Antes bruja que muerta

La chica delante de mí parecía ser menor de edad, de forma que podía o bien poner a los del Servicio de Salud del Inframundo detrás de ella, o llevar su culo hasta la prisión de la SI. Lo segundo podría ser divertido, pero sería un verdadero estorbo en mi tarde de compras de solsticio. Todavía no sabía qué comprarle a Ivy. Las botas, vaqueros, calcetines, la ropa interior y los dos jerseys eran para Ceri. No iba a salir por ahí con Keasley vestida con mis camisetas y las zapatillas rosas de peluche.

 

La chica dobló el último jersey; su manicura era de un rojo intenso estridente. Unos amuletos tintineaban alrededor de su cuello, pero el de complexión que ocultaba su acné necesitaba ser retocado. Debía de ser una hechicera, porque a una bruja no la pillarían ni muerta con un amuleto tan desastroso como ese. Miré mi anillo rosa de madera. Podía ser peque?o, pero era lo bastante potente para ocultar mis pecas ante un amuleto antihechizo menor. Aficionada, pensé sintiéndome mucho mejor.

 

Me llegó un zumbido que parecía no venir de ninguna parte y me sentí satisfecha de no pegar un brinco como la chica de la caja registradora cuando Jenks casi se cae sobre el mostrador. Vestía con dos mallas negras, una encima de la otra, y llevaba puesto un sombrero rojo y unas bota:, contra el frío. Realmente la temperatura era demasiado baja para que estuviera en la calle, pero la marcha de jih le había deprimido, y antes nunca había estado de compras de solsticio. Mis ojos se abrieron de golpe al ver la mu?eca que había arrastrado hasta el mostrador. Tenía tres veces su tama?o.

 

—?Rache! —exclamó jadeante mientras empujaba aquel curvilíneo pedazo de plástico con pelo negro, homenaje a los sue?os húmedos de los muchachos adolescentes—. ?Mira lo que he encontrado! Estaba en la sección de juguetes.

 

—Jenks… —le advertí, oyendo las risitas de la pareja a mi espalda.

 

—?Es una mu?eca Betty Mordiscos! —voceó, agitando furiosamente las alas para mantenerse elevado, con sus manos sobre los muslos de la mu?eca—. La quiero. Quiero llevársela a Ivy. Es igualita que ella.

 

Al ver su brillante falda de cuero sintético y el corsé de vinilo rojo, tomé aire para protestar.

 

—Mira, ?ves? —dijo con voz animada—. Si empujas la palanca de su espalda, le sale sangre de mentira. ?No es genial?

 

Me sobresalté cuando una sustancia viscosa saltó desde el agujero que la mu?eca tenía por boca, y recorrió treinta centímetros de distancia hasta caer sobre el mostrador. Una baba roja le goteaba por su afilada barbilla. La cajera lo vio antes de colgarle a su novio. ?Quería darle eso a Ivy?

 

Suspiré mientras quitaba de en medio los vaqueros de Ceri. Jenks volvió a apretar la palanca, contemplando ensimismado la salida de la sustancia roja acompa?ada de un grotesco sonido. La pareja que había detrás de mí se reía; la mujer estaba colgada del brazo de su hombre y le susurraba al oído. Agarré la mu?eca, empezando a enfadarme.

 

—Te la compraré si dejas de hacer eso —gru?í.

 

Jenks se elevó con un brillo en sus ojos y aterrizó sobre mi hombro, metiéndose entre mi cuello y la bufanda para calentarse.

 

—Le va a encantar —aseguró—. Ya lo verás.

 

Tras dejarlo junto a la cajera, observé detrás de mí a la risue?a pareja. Eran vampiros vivos, bien vestidos e incapaces de estar treinta segundos sin meterse mano. Al advertir que la estaba mirando, la mujer dobló el cuello de la chaqueta de cuero de él para mostrar su garganta, ligeramente marcada. Al pensar en Nick, no pude evitar una sonrisa, la primera en semanas. Mientras la chica volvía a calcular el total de mi factura, rebusqué la chequera en mi bolsa. Estaba bien tener dinero. Realmente bien.

 

—Rache —aventuró Jenks—, ?puedes a?adir también una bolsa de M and M's? —Sus alas provocaron una fría corriente de aire contra mi cuello, al ponerlas a vibrar para generar algo de calor corporal. No podía ponerse un abrigo con esas alas en su espalda, y cualquier cosa pesada le resultaba excesivamente restrictiva.

 

Cogí una bolsa de las caras golosinas, cuyo estante anunciaba con un cartel pintado a mano que la venta ayudaría a reconstruir los albergues de la ciudad destruidos por el fuego. Ya tenía la cuenta, pero podía a?adir las golosinas. Y si los vampiros a mi espalda tenían algún problema con eso, se podían morir dos veces. Que era para los huérfanos, por el amor de Dios.

 

La chica cogió la bolsa y la marcó con la pistola, lanzándome una mirada engreída. La caja pitó al emitir el nuevo total y, mientras todos esperaban, miré el registro de transacciones. Parpadeé, quedándome helada. Había anotado un balance de todo con unos números claros y precisos. Yo no me había molestado en llevar la cuenta del total, al saber que allí quedaba un montón de dinero, pero alguien sí lo había hecho. Lo acerqué a mi nariz, mirándolo más de cerca.

 

—?Eso es todo? —exclamé—. ?Eso es todo lo que me queda?

 

Jenks se aclaró la garganta.

 

—Sorpresa —dijo con suavidad—. Es que estaba ahí tirado en tu escritorio, y pensé que podía llevar las cuentas por ti. —Se quedó indeciso—. Lo siento.