos cerrados.

 

Takata asintió, agitando su pelo.

 

—Estoy de acuerdo en eso. —Tenía los pies extendidos en dirección contraria al sentido de la marcha, y yo empezaba a preguntarme por qué estaba sentada en la limusina de Takata. No es que me quejara. Estábamos en la autopista, alrededor de la ciudad, con mi descapotable siguiéndonos a tres coches de distancia.