—?Está casi agotado! —tartamudeé con el rostro probablemente tan rojo como mi pelo. La cajera adoptó súbitamente un aire de suspicacia.
Avergonzada, terminé de rellenar el cheque. Ella lo cogió y llamó a su supervisor para asegurarse de que tenía fondos, haciéndolo pasar por el sistema de seguridad. Detrás de mí, la pareja de vampiros hizo un comentario sarcástico. Ignorándolos, examiné el registro de transacciones para saber en qué situación me encontraba.
Casi dos de los grandes por mi nuevo escritorio y los muebles del dormitorio, cuatro mil más por el aislamiento de la iglesia, y tres mil quinientos por un garaje para mi coche nuevo; no era cuestión de dejarlo bajo la nieve. Luego estaban el seguro y la gasolina. Un buen pellizco fue para Ivy, por el alquiler atrasado. Otro pellizco era por la noche que pasé en urgencias a causa de mi brazo roto, ya que por entonces no tenía seguro médico. Un tercer pellizco para hacerme un seguro. Y el resto… Tragué saliva. Allí aún quedaba dinero, pero había pasado de los veinte mil dólares a tener cuatro cifras en solo tres meses.
—Esto, ?Rache? —dijo Jenks—. Iba a preguntártelo después, pero conozco a un tipo que entiende de contabilidad. ?Quieres que le haga abrirte un fondo de pensiones? He estado echando un vistazo a tus finanzas y este a?o podrías necesitar un refugio fiscal, ya que no has estado desgravando nada por los impuestos.
—?Un refugio fiscal? —Me sentí enferma—. No me queda nada para invertir. —Tras coger las bolsas que me alcanzó la cajera, me dirigí hacia la puerta—. ?Y qué haces tú mirando mis finanzas?
—Vivo en tu escritorio —respondió con un toque de ironía—. ?Es que no está todo allí?
Suspiré. Mi escritorio. Mi precioso escritorio de roble macizo con sus huecos y escondrijos y un cubículo secreto en el fondo del cajón izquierdo. Mi escritorio, que había usado tan solo durante tres semanas antes de que Jenks y su prole se mudasen a su interior. Mi escritorio, que ahora estaba tan cubierto de plantas que parecía parte del atrezo para una película de terror sobre plantas asesinas que dominan el mundo. Pero era eso, o dejar que se instalaran en los armarios de la cocina. No. No en mi cocina. Ya era suficiente con tenerles a diario jugando a las batallas entre los cazos colgados y demás utensilios.
Distraída, me ajusté el abrigo y miré con los ojos entrecerrados hacia la brillante luz reflejada en la nieve mientras se abrían las puertas automáticas.
—?Oye, espera! —chilló Jenks con estridencia en mi oído cuando fuimos alcanzados por una ráfaga de aire frío—. ?Qué crees que estás haciendo, bruja? ?Crees que estoy cubierto de pelo?
—Perdón. —Hice un rápido giro hacia la izquierda para salir de la corriente de aire y le abrí mi bolso. Se adentró en su interior, todavía maldiciendo. Jenks lo odiaba, pero no le quedaba alternativa. Una exposición continua a una temperatura menor a siete grados lo pondría en un estado de hibernación que sería peligroso interrumpir hasta primavera, pero no le pasaría nada en mi bolso. Un hombre lobo vestido con un grueso abrigo de lana que le llegaba hasta la parte superior de sus botas pasó junto a mí con un aire de incomodidad. Al tratar de entablar contacto visual, tiró hacia abajo del ala de su sombrero de vaquero y apartó la mirada. Fruncí el ce?o; no había tenido un hombre lobo por cliente desde que hice que los Howlers me pagasen por intentar recuperar su mascota. Puede que hubiese cometido un error con eso.
—Oye, dame esos M and M's, ?quieres? —refunfu?ó Jenks, con su corto pelo rubio enmarcando los delicados rasgos enrojecidos por el frío—. Me muero de hambre.
Rebusqué entre las bolsas obedientemente y le solté las golosinas antes de tirar de las cuerdas que cerraban el bolso. No me gustaba llevarle de esa forma, pero yo era su compa?era, no su madre. Le encantaba ser el único pixie macho adulto de Cincinnati que no estaba hibernando. A sus ojos, la ciudad al completo era probablemente su jardín, incluso estando así de fría y nevada. Me llevó un momento sacar del bolsillo principal el llavero a rayas de mi coche. La pareja que había estado detrás de mí en la cola pasó a mi lado al salir, flirteando cómodamente y con aspecto tremendamente sexual con sus ropas de cuero. él también le había comprado una mu?eca Betty Mordiscos, y no dejaban de reírse. Mis pensamientos volvieron a Nick y me invadió una sacudida de impaciencia.